(Febrero 18 de 2005)
Por Fausto Leonardo Henríquez
FL: ¿En qué año y dónde nació usted?
JAC:
Yo nací, por casualidad, en un lugar llamado Coyoles Central. Digo por
casualidad porque en aquellos tiempos, cuando una mujer iba a parir en la
Standard Fruit Company, proporcionaban un vehículo que llamaban motocarro. Este
motocarro hacía un recorrido en el campo donde estaba la embarazada hasta el
hospital de La Ceiba. Eso ocurrió con mi madre. Pero yo estaba muy urgido y
reventé la fuente de mamá cuando pasaba por Coyoles Central en el motocarro.
Nací en la orilla de la línea, en una choza. Me atendió una partera que todavía
la busco –seguramente debe estar muerta– para darle las gracias, porque por
ella estoy aquí en este mundo. Nací en un lugar que poco a poco he ido amando,
incluso le he escrito unos seis poemas. Nací el 9 de abril de 1941. A los seis
meses llegué a La Ceiba. Esa es la confusión que tienen amigos y vecinos de La
Ceiba, pero no, soy un campeño de Coyoles Central.
FL: ¿Cómo llegó usted a las letras?
JAC:
Mi apego a las letras nació, no sé si decir por vocación natural o por
iniciativa propia o por un problema congénito, creo que por las tres cosas.
Pero más porque necesitaba tener una identidad. Desde pequeño me gustó leer y escribir.
Leí el cuento de Peter Pan, el cual nunca moría, siempre renacía.
FL: ¿Qué autores leyó usted de joven?
JAC:
Siempre he sido un campeón como lector, leía todos los clásicos españoles, que
por cierto la embajada en aquellos tiempos, quizá por problemas económicos,
proporcionaba todos los libros que salían en las editoriales de aquella época.
Yo los leía gracias a la directora de la biblioteca Juan Ramón Molina, Angelita
–una señora que recuerdo con gran cariño–, me prestaba cada libro por una semana.
Leía a los clásicos franceses, ingleses y a los griegos, desde luego que en
idioma español. Mis lecturas fueron desordenadas, pero muy queridas. Leí mucho,
por lo menos aprendí para qué y por qué escribir.
FL: ¿Qué obras tiene usted publicadas?
JAC:
Hasta ahora tengo publicados diez libros y mantengo inéditos nueve. Mis diez
publicaciones son casi todas de poesía, sólo uno, que es un relato, , un cuento
de nueve páginas que se llama: “La noche
en que le cortaron las alas a Supermán”. Este año seguramente publique un
libro de cuentos cortos, titulado “Actos
de amor y otros actos”. Son unos cuarenta y cinco o cincuenta cuentos
cortos. Todos son una parodia, como diría Borges, para quien la literatura es
una parodia. Unos están inspirados en la mitología griega, otros en la realidad
nacional y otros especialmente tocan aspectos de la guerrilla. Todos mis
cuentos se caracterizan por ser pequeños y por tener un final con el verso
número catorce de un soneto. He querido publicar toda mi obra, pero como se
sabe, la economía mueve al mundo, y a mí no me mueve la economía. Yo entiendo
el cuento como un soneto, no con catorce versos, que tenga las tres categorías
que tiene el cuento y con un final sorpresa. Para mí el maestro del cuento es el
dramaturgo y novelista, ruso, Chejov, quien escribió cuantos sobre cualquier
tema. El cuento corto no admite un error.
FL: ¿Con cuál obra publicada cree usted que
alcanzó su madurez como poeta?
JAC:
Mi mejor obra es la que mantengo inédita, porque hasta ahora he aprendido a
escribir, he aprendido un poco a escribir, a usar un poquito, que no poco, la
estratagema de la palabra. He descubierto que la palabra está más viva que yo y
que debo respetarla, tanto que sin ella no existo, ella es que la que me da la
vida. Antes pensaba que la poesía era mirarla llegar y platicar con ella. Pero
no, la poesía, además de ser un acto de magia, es una salvación, una salvación
del cuerpo y del espíritu. Yo hago lo que el maestro Eugenio Montale, espero que
la poesía me edifique. Por eso es que ahora mi obra no es tan apurada. Utilizo
más tiempo para elaborarla. Yo amo la poesía espontánea, la que nace de pronto,
la que prácticamente está ahí y surte en un momento de locura o cordura.
Después me quedo preguntando cómo es posible que me salió esto tan rápido
después de querer escribir un poema y no me sale nada. Ese misterio es lo que
todavía me preocupa y estoy aprendiendo a descubrirlo, tal vez en cien años
consiga saber cómo se escribe poesía. Con mi libro “Poema Estacional” creo que alcancé lo que yo buscaba. Es un libro
plástico, el lirismo es natural, se caracteriza por la musicalidad del verso y
una cierta ternura que necesitaba expresar ahí. Hoy en mí no compite lo
externo, sino lo interno entre mi poesía de ayer y mi poesía de ahora. Sin
embargo, tengo un libro inédito que creo que es lo mejor que he escrito hasta
ahora, se titula “Nombrar”. Nombrar a
las cosas en su significado natural, inspirada en los grandes maestros griegos,
los italianos, sobre todo Montale. Tengo otros libros. Uno de ellos se titula “Poemas viajeros”.
FL: Profundice un poco más acerca de su visión de
la poesía
JAC:
Después de golpearme la cabeza con la palabra, descubrí que esta maldita
palabra, está ahí, pero no sale, no la encuentro, no encaja. Yo amo la música y
deseo que mi poema sea musical, que tenga música. Por eso se me hace difícil
encontrar la palabra precisa. A veces choco con las palabras que busco y me
derriban, por eso hago unos borrones espantosos en el papel. He llegado a esa
conclusión a base de estudio, de fracasos y siguiendo esas prácticas diarias,
que es necesaria, para poder dominar un poquito este arte tan difícil y asesino
–digo asesino con mucho amor– como es la poesía.
FL: Tengo entendido que usted ha practicado el
periodismo cultural. Cuéntenos algo sobre su experiencia
JAC:
Sí, he practicado mucho el periodismo cultural, pero por falta de espacio donde
publicar estos artículos pequeños, unos más grandes, están por ahí inéditos. He
mandado muchos a los periódicos, pero reproducen uno o dos al año y luego se
pierden. Tengo como para publicar un libro, que podría ser un libro de
crónicas. He escrito mucho en periódicos locales, semanarios de La Ceiba. He
ejercido el periodismo local en miniatura en una sección llamada “Sin
importancia alguna”. Tengo por ahí un montón de apuntes, sobre todo con los
amigos que han muerto dentro del país como fuera de él.
FL: Usted hizo mención a sus amigos pintores,
¿cuáles admira usted en el ámbito nacional?
JAC:
Admiro a Pablo Zelaya Sierra. Siempre que voy al Museo de la República voy a
ver su cuadro “Las Monjas”. Es un cuadro excepcional y es digno de cualquier
gran pintor mundial, aun de Velázquez. Hay otros pintores muertos: Aguilar,
Rodezno, Aníbal Cruz, que tienen su obra, pero no tienen una obra que me
deslumbre como “Las Monjas”. Hay otros pintores actuales, vivos, que admiro:
Padilla Yestas, Virgilio Guardiola, Tróchez, Juan Cony, Mario Mejía. Me
preocupa escribir sobre ellos porque sólo tengo anécdotas muy desgraciadas, muy
humanistas y a la vez muy tristes. Por ejemplo, Aníbal Cruz una vez me dijo:
“Te invito a almorzar. Yo voy a cocinar, déjenme, no me molesten. Había otros
amigos invitados sentados en la sala tomándose una cervecita, otros tomaban
ron. Pasó el tiempo, una, dos horas y el almuerzo no aparecía. Entonces
dijimos: vamos a buscar a este indio que nos invitó a comer, a almorzar y se ha
perdido. Cuando llegamos al patio de la casa vimos que le estaba echando maíz a
unas palomas de Castilla, de esas gorditas. Le hablamos y él dijo: “cállense,
que estoy esperando que las palomas se acerquen para matarlas, no ven esta es
la comida nuestra”. Tengo numerosas anécdotas, todas ellas enmarcadas entre el
dios Baco, el dios dinero y las dificultades de los artistas que sobreviven en
un país como este. Estoy preparando otro libro titulado “Mis amigos los pintores”. Yo pensé que mis amigos pintores eran
unos cinco, pero cuando me doy cuenta van como por setenta.
FL: Háblenos de sus amistades con escritores
hondureños, de sus preferencias
JAC:
Bueno, yo soy de los pocos, –yo me vanaglorio– de ser amigo de todos los
escritores de este país. Todos son mis amigos. No hay diferencias, nunca he
tenido ninguna rencilla personal con ellos. A todos los respeto y ellos me
respetan. Me respetan y eso ya es bastante. Y eso es lo que pido. Los leo, los
comento; dentro y fuera del país yo hablo de los escritores. Yo, incluso,
presenté una ponencia en Colombia, sobre las generaciones literarias en este
país. Hablo de algunos de los más jóvenes, del 96, como José Antonio Funes, el
más joven de aquella época –ahí termina la generación, ya no abarqué la
generación última de los poetas jóvenes tanto de San Pedro Sula como de
Tegucigalpa–. Tengo ese trabajo donde especifico la vida y la obra de ellos.
Por otra parte, la Generación del 50 trajo el rigor de la profesión, a la
poesía hondureña. Cada poeta aporta algo, eso es lo que yo más admiro. Yo no
juzgo al poeta por su vastedad de obra, por sus libros. Yo lo juzgo a veces por
un verso. Un buen verso que esté bien escrito para mí ya eso es admirable. Yo
admiro a los escritores. Si escriben un buen libro, ya es un milagro; si
escriben un buen poema, otro milagro; si escriben un buen verso, también es un
milagro. Por eso los admiro y aprecio. Por ese poema y ese verso, les agradezco
y les animo a que escriban.
FL: Sé que usted tiene afición a la música. A qué
clase de música es usted aficionado
JAC:
Yo soy un tenor frustrado. Desde niño quise ser un tenor. Luché desde los doce
años para que alguien me ayudara a conocer la música y me ensañara a cantar. En
aquella época yo admiraba a un tenor ceibeño Alberto Figuls, era un tenor de
familia de origen catalán. Creo que vive aún en los Estados Unidos. Su hija es
una contralto de muy buena categoría. Yo busqué a alguien, pero nadie me
enseñó, nadie sabía música. Cuando me cambió la voz, de adolescente, imitaba
con facilidad a Alfredo Craus, Mario el Mónaco, y otros tenores de la época que
yo imitaba de alguna forma. Me gustan mucho las óperas de Richard Wagner,
Rigolletto de Verdi. Los aclamaba, amaba la ópera y la sigo amando. La música
que más me gusta es la música clásica. Me gusta lo mejor de lo clásico, como en
la poesía, que me gusta lo mejor de cada poeta. Me gusta Mozart, es mi
preferido, por su riqueza melódica. Luego Beethoven por su gravedad, fuerza y
profundidad. De la sinfonía número 9 de Beethoven prefiero el tercer
movimiento. Es increíble ese movimiento. Me gustan Chaikowski, Bach y todos los
grandes compositores. Pero también amo la música popular, amo la música
tradicional nuestra. Admiro las canciones compuestas por Belisario Romero,
Anderson. Carla Lara, que es de una voz muy melodiosa, canta una canción de
Anderson de corte internacional muy bella. En general admiro toda la música,
pero especial la clásica. La sinfonía es como un gran libro, sin embargo, la
hermana gemela de la poesía, para mí, no es la música, sino la pintura.
FL: Me gustaría que dé usted su parecer sobre la
actualidad literaria hondureña
JAC:
Ese es un gran punto. Me ha sorprendido. Partiendo de mi época debo decir que
éramos pocos; éramos poquitos y andábamos dispersos y divididos por los
sentimientos políticos. Eran épocas de divisiones políticas en la que se
pensaba que eres o no eres revolucionario, en la que si no arriesgas la vida no
tienes obra, si no eres de izquierda no tienes obra. Había que demostrarlo con
poesía y con hechos; había que unir la palabra al hecho real. Los poetas de
ahora, en cambio, no han tenido ese problema. Ahora el problema con los poetas
es con la forma y con la definición espiritual. La tendencia no es espiritual,
hay más libertad del poeta para tener su propio yo. Antes se tenía un yo
colectivo, ahora se tiene un yo individual. Esa es la gran diferencia. Sin
embargo, yo los admiro a todos. Yo los he leído y todos aportan algo. Voy a
hablar de los jóvenes de Tegucigalpa. Estos jóvenes los admiro mucho, primero,
porque son solidarios. Tienen algo que no teníamos nosotros, que estábamos
dispersos. En La Ceiba teníamos un grupo, “La Voz Convocada”, que si éramos muy
solidarios y amigos, pero no era frecuente. Esta generación nueva sí. Incluso
tienen sus propios estatutos, están bien constituidos, pueden viajar al
exterior, consiguen ayudas, tienen sus propias orientaciones, su propia
editorial y funcionan a la perfección con sus costumbres económicas del
marketing. De los de San Pedro Sula he leído el libro que usted me dio,
(Muestra Poética) del cual me encantaron muchos versos. Sólo que la poesía
moderna exige de la complejidad del lector. Si uno se despoja de prejuicios
encuentra obras de arte completas. Hay que desprenderse de aquello de yo “yo no
lo conozco”. Hay que leer, no para juzgar, si no para sopesarlo. Leer al autor,
no por lo que es, sino por lo que llegue a ser. Autores que publican malos
poemas, malos libros, vemos que con el tiempo publican una buena obra. Por eso
debemos darle tiempo al tiempo y no apresurarnos a matar a una persona que
acaba de salir. Es un delito. Yo entiendo a los poetas jóvenes y los leo. Mi
actitud es de comprensión y tolerancia, porque no me siento maestro, sino uno
más. Odio que me digan poeta, porque para mí poeta es Rubén Dario, Neruda,
Eugenio Montale.
FL: Finalmente, ¿cuál es su visión de futuro de la
joven literatura hondureña?
JAC:
Yo la miro de un modo muy optimista. Desde luego, no todo da esperanzas de
mayores logros. He visto en muchos poetas el marketing y, al hablar con ellos,
se ve el poco estudio. Adquirir una cultura literaria es cuestión de disciplina
y de estudio continuo. Hay que leer todos los días. En todas las épocas ha habido
poetas de gran calidad y narradores de gran calidad porque atrás hay maestros
que siempre te guían, por ejemplo, Roberto Castillo, Marco Carías, entre otros.
Narradores más jóvenes como Roberto Quesada, han confesado que han aprendido de
estos autores que les han precedido. Lo mismo ocurre con los poetas, los poetas
jóvenes que, aunque no busquen la influencia de los poetas nuestros, por lo
menos asumen el rigor que se propusieron nuestros poetas y la disciplina que
han tenido para desarrollar su obra. Del libro “Muestra Poética” de Los
Novísimos, yo leí poemas de poetas que tienen una gran imaginación, donde se ve
que buscan una poesía de pensamiento, una poesía reflexiva. Claro, todo depende
del talento natural de cada uno, de la disciplina para tener obras. Las
cuestión se ha disparado en varias vertientes. Por ejemplo, en mi época éramos
poetas políticos, pero ahora no. Mi grupo –Generación del 70– hemos buscado la
trascendencia, escribíamos poesía epigramática, pero también poesía reflexiva,
poesía de amor. Eso ha hecho nuestra poesía más interesante. La gran poesía
hondureña siempre ha estado ahí, sólo hay que buscarla. No hay que buscarla en
un libro total, ni en el pasado, el presente o el futuro.