Por Fausto A. Leonardo Henríquez
Poeta y crítico. Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua (ADL). Correo electrónico: faustoleonardohenriquez@gmail.com
The aim of this literary assay is to show in the Dominican literature environment the Central American poet of Honduran origin, José Adán Castelar. For it we will continue, chronological and diachronically, introducing some analogies, some of his poetical books published throughout five decades. We will also use the analytical-critical method trying to preserve the objectivity across the analysis with concrete examples that illustrate the interpretations poured through the text.
Introducción
El poeta José Adán Castelar publicó las siguientes obras: Entretanto (1979); Sin olvidar la humillación (1983-1984) (1987); Tiempo ganado al mundo (1989) (Antología); Poema estacional (1989) y También del mar (1991); Rutina (1992);[3] Rincón de espejos (1994); Laodamia (1999); Venus en el campo (2000); Cauces y la última estación (2006); y Poema Opus II (2016). Otras obras póstumas de poesía, cuento, artículos, entrevistas, epistolario, entre otras, están todavía por ver la luz.
Además de escribir poesía, que fue su fuerte, Castelar se dedicó al periodismo cultural, material este que un día revelará en manos de los críticos, sin duda alguna, otras aristas que engrandecerán todavía más su figura y su genio creativo. Acaso el ejercicio narrativo del periodismo fue el cauce que le condujo a la puerta del cuento. Justamente, el cuento es, junto a la poesía, otro de los géneros literarios —acaso poco divulgado— trabajado a conciencia por el celebrado poeta y narrador hondureño que aquí nos ocupa. Naturalmente, no vamos a entrar en ese campo, fecundo, por cierto, porque se desmarca de nuestro propósito, para ocuparnos solamente, y de forma parcial, de la obra poética de este digno representante de la literatura de Honduras, país ubicado en el Caribe centroamericano en el mismo paralelo de las Antillas Mayores.
Como contrapunto, Castelar no solo tenía vínculos con la literatura, sino también una fuerte relación con la pintura —no me consta que hiciera uso del pincel— con los artistas y escritores de su tiempo. Hasta cierto punto es natural, como es propio de quien tiene una amplitud de miras en las artes, que un gran escritor —como sucede con el poeta que aquí nos ocupa— esté abierto a otras expresiones del ingenio humano. La pintura forma parte de su andamiaje cultural. Tanto es así que considero que un análisis que pretenda compendiar la vida y obra de Castelar sería incompletoo si no tomara en cuenta la sensibilidad pictórica del poeta. Se sabe fehacientemente que conocía y mantenía una amistad estrecha con los pintores Aníbal Cruz, Ezequiel Padilla Yestas, Virgilio Guardiola, Tróchez, Juan Cony, Mario Mejía, entre otros.
cio Giménez, Roberto Sosa, José Luis Quesada, Clementina Suárez, Rigoberto Paredes, Xiomara Bu, Oscar Acosta, Juan Ramón Saravia, Helen Umaña, entre otros, un nombre esencial del parnaso de Honduras. En virtud de sus méritos recibió los premios literarios más prestigiosos de su país y de su entorno. Avalan su aporte humanístico el Premio Iztam Na de Literatura (1982); el Premio latinoamericano de poesía Roberto Sosa (1986); el Premio Nacional de Literatura (1988); el Premio Centroamericano de Poesía Juan Ramón Molina (1988); y el Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa (2003).
Vamos a entrar en el mundo poético de José Adán Castelar. La dimensión poliédrica de su obra conjunta me obliga a admitir desde ya mi limitada visión y conocimiento para ponderarla. No me presento aquí como el que sabe, sino como el que quiere aprender de un maestro de la palabra y, desde aquí, si se puede, ofrecer mi modesto análisis de la poesía del bardo hondureño.
1 . Un poeta convocado por la palabra
2 . El mundo que ganó con el tiempo José Adán Castelar
3 . El viento de la mar, la mayor riqueza
4 . Un poeta atraído por la fauna del campo y la jungla de la ciudad
5 . Cauces y la última estación
6 . Conclusiones
Un primer puñado de poemas de Castelar apareció en la antología titulada La voz convocada (Impreso en El Salvador en 1967, con el auspicio de Don Lud Dreikorn). Este sugerente nombre responde a la identidad del colectivo de escritores norteño denominado La voz convocada,[5] un círculo plural de lectura, escritura y discusión literaria que destacó notablemente en la segunda mitad del siglo veinte en la luminosa perla de Honduras, la Ceiba, ubicada al Norte del país. Dicho grupo, como bien reseña el poeta Marco Tulio del Arca[6] estuvo constituido por José Adán Castelar, Tulio Galeas, Francisco Aquino Pérez, Julio Fonseca, Nelson Merren, Marco Tulio Miró (seudónimo de Francisco Sánchez), José Luis Quesada y Carlos Ramírez. Hoy nos parece muy notoria la ausencia femenina en un grupo de pensamiento tan relevante.
Tiempo ganado al mundo.[7] Este poemario es una recopilación antológica que abarca diferentes etapas —algunas de las cuales se publicarán en libros posteriormente como se señalará oportunamente más abajo— de la creación poética de José Adán Castelar. En Tiempo ganado al mundo el poeta resume tres décadas, las comprendidas entre 1961 y 1989, en las que convergen experiencias, esperanzas e ideas con cierto ademán de las políticas revolucionarias de izquierdas. ¿Pero qué poeta o escritor auténtico no asumía en los tiempos en que soplaban vientos de la estepa soviética una cuota de riesgo y, por ende, de compromiso social con la única arma que la poseía: la palabra? No vamos a enjuiciar aquí, solo constatar, una posición política determinada, que cada quien puede y debería tenerla, ya que el ser humano es, por antonomasia, como decía Aristóteles, un zoon politikón, un animal político.
Tiempo ganado al mundo, según subraya muy acertadamente Rigoberto Paredes en el prólogo, se caracteriza por «la llaneza formal [o lo que es lo mismo, llaneza cervantina] con que logra desplegar el tejido viviente de su visión del mundo. La palabra fluye sin ardides, sin ambages, sin más peso y medida que los propios de un órgano humano. Como ocurre con todo buen poeta natural, su poesía es su vida, y ésta no sería tal sin el puntual cumplimiento de su necesidad de afianzarse dignamente en el corazón del hombre».[8]
Desamor, desazón e ira conforman el telar del joven poeta. Inconforme con la casa que habita, el país, a causa de los ricos insensibles y de las gentes que no pueden cubrir sus necesidades básicas de alimentación, no puede menos que decir: «Ejercito mi rabia en la boca de un lobo […] Guardo silencio como un extranjero / y en la soledad le crío perros al fastidio» (“Catrín”).
La poesía castelariana de primer cuño se cuaja entre la «dicha manchada» y «la dicha ahorcada» que se respira en los campos bananeros y en los cañaverales, caldo de cultivo de la injusticia. Es imposible evitar una lectura desligada del contexto social que sacude los bastidores de la conciencia más genuina y humana del bardo. «Caserón del fantasma azucarero / Paraíso del cansamulatos/ Árbol garífuna / Planeta del silencio / Tren caído sobre una espera oscura […] Albañal de la dicha de la muerte» (“Montecristo”). Esta tensionalidad también se puede verificar en los siguientes versos: «Se abre la inmensa puerta de las preocupaciones. / Cordura, pan olvidado, acompáñame: yo también devoro / mi ración de páramo» (“Cristera”).
lugar a dudasduda, Luis García Montero con celebrado libro Habitaciones separadas (1994), obra que marca un estilo y acaso una época.
como por ejemplo, con una la anciana: «Veo que el sol ya abandona mis manos. / Y el alba, antes mía, ya no canta en mi edad. / Y es la sombra una música tranquila que me llama» (“Sólo estelas en la mar”).
Entretanto fue escrito entre los años 1970-1975 y se publicó como libro en 1979.[16] La característica principal de Entretanto, como se desprende de su lectura, es el compromiso por la justicia social. Respecto a esta dimensión del pensamiento de Castelar dice Sierra Fonseca: «La obra de Castelar es una poesía rigurosamente trabajada que transita entre la poesía política, la social, y la amorosa. Es la poesía que además de sentir y denunciar el presente, representa la memoria poética de quien ve el presente siempre en relación con el pasado».[17] Por otro lado, la imagen estereotipada de poeta social que se tiene de Castelar no debería ensombrecer la gran obra del bardo de Coyoles Central. Respecto a esto dice José Antonio Funes: «Y quitémosle ese ribete "social" —¿qué poesía no lo es?— para decir que busca [Castelar] la mayor cantidad de receptores posibles sin descuidar la labor estética. Compromiso con la poesía y compromiso con las causas de la justicia. Difícil equilibrio, pero Castelar lo manejaba sabiamente».[18]
Entretanto, por analogía, nos remite a obras fundamentales del Caribe antillano y del Caribe del istmo centroamericano, tales como Hay un país en el mundo (1949) del poeta dominicano Pedro Mir, y Un mundo para todos dividido (1971) del poeta hondureño Roberto Sosa. En Castelar, insistimos, la poesía no está al servicio de una ideología, sino al servicio de un ideal, al servicio de la esperanza y de la dignidad del ser humano, concretamente, de la gente de su propio país. El poeta confirma lo que hemos dicho arriba en una entrevista realizada por Yanivis Izaguirre que «los problemas políticos parece que avivan la mentalidad del poeta y se vuelve un cómplice en la lucha con el pueblo, por alcanzar mejores horizontes y mejores estados de vida».[22]
El poeta, sacudido por la realidad social, bastante deprimida, se debate entre lo posible y lo imposible, entre querer y no poder, sacudido por la angustia del presente y del porvenir del pueblo hondureño. Salvador Madrid expresa de forma nítida una verdad incontestable sobre la creación del poeta que hoy nos convoca. Dice de él: «La poesía de Castelar insiste en inundarse de la luz del presente, replantea la memoria como fuerza social que puede cambiar este mundo por otro donde el ciudadano no es un héroe anónimo sino un constructor de su propia vida y la de los otros».[24] A cuatro voces Castelar clama al cielo ante el desempleo, el engaño y la traición. Pero eso no era motivo para bajar los brazos, para huir o decaer en el letargo paralizante. Al contrario, es una razón más para atizar el brasero en su interior insatisfecho y siempre vigilante. «No debemos dormir nunca (o nos duermen). / El descanso para otros. Hay que luchar / contra esta confusión que nos dan por patria, / contra esta basura que reza y bosteza» (“Paraíso de bolsillo roto”).
Querría llamar la atención en un poema extraordinariamente delicado. Fue escrito en honor a un barrendero llamado Don Miguel, un anciano que el tiempo, cansado de esperarlo de tan viejo, decidió sentarse a que, al fin cediera y se dejara caer en sus manos. Es un poema conmovedor y tierno que representa, una vez más, el lado profundamente humano del poeta, tal como hemos dicho arriba. «Súbdito de su vieja escoba, entre el polvo / que revolotea con un poco de muerte en las manos, / usted pregunta por su familia, / mientras mira la hora en su antiguo reloj / donde el tiempo se ha sentado a esperarlo […] Buenos días dice / y contestan todos buenos días, mientras la escoba reposa en sus manos con dulzura» (“Don Miguel”).[25]
El mar jalona constantemente, también en Entretanto, la memoria y sensibilidad del poeta, el cual no puede menos que volver una y otra vez al lugar de su infancia y juventud. Nunca abandonará al poeta el rito níveo y rumoroso del oleaje del mar de la costa ceibeña. Lo confirma el poemario También del mar, que podremos conocer más abajo. «El mar como siempre batirá. / El aire enredado entre tanta casa de barrio superpoblado / no sabrá qué hacer» (“Saludame a Mireya”).
Tampoco se alejará de la memoria del poeta la imagen del tren y del barco, dos símbolos de la cosa social de Honduras del siglo XX. Por un lado, el tren es figura de todos los atropellos e injusticias. El gusano de hierro representa el miedo, la miseria y la explotación. Ante ellos solo cabía o la postración o la huida. «Esperábamos al monstruo llamado tren / en la estación aquella que aún muere / junto al río. / El lodo no quería dejarnos huir» (“Estación”).[26] Por otro lado, los barcos que venían al puerto también representaban una chispa de esperanza para los lugareños que se embarcaban o para los que venían a hacer fortuna. En este tenor, el poeta versifica la muerte de un capitán con una sutiliza y habilidad metafórica extraordinaria cuando dice: «Había naufragado en tierra firme, / lejos de su agua amada, de su lar. / Su barco se detuvo en una cama. / Por la ventana se veía el mar verde. / La hora era una ola de calor». (“Naufragio último”).
El bloque de poemas Memoria en mano (1976-1980) está compuesto por dos poemas sustantivos. Castelar se acerca ya a los cuarenta años. Sin dejar al margen los destellos de la utopía política y la esperanza, el poeta desarrolla otra de las características de su creación literaria, la amorosa. Con el bagaje de la gran tradición castellana de la poesía amorosa contenida en los poetas Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Pablo Neruda, entre otros, José Adán Castelar construye su propia historia de amor. Tal vez sea esta vertiente la que más ha calado en la conciencia cultural hondureña. La dimensión amorosa en Castelar, más allá de la poesía comprometida con la justicia y el romanticismo naïf es, en su conjunto, sin temor a equivocarnos, la parte más lograda del corpus poético del artista de la voz convocada que aquí estudiamos.
Memoria en mano recoge los poemas amorosos “Cita” y “Poema de amor con hambre .” En el primero, —“Cita”— Castelar describe a la perfección, sin adornos que empañen la realidad de pobreza en que se halla la mujer pretendida, probablemente después de una infidelidad en la relación, la atmósfera de una cita que culmina en la consumación del encuentro deseado. «Pobreza no exenta de belleza. Laguna / sola, astros / sobre ruinas infantiles. […] No equivoques las intenciones de este fuego que te visita, / que ve y desea […] Espantas moscas y calor con golpes de naufragio. / Y de pronto, cerca de los despojos humeantes / vi tus senos / más desnudos que de costumbre, y entonces / entre el ir y venir de tu ardoroso reino, / apenas escucho a tu voz diciendo que el amor / hace milagros, y que una mujer enamorada es capaz de todo, hasta de olvidar por amor». En el segundo, —“Poema de amor con hambre”— expone de forma natural el amor que siente un hombre por una mujer determinada. Evoca un amor verdadero, sin miramientos cosméticos ni alhajas. «Yo la quiero así, ni bella ni fea, como mi mujer que es nada más, mi lago doméstico, / mi paisaje humano».
La poética amorosa castelariana se caracteriza, según el pensar de Funes por «lo amoroso cotidiano»,[27] y yo añado, además, por la sensualidad y el erotismo. José Antonio Funes dice de nuestro poeta: «la poética de José Adán no es romántica, es fundamentalmente amorosa».[28] Podemos acercarnos a esta dimensión de la poesía de Castelar en textos claves, tales como “Saludame a Mireya”, “Cita”, “Poema de amor con hambre”, “Al principio”, “Para quién estas flores”, “Poema de amor escrito en un autobús interurbano”, “Amor siempre amor”.[29] En Rutina aparece una sección con poemas amorosos: “Mientras el locutor”, “Somos los enamorados”, “Carta”, “Ya que todo pasó”, “Mi cuerpo en la ausencia”, “La dulce sonrisa”, “Guerra amorosa”, “Yojoa”.[30] Para una aproximación al erotismo castelariano considero importantes los poemas “Barbara Malory” y “Jill Parker”.[31]
La conquista plena del bello decir sobre el amor castelarianoa no será posible sino hasta Laodamia (1999).[32] Creo que en esta obra se cumple magistralmente lo que Castelar dijo en una entrevista: «Escribir un verso es bueno, escribir un buen poema es mejor, y escribir un buen libro, pues es un milagro».[33] Es con esta obra, escrita a conciencia, que se alcanza la cumbre de la poesía amorosa hondureña y, casi con toda certeza, del istmo centroamericano y acaso del Caribe antillano, tal como deja entrever el poeta Funes al referirse a este poemario como «uno de los más bellos libros de poesía amorosa que se hayan escrito en Honduras».[34] Veamos una muestra: «Debo decirte adiós, pero no puedo. / Y recuerdo un tiempo de quietud / cuando los árboles y el mar / me retenían. / Y nada quebrantaba mi paz, ni siquiera / la lluvia sobre el perro muerto. / Pero debo decirte adiós, perderte / como si sólo yo ignorara que tú existes, que tú sueñas / a un paso de mi sed. / “Morir es nada: perderte es lo difícil”. / Conozco el desamor porque te amo» (“Debo decirte adiós, pero no puedo”).[35]
Un matiz relevante aquí es que la poesía amorosa castelariana no tiene nada que ver —a priori— con el amor de 20 Poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda.[36] La razón estriba en que los poemas de Neruda son más juveniles, los de Castelar, en cambio, y esta es la gran diferencia, son poemas maduros, esto es, de alguien que ya ha mordido la decepción amorosa más de una vez. Esto lo podemos comprobar en el siguiente poema. Obsérvese la musicalidad interior y el acierto de las imágenes. «El alba en la ventana, y detrás, / el canto del zorzal. / Aún hay sombras / en la calle y en nosotros. / En la montaña / del cuarto oigo tus pasos. / Rincón de nostalgia y de renacimiento. / Sube con el humo, desde abajo, el olor a legumbres. / También el silencio es materia en ruinas. Del tiempo fluye / tu ausencia. Hoy no vendrás. / El día empuja un sol gastado. / Acércase el invierno. La ciudad lavará / sus inmundicias. / Otros pájaros cantarán en el frío. / Con el tiempo que pasa, hieres / mi espera. / Morir / me salva ahora» (“Sed”).[37]
Cabría una lectura sesuda —lo dejo como idea para los investigadores y estudiosos— del poemario Laodamia a la luz de la obra maestra La llama doble de Octavio Paz.[38] Sería interesantísimo que alguien aborde ese tema, porque sin duda aportaría algo realmente novedoso a la literatura caribeña y centroamericana.
Rutina, que vio la luz como poemario en 1996,[39] profundiza aún más en lo que arriba hemos denominado experiencialidad. Este es el sello personalísimo de un poeta atraído irresistiblemente por los acontecimientos, porque eso es parte de su vida y porque es de esta manera que se agranda su intuición y genio creador. Del entorno, de cuyo aparente feísmo asciende una lírica compasiva que ennoblece todo lo que nombra, es de donde Castelar extrae la sustancia de su poesía llevándolo a la categoría de arte.
“poeta social”. En verdad, ya se le reconoce a Castelar una poética elaborada a pulso lento con el collage cotidiano hondureño. Sin embargo, no basta con detectarlo. Es preciso ahondar en ello y descifrar aquellos elementos que lo articulan. Y, creo, que un análisis de lo culto y lo popular en Castelar bien merecería un estudio de altura. Un texto importante que puede arrojar mucha luz a quien desee profundizar en el tema esbozado en este párrafo es Lo popular y lo culto autor dominicano doctor Bruno Rosario Candelier.[41]
Rutina contiene suficientes elementos populares que cartografían, en buena medida, la identidad del pueblo hondureño mostrando, con cierto humor, escenarios, lugares, cosas y personajes pintorescos. Umaña argumenta sobre eso cuando dice: «Pero también el autor es proclive a la utilización del humorismo como arma para cuestionar aspectos de la realidad».[42] Poemas como “Otra vez estoy frente a ti”, “El olor a muerte”, “Pero que hago yo”, “La ciudad era más grande”, “Desempleado”, “Loquito sentado sobre un incendio”, “Un gallo canta”, “Piedra”, “Piñata”, “Crónica de un puesto de baleadas”, entre muchos otros, dan cuenta de la intencionalidad del poeta convencido de que también en la vida sencilla y llana de la gente hay gracia y belleza.
Fijémonos en la imagen gráfica del personaje y en la historia que se cuenta en los versos siguientes: «Sentado sobre las piedras / del medio día / bajo el sol / que quema como un insulto / él pasa el santo día / ¿Quién le hará creer / que es una locura hacer eso? / Ni Dios / ni las almorranas le darán la razón» (“Loquito sentado sobre un incendio”). O en estos otros versos: «Los cipotes duermen bajo el calorcillo / del anafre encendido / Los primeros clientes beben alrededor de una pequeña mesa / color / lluvia / Otros aguardan algo impacientes / como perseguidos / sentados en línea férrea / El viejo olor del encurtido / y la harina golpeada vuelan por el aire / frío / El hambre ataca por todos los flancos / Riñe la espera en las tripas […] Me siento cuando ya la madrugada es un coro / de zanates en los árboles cercanos» (“Crónica de un puesto de baleadas”).
Castelar, en suma, es un maestro que describe la vida de la gente y el paisaje urbano de los barrios de Honduras, saturados con frecuencia de lo que para algunos podría ser antipoesía. Pero la relevancia de la poesía de Castelar reside, como apuntamos arriba, en hallar en el feísmo de la realidad —y esta es una gran diferencia de la poesía social como tal— ribetes de la belleza que se agazapa en cualquier rincón. «Primero encuentro los toneles de basura / sus bocas vomitando / ascos humanos y animales hambrientos […] Escaleras abren de par en par su terror inocente […] Las estrellas cantaban en todas las ventanas / Llego como un amanecer / Olga abre los ojos / su luz verdece la luz» (“Olga hasta la muerte”).
El móvil que impulsa al poeta a escribir este libro-protesta es la invasión norteamericana, vivida como una vergüenza, pero sobre todo, tal como apunta el mismo título, como una humillación. El hilo conductor de Sin olvidar la humillación es el celo por la patria, por la paz y la convivencia pacífica. El poeta, como hemos visto hasta ahora, parte de la realidad para sugerir una realidad nueva. Testigo de su tiempo, nadie le podrá quitar la valentía de llamar las cosas por su nombre. «La invasión yanqui nos ha traído —entre muchos males— / el herpes genital, / el sida, la bonita flor de Vietnam, el abuso, el desaseo, / sueños locos de “señoritas” casamenteras, / nuevos ricos, más burdeles / el falso rubio que, como sol idiota, alumbra / ahora los cabellos de las muchachas brutalmente conquistadas. / Sin olvidar la humillación».[47]
Sin pretender una falsa erudición, ni siquiera forzar un paralelismo, hallo, por analogía, una cierta similitud entre Los hijos de la ira[48] del poeta español Dámaso Alonso y Sin olvidar la humillación. Atención, entiendo que el alcance de ambas obras, el contexto social y las épocas son completamente distintas. El poemario Hijos de la ira aparece cinco años después de la Guerra Civil española y a un año de acabar al II Guerra Mundial. Se puede pensar que todavía el aire huele a pólvora y a sangre. ¿Dónde está la similitud entre ambos textos? En el tono dramático y en la ira; y, en segundo lugar, en el tremendismo. El poeta español, por ejemplo, en “Insomnio”, “Injusticia”, “Voz del árbol”, “El último Caín o Raíces del odio”, son unos cuantos ejemplos del drama y de la rabia interior de la sociedad española poetizada sublimemente por el poeta íbero. El poeta hondureño, en cambio, con bastante menos carga lírica en su libro, emplea imágenes tremendistas —hoy nos suenan melodramáticas y en algún caso incendiarias— para caracterizar el sentir de la sociedad hondureña de los ochenta ante el intrusismo político y militar exterior. Creo que donde mejor queda caracterizada la ira del pueblo catracho es en un poema emblemático titulado “Cipote airado” del cual dice el poeta que «Su pequeña cólera ardía / como el medio día de la ciudad».[49]
También del mar (2003)[50] es un canto al mar de la zona atlántica de Honduras. Ya desde laos primeras andanzas poéticas de Castelar hay indicios del influjo del mar, de sus oleajes, del puerto, de sus playas, su eterno azul y su verde costa. En esta visión catelariana del mar está presente el poeta Rafael Alberti. A éste se le debe la extraordinaria obra Marinero en tierra,[51] la que posiblemente el poeta hondureño siendo él un lector incansable, debió leer, como dejan entrever sus referencias a Grabriel Celaya, Vicente Alexandre, entre otros autores españoles.
Lo interesante de También del mar es que su autor, como un pintor, lo emplea como tela para expresar la belleza de la costa, de sus gentes, del paisaje y, por supuesto, del mar mismo como lugar donde emerge la vida. El mar es, pues, un compañero de aventuras, secretos y complicidad. El atlántico norteño es fuente de inspiración, pero sobre todo es un puerto donde las emociones y el pensamiento atracan continuamente. Veamos algunos ejemplos concretos. «La vida viene el mar. / Trae olor de bosque / y el color de los seres / las cosas. / Yo la reparto / en puertas y caminos / como un pájaro. / Bajo su alero / de cielo, / niños y magnolias».[52] «Sol tardinero, / exiguo sobre / las aguas. / Se llevan las olas / la precoz / neblina / rodante. / Desde la costa / alguien, diminuto y borroso, / agita una espuma de ala. / Ánades / pasan / devolviendo / el adiós».[53] «El remo hunde las manos / en el agua mansa, rareza / de este crepúsculo. […] Y en las orillas, / sombras y hojas / nos recuerdan».[54]
Los versos de la primera parte de También del mar son, en algunos casos, tan breves y explícitos que tienen un aire aforístico. Esto quiere decir que hay en el poeta un pozo sereno, un dominio de la palabra de la que solo sale la sustancia debida, la imagen precisa, capaz de trascender la mimesis de aquello que refiere. Veamos unos ejemplos: «La ola / es la edad del hombre / a nuestros / pies».[55] «Miro el tiempo caer / sobre la turbiedad / del oleaje».[56]
«Maderamen o pasos del hombre / sobre el oleaje. / Único milagro» (“Puerto”). «Surcos de hierro / donde sólo nace la espuma que cae» (“Ciudad en el agua”). «Los cocoteros alzando de la yerba / sus partos adorados» (“Salado Barra”).
También del mar es el pretexto perfecto del poeta para nombrar las vivencias personales de la infancia, el puerto, el trasiego de lanchas y barcos, los aires salobres, la vida cotidiana de la gente, el esplendor del paisaje, el azul celeste del océano y, en general, la manera de ser de esta zona tropical centroamericana. El poeta evoca con lirismo su vieja Ítaca, La Ceiba, a la que siempre vuelve ya sea con el recuerdo, ya sea físicamente. «Y me dejan solo frente / a las aguas, la patria idónea». (“Los colores”).
Conocemos, como se ha dicho para arriba, la sensibilidad del poeta Castelar por la cuestión social. En También del mar, reaparece sutilmente este rasgo tan característico de su obra y pensamiento.[57]
Venus en el campo[58] es un poemario escrito en el otoño del poeta. Esta obra viene a redondear el lirismo paisajístico de Castelar. En ella predomina la naturaleza viva y sus elementos. En una primera lectura, el texto deja una estela de goce y emoción estética. Algo así como el buen vino que se cata a placer. Venus en el campo es un libro sencillo, sobrio y enternecedor. Su sencillez lírica y bucólica pone de manifiesto la maestría de su autor. No puedo eludir la referencia a De la vida sencilla del clásico del siglo veinte español, José María Pemán.[59] Venus en el campo tiene dos partes: En “Zoo Menor” y “Venus en el campo”. En la primera parte —“En Zoo Menor”— Castelar, concitado por la belleza y lirismo que despierta la flora y la fauna, (tierra, aldea, loros, árbol, zorzal, colibrí, gata, vaca, gallo, hormiga, cangrejo, zanates, etc.) elabora su material poético y sus reflexiones.
La precisión del bello decir es un logro que se alcanza cuando ya se es diestro en el oficio de poeta. Castelar tiene la virtud de nombrar con poco, mucho. Llegar a esa capacidad de síntesis en el uso del lenguaje, como sucede con nuestro poeta, es una virtud que solo da el constante ejercicio de la palabra. «Estaba llena de pájaros y charcos. / Pequeña, hoja o nube. Cabía / en un grito solitario» (“La aldea”). La belleza y lirismo en nuestro aeda va unida a la palabra, no a cualquier palabra retórica, sino a la palabra poética que sale de su alma: «Y los sapos, en el agua / de los patos diurnos, croan su amor bajo la luna» (“Nocturno”); «Tiempo verde-montaña. / Estación / cuarteada por senderos […] Hojas amontonadas como años» (Loros). La lectura de Venus en el campo nos lleva al abrevadero de la ternura cósmica y del asombro telúrico. «Azahar de preguntas. / Quietud / que abraza» (“Arbol”); «Entre las hojas que ocultan misterios […] canta el zorzal» (“El Zorzal”); «Agitado por la naturaleza […] tiembla el colibrí en su rayo de prisma» (“El colibrí”).
El pasado vuelve a la memoria, como en Eugenio Montale, con una impresionante claridad: «También mi ayer es un argüir de alas» (“El cuervo”). Así como el pasado se redime al recordarlo, no es menos desgarrador saber que el presente tiene algo de nosotros mismos que se lleva a pedazos en sus garras: «He sufrido… por todo aquello que nos abandona sin explicación» (“Lla cucaracha”). El famoso clarín de la mañana aún tiene algo que decirnos de la mano del poeta: «Donde cante un gallo, / allí viven / el hombre y el amor» (“Un gallo canta”).[60] La poética de Venus en el campo es reposada y tranquila, a lo Gracilaso. Aún más, hay una impronta casi mística —aunque no es esta una cualidad explícita del poeta— por la contemplación de los seres diminutos. Las cosas que toca el poeta trasudan verdad y belleza. «Flor contrahecha. / Huella de los astros errantes» (“El cangrejo”); Los zanates son la «miseria del vuelo que no tiene paisaje»; «Argén lejano, gris / marginal […] Y las vacas son la noche / pastando: de sus ubres cuelga / la estrella del lago» (“Las vacas frente al lago”).
En la segunda parte de la obra, Venus en el campo, el poemario cambia de ritmo. Pasa de lo bucólico a lo urbano e imaginativo. Ninguno de los dos aspectos dejan indiferente al lector. En efecto, como lo certifica Umaña, la crítica que mejor conoce, hasta la fecha, la obra y pensamiento de Castelar, «lo rural y lo urbano» constituyen «dos líneas constantes en la poería castelariana».[61] Así, pues, el hilo conductor de Venus en el campo es, sobre todo, el primero, es decir, la tendencia a lo rural. «Derramada, sobre el lago, luce la noche» (“Tiempos”).
Venus es la estrella «que miró Darío», cercana, que yace «temblando como un cisne, solitaria, baja». El poeta no sólo mira a Venus, sino que la compadece por su soledad abisal, por el frío que la sobrecoge y aturde en el cielo. Sin embargo, hay una transposición semántica que nos remite a la Venus de Milo, desnuda y sensual, cuando dice: «Allí está: y busca compañía, / algún pecho, / unas manos» (“Venus en el campo”).
El poema La Sabana me trae a la memoria algunas metáforas del poeta dominicano Manuel del Cabral y también de Huidobro. Castelar escribe. «El caminante: una llama; / y el perro detrás, traspasado / por la sombra de vuelos» (“La sabana”). Dice Cabral: «Las carretas que vienen de los anchos cañaverales se agigtantan con el ocaso detrás de sus grandes ruedas» (“Los arrieros”);[62] Huidobro dice: «Sobre el camino / un caballo que se va agrandando a medida que se aleja» (“Canto IV”).[63]
En este poemario la nota urbana es clara, pero es menos estimada por Castelar, acaso por hostil. Esto se puede observar en versos como estos: «Venenos y trampas en los rumbos del día» (“Tegucigalpa”);[64] «Pobres mujeres vestidas por la llovizna, / ruidosos vendedores de baratija […] Fuentes secas. Voces enredadas en el miedo» (“Tarde en el Parque Central”); «Mi calle / es el vientre de la luna, / el mástil de las aves migrantes» (“Avenida Jerez”). Más allá de todo lo dicho, son memoralbes los poemas: “Un lugar”, “Árbol”, “Ver”, “Vacas frente al lago”, “Medialuna”, “Venus en el campo”, “La sabana” y “Caminante”. Palabras tales como cirros, vencejos, trenes, cisne, dan un aire modernizante al poemario. Reflejan el andamiaje de la cultura universal y un claro ejemplo de dominio del castellano.
En Venus en el campo hay varios aspectos a destacar: a) El poeta utiliza un lenguaje lírico natural y diáfano. b) La constante referencia a los elementos de la naturaleza empalma con la ternura cósmica, es decir, la empatía con las cosas creadas. c) Gran precisión en el uso de la palabra. d) La pobreza y la miseria queda conscientemente sublimada en el conjunto de la obra, de modo que aunque el poeta hable de una cucharacha, cosa que no debe sorprendernos, pues Antonio Machado escribió el poema Las moscas, es porque algo inédito quiere enseñarle al lector. e) La sencillez no se riñe con la belleza, lirismo y el buen gusto, aunque a veces hay instantes que nos resultan comunes y deslucidos. f) Hay más intensidad y gracia poética en los poemas menos descriptivos. g) Preponderancia de lo bucólico en contraste con lo urbano. i) Poesía de la madurez, apartada del arrebato irreflexivo.
La obra Cauces y la última estación (2006),[65] da cuenta de un maestro consumado de la palabra poética, que cosecha de lo sembrado a lo largo de su vida. Si digo que es la mejor obra del bardo catracho podría parecer una afirmación gratuita y sin fundamento, pero es que, atención, es el mismo Castelar el que, en la dedicatoria que me escribió el mismo día de salir publicado el libro, dice: «Creo que este es mi mejor libro —pienso yo—».
Cauces y la última estación contiene algunos poemas inspirados en lugares, mitos, leyendas y héroes griegos —las Sirenas, Ulises, Ítaca, Andrómaca, las Termópilas, Héctor, Aquiles, Protesilao, Patroclo, Selene, Endimión, entre otros—.[66] No los vamos a analizar aquí, —tampoco soy un experto en mitología greco-romana—, pero quisiera subrayar que, hasta donde puedo visualizar el alcance de la cuestión, el tratamiento que da el aeda hondureño a los temas de fondo que encierran esas célebres figuras e historias, amerita un estudio serio y pausado.
Según lo indicado arriba, considero relevante indicar que una nueva faceta de la creación literaria de Castelar es la mitopoética. Sería de mucha importancia prestar atención a esta característica, que aquí solo dejamos esbozada. El mito —me refiero al mito clásico greco-romano y, por extensión a otros mitos locales— es como la pantalla de un ordenador sobre la cual el poeta sobrescribe y recrea las leyendas poniendo de relieve, de forma exquisita, original y luminosa, costados inéditos de las mismas. El poeta se introduce dentro de los personajes y se coloca en el lugar de ellos. Veamos un par de ejemplos. Las apasionadas Sirenas dicen de Ulises: «Cantábamos para que el héroe errabundo / se arrojara en el mar, / para que encontrara, / en el oleaje y en nuestros brazos, / el camino que su sed busca entre los designios de los dioses» (“Hablan las Sirenas de Ulises”). Un excombatiente de la batalla de las Termópilas exclama: «Peleamos bajo las alas de la vasta sombra, / lejos del sol que bordeaba las rocosas orillas» (“Termópilas”).
Un apunte más. El poema que da título al libro Cauces y la última estación,[67] alerta de una existencia que se consume muchas veces en actos repetitivos en los que dejamos nuestra débil estela, pero que al final se esfuma como el humo sin apenas nos percatemos.
El ‘cauce’ del que habla el poeta tiene, a mi juicio, dos vertientes. La primera connotación tiene una resonancia al pensamiento de Heráclito, a quien se le atribuye la frase: «Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río». Aunque el agua del río pasa, permanece y transcurre siempre por el mismo sitio, aunque no sea el mismo río a cada instante. El río corre hacia el mar, pero allí se queda, escribiendo en el cauce su líquida fuga, su epitafio. Análogamente, el ser humano pasa también, pero, a diferencia de los ríos, vuelve, con frecuencia, por el mismo lugar. Nos diluimos en el cauce de la vida, de la historia, de la costumbre y de la cotidianidad. ¿Cómo no recordar los versos de Antonio Machado?: «Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar». La segunda arista se relaciona con «la última estación». Probablemente, cuando el poeta dice: «Se nos caen / los sueños. Se nos terminan las rutas», se refiera al final de trayecto de su vida, en primer lugar, y, en segundo término, aluda a la pérdida de la ilusión, de los sueños y de la utopía, su combustible en la juventud. Tanto luchar por el pueblo para ver tan pocos resultados, tanto ir y venir en la lucha por la justica justicia y por el bienestar de su país, sencillamente, se acabó. El poeta quizá quiso decir que intentó por todos los medios posibles alcanzar sus ideales más nobles, pero que al final de la vida, su figura se esfuma como una sombra que pasa o como el humo de un cigarrillo que llega a la última calada.
En mi lectura de la poesía completa de José Adán Castelar se confirma lo que ya la crítica literaria hondureña venía diciendo. Cinco grandes líneas caracterizan, según mi punto de vista, tal como hemos señalado a lo largo de nuestro ensayo, las obras del poeta de La voz convocada. Estas son, a saber: 1. La cuestión social. Se puede decir con certeza que en la obra de Castelar hay un predominio de la cuestión social que se traduce en la práctica en el compromiso por la justicia y los ideales que construyen y favorecen el tejido de la sociedad humana. 2. La llaneza cervantina o llaneza formal. El poeta compone sus textos con meridiana claridad y sencillez. No se oculta en metáforas, culteranismo o símbolos crípticos, sino que su discurso poético es trabado con un lenguaje llano, pero sumamente elaborado. Eso lo demuestra la brevedad y concisión de muchos de sus poemas. 3. El amor y el erotismo. Esta dimensión fue el motor que movió no solo los sentimientos del poeta, sino todos sus sueños y sus conquistas. El amor debía tener la forma de Venus, de Laodamia, de mujer. En ella encontraba el poeta el aliento poderoso de la inspiración. Para él era imposible entender la poesía sin el amor, sin experimentar la fuerza cautivadora del amor. 4. La experiencialidad o cotidianidad. El punto de partida y de llegada de la poesía de Castelar es la vida misma, la experiencia, el influjo de lo cotidiano. Él amasa con diestra sabiduría los elementos cotidianos. Sus obras destilan imágenes cautivantes que demuestran que hay un poso intelectual, fruto de sus lecturas y de su arduo trabajo intelectual. 5. Lo culto y lo popular. Esta sería la consecuencia de todas las características anteriores. El poeta es un hombre culto, un creador que elabora en el taller de la palabra una poesía en la cual convergen, sin repelerse, el pensamiento más sublime y la sustancia que brota de la realidad del pueblo, de la naturaleza y de los acontecimientos. 6. La mitopoética. Esta característica emerge espontáneamente como resultado de una vasta cultura literaria de los clásicos creco-romanos. El mito se convierte en materia dúctil y practicable en las manos del poeta. Éste recrea escenarios y, sobre todo, el estado interior en el cual se hallan algunos personajes revividos por su imaginación, dando como resultado auténticos poemas.
La figura del poeta Castelar, para decirlo en términos clásicos, era como la de Príamo, el célebre personaje de la Ilíada. Quiero decir con ello que era un hombre que brilló por su bondad y por su deseo de justicia, que encontró en la palabra poética el verdadero instrumento para perseguir sus sueños e ideales. Si alguien, se pregunta dónde está el poeta de Coyoles Central, José Adán Castelar, «“Se fue”, es la respuesta. Y pensar / que su persona es hoy / esa ranura entre la multitud».
Palma de Mallorca 20 de enero de 2020.
REFERENCIAS
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[1] Cf. Helen Umaña, La palabra iluminada. El discurso poético en Honduras, Guatemala: Letra Negra 2006, pp. 505-516. A partir de este momento seguiremos, como telón de fondo, esta obra fundamental de la autora hondureña.
[2] Cf. Flérida de Nolasco, Domingo Moreno Jimenes (Antología), vol. 3 (Colección Pensamiento Dominicano), Julio Postigo e Hijos (eds.), Santo Domingo. República Dominicana: Librería Hispaniola 31970.
[3] La crítica literaria, Helen Umaña, sigue una edición anterior de Rutina publicada en 1992. Cf. Umaña, La palabra iluminada, 505. Yo seguiré la edición de 1996. Asimismo, la ensayista sitúa Venus en el campo en el año 2000. Yo, en cambio, seguiré la edición del año 2001.
[4] Cf. Fausto Leonardo Henríquez, Entrevista al poeta José Adán Castelar, poeta hondureño, [en línea] Blog <http://faustoleonardohenriquez.blogspot.com/2007/05/entrevista-al-poeta-jose-adan-castelar.html> [Consulta: 9 de julio 2018]. Para quien desee tener un primer contacto con Castelar, recomiendo esta entrevista. Con preguntas directas, breves, concisas, y con el mínimo de interferencia del entrevistador, el poeta habla de diferentes aspectos de su vida, de su obra, de sus aficiones y de su creación literaria. Visto desde otra perspectiva cf. Glenda Estrada, José Adán Castelar, poeta de pluma sencilla, [en línea], El Heraldo (30 diciembre 2017), Honduras <http://www.elheraldo.hn/revistas/siempre/1139256-466/josé-adán-castelar-poeta-de-pluma-sencilla> [Consulta: 17 de julio 2018].
[5] Cf. Mario R. Argueta, «Voz convocada (La)», en Diccionario crítico de obras literarias hondureñas, Tegucigalpa, Honduras: Guaymuras 1993, p. 168. Cf. Umaña, La palabra iluminada, 505.
[6] Cf. Marco Tulio del Arca, Ocho voces convocadas en La Ceiba, [en línea] El Tiempo <https://tiempo.hn/ocho-voces-convocadas-en-la-ceiba/> [Consulta: 16 de julio 2018]. Cf. Marco Tulio del Arca, Hasta siempre poeta Castelar, [en línea] Jambalaya Cultural <http://jambalayanews.com/noticias/interes-general/item/12803-jambalaya-cultural-un-espacio-con-razon-de-ser> [Consulta: 16 julio 2018].
[7] Cf. José Adán Castelar, Tiempo ganado al mundo, Tegucigalpa, Honduras: Paradiso 1989.
[8] Cf. Ibíd., 12.
[9] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 508.
[10] Cf. Leonardo Henríquez, Entrevista al poeta José Adán Castelar.
[11] Cf. Mario R. Argueta, «Poema estacional», en Diccionario crítico de obras literarias hondureñas, Tegucigalpa, Honduras: Guaymuras 1993, p. 121.
[12] Cf. José Antonio Funes, José Adán Castelar, un poeta demasiado humano, [en línea] El Heraldo (30 diciembre 2017), Honduras <http://www.elheraldo.hn/revistas/siempre/1139247-466/jos%C3%A9-ad%C3%A1n-castelar-un-poeta-demasiado-humano> [Consulta: 17 de julio 2017].
[13] Cf. Luis Antonio de Villena, 10 menos 30 la ruptura interior en la «poesía de la experiencia», Valencia: Pre-Textos 1997.
[14] Cf. Luis García Montero, Habitaciones separadas (20 años sí es algo) (870), Madrid: Visor Libros 2014, p. 21.
[15] Cf. Funes, «José Adán Castelar, un poeta demasiado humano». Esta afirmación de Funes tiene su exacta correspondencia con una obra de Nietzsche. Cf. Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, traducción de Pedro González Blanco, Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Medio Día 1967.
[16] Cf. José Adán Castelar, Entretanto, Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) 1979.
[17] Cf. Rolando Sierra Fonseca, Castelar: Oquelí y la razón poética, [en línea] El zángano tuerto <http://79.170.44.136/elzanganotuerto.hn/castelar-oqueli-y-la-razon-poetica/> [Consulta: 26 de julio 2018].
[18] Cf. Funes, «José Adán Castelar, un poeta demasiado humano».
[19] Citado por Juan Goytisolo, en Los ensayos: El furgón de cola, Crónica sarracinas, Contracorrientes, Barcelona: Península , 1 2005, p. 135.
[20] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 506. Cf. Fabricio Estrada, José Adán Castelar “Entretanto” 1979, [en línea] Bitácora del Párvulo <http://fabricioestrada.blogspot.com/2011/05/jose-adan-castelar-entretanto-1979.html> [Consulta: 17 de julio 2018].
[21] Cf. Pedro Henríquez Ureña, Estudios mexicanos (Lectura 65 mexicanas 65), México: Fondo de Cultura Económica 1 1984, p. 302. El libro del que hablamos, Sangre roja, versos libertarios, fue publicado en Ediciones Liga de Escritores Revolucionarios, México 1924.
[22] Cf. Yanivis Izaguirre, José Adán Castelar: El valor de un poeta, [en línea] El Heraldo (30 diciembre 2018), Honduras <http://www.elheraldo.hn/revistas/siempre/1139248-466/josé-adán-castelar-el-valor-de-un-poeta> [Consulta: 17 de julio 2018]
[23] Cf. Manuel del Cabral, Obra poética completa, Santo Domingo. República Dominicana: Alfa & Omega 2 1987, p. 60.
[24] Cf. Salvador Madrid, José Adán Castelar y su poesía como estética de la dignidad, [en línea] El Heraldo (30 diciembre 2017), Honduras <http://www.elheraldo.hn/revistas/siempre/1139254-466/josé-adán-castelar-y-su-poesía-como-estética-de-la-dignidad> [Consulta: 17 de julio 2018].
[25] Paralelamente, la poeta Ana María Alemán, de San Pedro Sula, escribió un poema dedicado también a un barrendero bastante celebrado, pero ignoro si ella conocía, aunque leía mucho, el de Castelar.
[26] Cf. Castelar, Tiempo ganado al mundo, 105-106. José Adán Castelar, También del mar, Tegucigalpa, Honduras: Litografía López S. de R. L. 2 2003, pp. 35-36. Los poemas El tren, Vieja máquina del ferrocarril número 9, publicados, primero, en la antología Tiempo ganado al mundo y, después, en También del mar, en las páginas indicadas en esta nota.
[27] Cf. Funes, «José Adán Castelar, un poeta demasiado humano».
[28] Cf. Ibíd.: «La poética de José Adán no es romántica, es fundamentalmente amorosa».
[29] Cf. Castelar, Tiempo ganado al mundo, 47, 59, 64, 76, 77, 80, 82. Los poemas Al principio, Para quién estas flores, Poema de amor escrito en un autobús y Amor siempre amor serán incluidos por el poeta posteriormente en el poemario Rutina. Este dato nos puede dar una idea de cuán importantes eran para Castelar esos poemas, pero sobre todo, el significado que para él tenía la cuestión amorosa.
[30] Cf. José Adán Castelar, Rutina, Tegucigalpa, Honduras: Litografía López, S. de R. L. 1996, pp. 53-65. No hemos incluido aquí los poemas indicados en la nota anterior.
[31] Cf. Castelar, Tiempo ganado al mundo, 99-100.
[32] Cf. José Adán Castelar, Laodamia, Tegucigalpa, Honduras: Litografía López, S. de R. L. 52015.
[33] Cf. Salvador Madrid, «Entrevista José Adán Castelar», [en línea] <http://leahonduras.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1493&catid=74> [Consulta: 26 julio 2018].
[34] Cf. Funes, «José Adán Castelar, un poeta demasiado humano».
[35] Cf. Castelar, Laodamia, 5.
[36] Cf. Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (Colección Poesía (Lumen) 10), Barcelona: Lumen , 3 1982.
[37] Cf. Castelar, Laodamia, 36.
[38] Cf. Octavio Paz, La llama doble, Barcelona: Seix Barral 2001.
[39] Sigo simultáneamente en esta sección, para mantener la cronología, la antología Tiempo ganado al mundo y el poemario Rutina. Este último recoge todos los poemas contenidos en el primero, salvo Un gallo canta, que será incluido en Venus en el campo.
[40] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 512. Cf. Goytisolo, Los ensayos: El furgón de cola, Crónica sarracinas, Contracorrientes, 139-140. En estas páginas Goytisolo, al hablar de Néstor Almendros y Walterio Carbonell —dos prominentes intelectuales cubanos— aborda la cuestión de lo culto y a lo popular. Cita a R. Menéndez Pidal con un fragmento que puede iluminar nuestra afirmación: «La separación que media entre el español culto común representante de la unidad, y el español popular de las varias regiones, representante de la diversidad, no puede simbolizarse en la creciente divergencia, cuya diferencia llegue a ser tanta que el español literario quede ininteligible para el pueblo, sino que debe figurarse por dos líneas ondulantes que caminan a la par en la misma dirección y cuyos altibajos tienden frecuentemente a la convergencia y se tocan muchas veces, sin llegar nunca a confundirse».
[41] Cf. Bruno Rosario Candelier, Lo popular y lo culto en la poesía dominicana, Barcelona: Universidad Católica Madre y Maestra 1977.
[42] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 513.
[43] Cf. José Adán Castelar, Sin olvidar la humillación, Tegucigalpa, Honduras: Litografía López S. de R. L. 1987. La antología Tiempo ganado al mundo solo recoge varios poemas de Sin olvidar la humillación: 3 de octubre, 14, Tiempos ha y Cipote airado.
[44] Cf. Ibíd., 95, Excursión. El poeta sueña con pasearse por Moscú y el Kremlin. No olvidemos las simpatías del poeta por las ideas de izquierdas.
[45] Sobre expresiones vulgares, puestas en boca de gente indignada, cf. Ibíd., 12, 17, 20. Cf. Umaña, La palabra iluminada, 507-508.
[46] Cf. Castelar, Sin olvidar la humillación, 7.
[47] Cf. Ibíd., 25.
[48] Cf. Dámaso Alonso, Los hijos de la ira (Colección Austral 595), Madrid: Espasa Calpe 7 1979, pp. 9, 17, 33, 129. Cf. «Hijos de la ira – Dámaso Alonso», [en línea] Rincondelvago <https://html.rincondelvago.com/hijos-de-la-ira_damaso-alonso.html> [Consulta: 20 julio 2018].
[49] Cf. Castelar, Sin olvidar la humillación, 35.
[50] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 511-512. Cf. Castelar, También del mar.
[51] Cf. Rafael Alberti, Marinero en tierra (Clásicos castalia 48), Madrid: Catalia 1972.
[52] Cf. Castelar, También del mar, 3.
[53] Cf. Ibíd., 5.
[54] Cf. Ibíd., 7.
[55] Cf. Ibíd., 13.
[56] Cf. Ibíd., 15.
[57] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 512. Cf. Castelar, También del mar, 25-36.
[58] Cf. José Adán Castelar, Venus en el campo, Tegucigalpa, Honduras: Pez Dulce 2001. Cf. Umaña, La palabra iluminada, 515-516. Esta sección dedicada a Venus en el campo, aquí la ampliada significativamente, fue publicada en un diario impreso en Honduras. Posteriormente fue publicada en internet. Cf. Fausto Leonardo Henríquez, Venus en el campo, [en línea] Blog <http://faustoleonardohenriquez.blogspot.com/search?q=venus+en+el+campo> [Consulta: 28 julio 2018].
[59] Cf. José María Pemán, Obras completas, vol. 1, Madrid: Escelicer 1947.
[60] Repárese que el poema Un gallo canta, publicado en la antología Castelar, Tiempo ganado al mundo, 78, debió aparecer, por ser su evolución natural, en Rutina. Sin embargo, ahora es rescatado e incluido en Castelar, Venus en el campo, 23.
[61] Cf. Umaña, La palabra iluminada, 515.
[62] Cf. Manuel Cabral, Obra poética completa, Santo Domingo. República Dominicana: Alfa & Omega 2 1987, p. 531. El poema Los arrieros está dentro del poemario Chinchina busca el tiempo (1945).
[63] Cf. Vicente Huidobro, Altazor (Colección Vicente Huidobro), Santiago de Chile: Editorial Universitaria 101991, p. 71.
[64] En la misma línea se circunscriben los poemas Juticalpa, Danlí. El poema Tegucigalpa apareció publicado primero en Castelar, Tiempo ganado al mundo, 92, y posteriormente, en Castelar, Venus en el campo, 49.
[65] Cf. José Adán Castelar, Cauces y la última estación, Tegucigalpa, Honduras: Tres Letras 2006.
[66] Cf. Castelar, También del mar, 23. La figura de Ulises ya había aparecido en sus obras anteriores, pero es un personaje al que vuelve el autor una y otra vez. Cf. Castelar, Tiempo ganado al mundo, 93. Y, por supuesto, Laodamia, que inspira al poeta el libro del mismo nombre. Cf. Castelar, Laodamia, 26.
[67] Cf. Castelar, Cauces y la última estación, 83.
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