Por Fausto LEONARDO HENRÍQUEZ
La luz se ha refugiado en el sendero
y El Testimonio, de Ramón Emilio
Reyes, se unen, por época y por excelencia, a las obras Judas y El Buen ladrón
del escritor Marcio Veloz Maggiolo, y Magdalena
de Carlos Esteban Deibe. Quienes saben de estos escritores comprenderá que asociar
el nombre de Ramón Emilio al de ellos es una clara señal de que estamos, con
toda seguridad y verdad, ante un escritor de primer orden de la narrativa
dominicana.
Se constata en la obra un lenguaje depurado, con una prosa engarzada de imágenes poéticas que hacen atractivo el discurso y la comprensión de presentimientos, sentimientos, emociones, personajes y paisajes. El tono poético –que se insinúa ya en el título de la novela- eleva el valor de la obra, pues denota que se ha trabajado concienzudamente y no a vuela pluma. Esto es, tal vez, junto a la trama y la técnica, y al trasfondo histórico que la envuelve, su mejor logro. Pero no hay que precipitarse, porque hay muchos resortes más, como se podrá ver.
El escritor recurre al mundo de los sueños, las visiones y las profecías. Hay instantes en que se puede palpar la atmósfera de Pedro Páramo de Juan Rulfo. Quiero decir, que Reyes alcanza cuotas imaginativas altas. Hay que subrayar, además, que ese sutil hallazgo, que podríamos llamar hoy, “realismo mágico” permite al autor desvelar secretos mundos del alma humana. Especial acento hay que poner en el influjo que produce una maldición o profecía en la protagonista de la obra. Que en sí vendrá a ser un símbolo como indicaré al final de estos apuntes.
La luz se ha refugiado en el sendero posee, como ya se ha insinuado, un cierto tono bíblico-profético que me hace recordar a los metafísicos ingleses. Al menos hay un trasfondo con reminiscencias bíblicas apocalípticas que atraviesa transversalmente la novela. Junto a este dato cabe mencionar la importancia que tienen las alegorías. El escritor emplea todos los recursos posibles para trabar bien su discurso y, entre esos recursos las alegorías bíblicas desempeñan un papel significativo. Por ejemplo, la alegoría de las ovejas hermosas y las vacas flacas que devoran a las ovejas; o la alegoría de las espigas maduras y las espigas esmirriadas que devoran a las primeras. Eso es lo que se constata, no lo que significan.
Son claves, por otra
parte, en la narración de La luz se ha refugiado en el sendero, el
campo, el huerto, el camino, Dios, la agricultura.
2.
El uso de recursos bíblicos, proféticos y apocalípticos. No son muchos, pero sí los esenciales. Con ellos el autor
introduce elementos de la religiosidad dominicana, pero también servirán para
poner de manifiesto el mundo interior de la protagonista, cuyo sentimiento de
culpabilidad se acentúa hasta el último instante de la obra. “La definitiva
madrugada” es la esperanza última que posee la protagonista para la alcanzar la
paz, la calma, la luz de su turbulenta vida interior. ¿Pero consigue ella la
anhelada calma? El drama interior que la domina ¿no parece ser el drama que
vivía y acaso viva aún la República Dominicana?
3.
El ruralismo. La atmósfera de la
novela se desarrolla en el campo, con sus colinas, sus montañas, sus ríos, sus
gentes y sus costumbres. El mundo rural es, seguramente, donde mejor se han
conservado los rasgos más antiguos de la dominicanidad. Y Reyes ha sabido
conservarlos.
4.
Retrato invisible del dictador Trujillo. El autor aborda sesgadamente, o sea, con refinada prosa, las
pasiones sexuales, el carácter y personalidad de Trujillo y prefigura su
trágico final. El hombre dominante dominicano, el hombre de clase alta, que
siente que debe ejercer del control de la clase baja, queda reflejada en aquel
hombre extraño que se siente dueño y señor de los otros, hasta de sus cuerpos.
5.
Manejo de la sicología femenina.
Este es otro de los fuertes del autor en esta novela. Ramón Emilio Reyes
desarrolla hasta límites insospechados la estructura sicológica de la
protagonista. La aflicción, el desgarramiento interior –que afecta a los que
entran en su vida- se contagia en el lector por el magnetismo y tratamiento que
el escritor le da a sus estados de ánimo. Este es, seguramente, junto a la
poética, el paisajismo rural, el segundo gran aporte de Reyes, el cual
demuestra que es un profundo conocedor del alma humana.
6.
La protagonista es un símbolo profético de la identidad dominicana. Hilando fino, la “patria ofendida”, la nación poseída y sin
libertad es esa mujer de la que habla el escritor en la novela. Si esa mujer,
que es figura de la patria dominicana, no sale de sí misma, del drama social,
de los complejos, contradicciones y bipolaridades, no tendrá otro final que el
de ahogarse en el río de sus propios males. Porque quien siembra vientos, cosechará tempestades (Oseas, 8,7). Las
alegorías, concluyo, simbolizan la lucha de clases, el sentir de una época.
En definitiva, Ramón
Emilio Reyes deja el buen olor de su valioso trabajo literario. Quienes hoy
participan de la puesta en circulación de esta obra en Barcelona, en el marco
de la IV Semana Cultural
Dominicana, pueden darse por complacidos al tener delante a uno de los maestros
de la novelística dominicana del siglo XX. Leer su obra será nuestro mejor
reconocimiento.
Lee y conducirás, no leas y serás conducido (Sta. Teresa de Jesús). La lectura hace al hombre completo (Francis Bacon).
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