30 noviembre 2020

Diálogo con Fausto Leonardo Henríquez, por Luis Martín Gómez

Tulio Cordero, Luis Martín Gómez, FaustoLh

 


ENLACE CON EL PERIÓDICO "HOY"


ENTREVISTA A FAUSTO LEONARDO HENRIQUEZ

Diario digital "Hoy" Rep. Dominicana. 29 Julio 2011, 8:07 PM

Diálogo con Fausto Leonardo Henríquez
“La mística es vivir lo cotidiano con apertura al misterio”

Autor de siete poemarios, ganador del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo

Escrito por: LUIS MARTIN GOMEZ (yolayelou@gmail.com)

La característica más sobresaliente de la mística es el júbilo, el gozo, la alegría, la comunicación íntima con Dios”, asegura Fausto Leonardo Henríquez, y yo creo haber encontrado entre sus escritos una prueba de esta certeza: Me crece el flamboyán por dentro, y la ciudad. Todo mayo me florece dentro.

Me crecen las calles que limpia el sol, me crecen los árboles lavados por la lluvia; me crece el verde de las frondas y el aire que zarandea la niñez…

Es un fragmento del poema “Me crece el grito”, de su más reciente libro, “Arca para amasar diluvios”, exquisito poemario presentado a cuatro manos por Juan Miguel Domínguez Prieto, Teonilda Madera, Bruno Rosario Candelier y José Acosta.

FLH Este libro contiene no sólo poesía mística sino que también aborda el sufrimiento humano, la muerte, la esperanza, vivencias que se amasan en el arca, que presento como el lugar de la poesía. Así ve el autor su obra; los presentadores, por su parte, encuentran en ella otras cosas que el autor tal vez no contempló: un viaje al pasado del cual el poeta regresa cargado de nostalgias, un compromiso del autor con la estética interiorista de la que es compromisario, una pugna entre lo sacro y lo profano (hallazgo significativo tomando en cuenta que el poeta también es cura), “el más acá entrañado hasta las transfiguraciones”. Yo, que miro las cosas con ojos ignorantes, encuentro asombrado colores y olores que me conducen a mi niñez en aquel Ozama pre urbano donde tuve una laguna y un bosque antes que los bordes del barrio fueran tomados por el asfalto. Camino, con pantalones cortos y tenis Campeón, por los versos de Fausto, y me topo con el flamboyán florido del parque: “La ciudad se desangra por tus ramas/ ¿a qué se deben las heridas que te pueblan/ el cuerpo? Ríos de arterias/las llamas que arden/ en tu fronda”. O llego, junto con Armando, Santiago y Francisco, sudorosos y hediondos tras la carrera en la que “el que llegue de último es un burro”, hasta el charco sobre el que rebotan las hojas, el cielo y nuestros rostros azorados: “La única fuente que me salva/ es esta tina, boca de la peña, que aún mana/ en mi niñez”.

Arca de amasar diluvios, que incluye haikus (Instante de luz) y poemas sobre pinturas famosas (de Da Vinci, de Monet) sale primero que Gemidos del ciervo herido, poemario ganador de la XXIX edición del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo. El jurado del premio destacó que la obra de Fausto expresa, “con dominio y destreza literaria, la superación, la esperanza y el gozo de lo divino en lo humano, y de lo humano en lo divino”.

FLH Este libro es el punto de llegada de un camino que comencé con mi primer libro, Claridades, de 1994, donde esbozaba mis inquietudes poéticas que luego definí mejor con “La otra latitud”, obra de 1999 que obtuvo una amplia acogida en el movimiento interiorista, porque era ya una propuesta consciente de esta estética. Fausto Leonardo abunda sobre la temática de la mística y dice que en ella confluyen los sucesos de la vida diaria, la fortaleza de la fe y la vida de oración, potenciados por la alegría experimentada en grado sumo. “La mística es vivir lo cotidiano con apertura al misterio. Tiene que ver con el gozo, pero también, como dijera San Juan de la Cruz, es noche oscura, momentos de duda, de dolor, de prueba, de dificultades, momentos en que te sientes cansado, agobiado, cuando no ves una salida; pero todo eso produce un júbilo equivalente al amor que los esposos se expresan afectivamente, carnalmente, a través de la comunión sexual”. En estos tiempos, hablar con un sacerdote provoca cuestionarlo sobre su papel en la sociedad actual, así que no desaproveché la oportunidad.

FLH El desarrollo material de los pueblos contribuye a que, en cierta medida, la gente se vaya desentendiendo de lo espiritual, y el sacerdote se ve afectado por esto. Pero entiendo que hay gente que está consciente del papel del sacerdote en la sociedad, porque así como hay buenos médicos, buenos periodistas, buenos abogados, hay sacerdotes que juegan un papel clave creando armonía, evangelizando, humanizando. Estoy convencido que el evangelio de Jesús es un medio excelente para que el mundo sea mejor, para crear sentimientos nobles en las personas.

LMG. Has sobrellevado tu doble condición de sacerdote y poeta, pero si se te presentara una bifurcación en el camino, ¿cuál senda eligirías?

FLH Desde que yo era seminarista y estudiaba con los Paúles en el ensanche Ozama, venía experimentando la presión de las dos vocaciones, el sacerdocio y la literatura; en distintas épocas, he tenido momentos de contradicciones, situaciones tensas, porque por un lado me debo al sacerdocio, que es muy exigente, y por otro, en la parte más íntima, más personal, deseo cultivar la poesía. Ante esos momentos, he tenido que hablar con mis superiores, preguntarles qué hago, y ellos me han aconsejado: “Tú sigue adelante”, ahora sé que no traicionaría ninguna de las dos vocaciones..

La frase

La mística produce un júbilo equivalente al amor que los esposos se expresan afectivamente, carnalmente, a través de la comunión sexual”.

Sus poemarios

Fausto Leonardo Henríquez ha publicado los poemarios: Claridades, Sucesiones, La seducción del aire, La otra latitud, Muestra poética, Insula presentida y Arca de amasar diluvios. Es también fundador y editor de la revista cultural CriticArte.

28 noviembre 2020

LECTURA DE POEMAS EN AMIGOS DE LA POESÍA

Centro Aragonés, Amigos de la Poesía, 1995. Acompañando a Marily Morales Segovia, poeta argentina arraigada en Valencia. La lectura de poemas tuvo una doble vertiente, la voz de la poeta y la interpretación fácil de algunas piezas de guitarra clásica. Morales Segovia tenía una extraordinaria cualidad de para poner en escena sus lecturas de poemas. Se le iba el alma en cada verso, en cada palabra.


La poeta falleció el 12 de febrero de 2017. Un par de años antes de este acontecimiento, nos vimos en Barcelona. Ella me buscó para comunicarme su nuevo amor. Como siempre, ella tenía un aire místico. Pero esta vez iba muy en serio. Estaba apasionada por Jesucristo y lo decía como si recitara el Cantar de los Cantares. Que su alma goce de la paz divina, del abrazo del Amado.


Poeta Marily Morales Segovia


ENCUENTRO DEL ATENEO INSULAR

24 de agosto de 2014. El encuentro del Ateneo Insular del Movimiento Interiorista tuvo lugar en el Centro de Espiritualidad Carmelita, Autopista Duarte, La Vega. Esta cita de los interioristas se celebra mensualmente. El diálogo, la crítica, la lectura de poemas, la discusión intelectual, las ponencias sobre la literatura son una constante en estas reuniones. Esto, naturalmente, enriquece tanto a los escritores consolidados como a los que van haciendo camino. En mi opinión, las reuniones literarias del Ateneo Insular acrisolan el carácter y abren horizontes a las mentes más acuciosas y creativas.












TULIO CORDERO EN LA SOCIEDAD LA PROGRESISTA

 23 de agosto de 2014. Tulio Cordero, sacerdote y poeta dominicano, presenta su obra poética en La Progresista, La Vega. La antología Hilo de fuego reúne lo mejor de Latido cierto, Si el alba se tardara, La sed del junco, La noche, las hojas y el viento, Tienda de la presencia. La poética de Cordero está impregnada de sabiduría, mística y ternura. Dice el poeta José Mármol, en el colofón de Hilo de fuego: «El lenguaje de Tulio Cordero es, en ciento modo, el vestigio, la huella de una depurada actitud filosófica y teológica que, entroncada con la contemplación, la misión evangelizadora y del desprendimiento, en mesurada y honda actitud de rechazo a lo que bestializa al hombre actual, ha encontrado en la no pretensión el lugar donde habita su grandeza». Pocas voces en la República Dominicana cantan lo cotidiano y embellecen el mundo con la sutileza con que lo hace Tulio Cordero.


De izqda. a dcha. Dr. Bruno Rosario Candelier, Tulio Cordero, FaustoLh, Henry Santos Lora






27 noviembre 2020

ENCUENTRO CON ROBERTO SOSA Y JOSÉ ADÁN CASTELAR

 El 19 de abril de 2006 tuve la oportunidad de conversar con Roberto Sosa, autor de uno de los poemarios más relevantes de América Central, Un mundo para todos dividido. El encuentro se produjo en Tegucigalpa, Honduras. Le entregué el poemario Ínsula presentida y el primer número de la Revista CriticArte, dedicada al poeta José González. Sosa recibió con gratitud mi obsequio. Sereno, meditabundo, solo hablaba lo necesario para no herir el aire. ¡Cuánta templanza había en su mirada!







En la misma fecha (19 de abril de 2006), coincidiendo con mi viaje a Tegucigalpa, también me reuní con el poeta José Adán Castelar en la Hemeroteca Nacional, donde él trabajaba. Allí me dedicó su poemario También del Mar. Unos meses más tarde, 1 de noviembre volví a visitar al poeta. Para esta ocasión me dedicó su libro más reciente, Cauces y la última estación. En la dedicatoria me escribió, con la certeza de quien ya había consumado trayectoria como poeta: "Creo que este es mi mejor libro –pienso yo–".










25 noviembre 2020

CUADERNO DE SAN MARTÍN, JORGE LUIS BORGES


Por FaustoLh

La muerte es la más atroz certeza de la mortalidad del ser humano

Cuadernos de San Martín, 1929. La experiencia de la muerte llega a muy temprana edad. La muerte, ese tremendo problema de la existencia que aturde al más bien plantado, despierta del sueño al niño que fuera Borges. «Yo era chico, yo no sabía de muerte, yo era / inmortal; / yo lo busqué por muchos días por los cuartos sin luz» (Isidoro Acevedo).

La muerte es la más atroz certeza de la mortalidad del ser humano. Cuando ella nos roza de cerca o viene hacia nosotros sentimos horror, vértigo. Si embargo, un solo instante de felicidad, un solo gesto de vida vale más que todo. Cuando la vemos llegar sentimos que vamos «hacia una muerte sin inmortalidad y sin honra […] La muerte es vida vivida, / la vida es muerte que viene; / la vida no es otra cosa / que muerte que anda luciendo […] porque la plenitud de una sola rosa es más que tus mármoles». (Muerte de Buenos Aires).

Tiempo y eternidad se debaten en la arena del circo, que es este mundo. El tiempo es fermento del no tiempo, es decir de la eternidad. «Si esto es verdad y si cuando el tiempo nos deja, / nos queda un sedimento de eternidad, un gusto del mundo, / entonces es ligera tu muerte» (A Francisco López Merino).

A veces creemos poseer la verdad toda, pero no cierto es que no es más que soberbia intelectual. Por eso es bueno caer de una vez en la cuenta que apenas si poseemos un fragmento de la verdad y del misterio. «Sólo poseo de ti una deslumbrada ignorancia». (El Paseo de julio).

FERVOR DE BUENOS AIRES, JORGE LUIS BORGES


Por FaustoLh

JORGE LUIS BORGES, Obra poética. Emecé Editores, Buenos Aires, 1998. El día 10 de septiembre de 1998, estando yo en Buenos Aires, tuve la feliz ocasión de hacerme con esta obra de setecientas páginas en la que se podemos leer los trece libros de poesía del célebre escritor y poeta argentino.

Diez años después vuelvo a releer a Borges. Decido, pues, rescatar algunos poemas y versos que despertaron en mí una especial simpatía. Debo decir que he sentido rechazo al ‘borgianismo’ del que hacen gala ciertos escritores y, tal vez por eso mismo, hacia la obra del ilustre escritor argentino. Pero hoy que vuelvo a reencontrarme con el Jorge Luis Borges poeta, debo decir mi ‘mea culpa’ y honrar su memoria con mi lectura y mis palabras indoctas.

Fervor de Buenos Aires, 1923. El poemario abre con una referencia cultural hebrea. Los griegos pensaban en conceptos, los hebreos en imágenes. Que Borges distingue este dato, lo hace ver su obra. Él también, que tiene la doble virtud, la de pensar en imágenes y la de pensar en conceptos, nos proporciona una bella imagen poética. «Penumbra de la paloma / llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde / cuando las sombra no entorpece los pasos / y la venida de la noche se advierte / como una música esperada y antigua […] Las vidas de los hombres arden / como velas aisladas» (Calle desconocida).

En los primeros poemas se puede apreciar una fogosa virtualidad en la adjetivación: «piadosas curvas», «lentitud cimarrona», «trémula inmortalidad»; «la joven flor platónica, / la ardiente y ciega rosa que no canto, / la rosa inalcanzable»; «ávido puñal», «follaje de estrellas»; «vago miedo», «furtiva noche felina», «tiempo caudaloso».

En lo que puede ser un juego de palabras encontramos belleza formal y belleza intelectual: «Y el mármol no hable lo que callan los hombres» (Inscripción en cualquier sepulcro). El desdoblamiento de la filosofía platónica y la analogía de la noche con los ojos de un ciego tienen una especial certeza, es decir de verdad profunda. «Y ya que las ideas / no son eternas como el mármol / sino inmortales como un bosque o un río […] La noche gastada / se ha quedado en los ojos de los ciegos» (Amanecer). «Toda la santa noche la soledad rezando / su rosario de estrellas desparramadas» (Noche de san Juan). «Alguien descrucifica los anhelos / clavados en el piano» (Sábados).

La vida necesita que todos los días reciba un nuevo impulso de nuestra parte. No se puede esperar de la vida, al contrario, ella espera de nosotros que la elevemos a lo más alto. «Habré de levantar la vasta vida / que aún ahora es tu espejo: / cada mañana habré de reconstruirla» (Ausencia).

La oscuridad –«se oscureció mi dicha»-, encierra una inquietud existencial, no evidente en un primer instante, pero que puja, lucha por salir. «La oscuridad está en la sangre / de las cosas heridas» (Atardeceres); «Oh tardes merecidas por la pena, / noches esperanzadas de mirarte» (Despedida).

EL OTRO, EL MISMO, JORGE LUIS BORGES, 1964.

 


Por FaustoLh

El Otro, El Mismo, 1964. La preocupación por el tiempo atraviesa transversalmente la obra poética y el pensamiento deJorge Luis Borges. Él mismo dice en el prólogo a esta obra poética: «La contradicción del tiempo que pasa y de la identidad que perdura, mi estupor de que el tiempo, nuestra substancia, pueda ser compartido».

La noche, símbolo de desvelos, de angustias y cavilaciones sorprende al poeta. Una noche en vigilia es como decirle a la memoria, a la imaginación, que salgan de sus aposentos. La memoria es, como dice el mismo Borges, la ‘cuarta dimensión’ en la que el poeta se encuentra. «De fierro, / de encorvados dientes de enorme fierro, tiene que ser la noche, /para que no la revienten y la desfonden / las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto, / las duras cosas que insoportablemente la pueblan» (Insomnio).

Hay una identificación de Borges con el agua como cuarto elemento. Los otros tres son, recordemos, la tierra, el aire y el fuego. Muy celebrados por los antiguos filósofos de la Grecia Antigua. Sor Juana Inés de la Cruz, la monja de Nueva España, México, canta a los cuatro elementos, pero desde una perspectiva cristiana navideña. Octavio Paz dedica el tomo 5 de sus Obras Completas a la célebre poeta mexicana. Borges, decía, se siente atraído por el cuarto elemento, el agua. El agua está asociada con el transcurrir del tiempo. «Tiempo irreversible que nos hiere y que huye […] Agua, te lo suplico. Por este soñoliento / nudo de numerosas palabras que te digo, / acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo. No faltes a mis labios en el postrer momento» (Poema del cuarto elemento).

Un extraño aguijón punza la consciencia de ser, de existir el poeta. Quiero decir, que el hombre es un misterio y el poeta afronta esa inquietud con cierta desazón. Las preguntas eternas de ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿quién soy yo?, estremecen al poeta con una forma inusitada. No les da respuesta, solamente las siente como una fuerza misteriosa. «Mi vida que no entiendo, esta agonía / de ser enigma, azar, criptografía / y toda la discordia de Babel. // Detrás del nombre hay lo que no se nombra; / hoy he sentido gravitar su sombra / en esta aguja azul, lúcida y leve, / que hacia el confín de un mar tiende su empeño, / con algo de reloj visto en un sueño / y algo de ave dormida que se mueve» (Una brújula).

El hombre –de nuevo la angustia ante el enigma de su ser y su existencia–, pasa ligero por el mundo como si estuviera hecho de tiempo. «Hecho de polvo y tiempo, el hombre dura / menos que la liviana melodía» (El tango). «Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día / y con tres pie serrando por el vano / ámbito de la tarde, así veía / la eterna esfinge a su inconstante hermano, // el hombre […] Nos aniquilaría ver la ingente / forma de nuestro ser; piadosamente / Dios nos depara sucesión y olvido» (Edipo y el Enigma).

En continuidad estrecha con “El Hacedor”, resuena con más fuerza en “El Otro, El mismo”, el nombre de Dios. «El infierno de Dios no necesita / el esplendor del fuego […] Dios no requiere / para alegrar los méritos del justo, / orbes de luz» (Del infierno y del cielo). La Verdad está emparentada con Dios, pues es su resplandor. Borges lo dice de otra manera: «¿Qué sucedió cuando el inexorable / sol de Dios, La Verdad, mostró su fuego? / Quizá la luz de Dios lo dejó ciego / en mitad de la gloria interminable» (Baltasar Gracián). «Y, hecho de consonantes y vocales, / habrá un terrible Nombre, que la esencia / cifre de Dios y que la Omnipotencia / guarde en letras y sílabas cabales […] Sabemos que hubo un día / en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre / en las vigilias de la judería» (El Golem). «Dios quiere andar entre los hombres // y nace de una madre, como nacen / los linajes que en polvo se deshacen, / le será entregado el orbe entero, // aire, agua, pan, mañana, piedra y lirio, / pero después la sangre del martirio, / el escarnio, los clavos y el madero» (Juan 1,14). «Dios me ha devuelto al mundo de los hombres, / a espejos, puestas, números y nombres» (Alexander Selkirk). «Miraba / lo que ven los ojos terrenales:/ la ardiente geometría, el cristalino edificio de Dios y el remolino sórdido de los goces infernales». (Emmanuel Swedenborg). «No hay una cosa de Dios en el sereno ambiente / que no lo exalte misteriosamente» (Jonathan Edwards). «Dios, que sabe de alquimia, lo convierte / en polvo, en nadie, en nada y en olvido» (El Alquimista). «Ya es impreciso / en la memoria el Paraíso, / pero yo sé que existe y que perdura» (Adam Cast Forth).

Como estamos hecho de tiempo, soñamos con una mañana sin tiempo; eterno mañana. ¿Será posible pasar de los sueños al sueño que todos soñamos? «Entra la luz y asciendo torpemente / de los sueños al sueño compartido […] ¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte, / me deparara un tiempo sin memoria / de mi nombre y de todo lo que he sido!» (El despertar). «Pero bien sabe / que el trino no es del árbol ni del ave / sino del tiempo y sus vagos días» (París, 1856). «¿No es acaso / tu irreversible tiempo el de aquel río / en cuyo espejo Heráclito vio el símbolo / de su fugacidad» (A quien está leyéndome).

La adjetivación vigorosa, que viene desde su primera obra poética, caracteriza la poesía de Borges. «Clara reina»,«insufrible sol», «incesantes ojos», «cóncava fama», «oscuro olvido», «blancura ciega», «hondo vino», «roja metáfora», «triste olvido», «dura tiniebla»,«insomne braseo», «oscura visión».

Hay una complicidad entre la palabra y el poeta. Él pergeña versos, el telar de su memoria, como Penélope que tejía su esperanza de volver a ver a Ulises. «Gastada por los años la memoria / deja caer la en vano repetida palabra y es así como mi vida / teje y desteje su cansada historia […] Más allá de este afán y de este verso / me aguarda inagotable el universo». (Composición escrita…).

Nuestra estancia en el mundo es tan breve y fugaz que, aunque vivamos largos años, apenas si es un suspiro la vida. Cuando el tiempo transcurrido se hace memoria, el pasado se vuelve la única certeza, tal vez el único asidero. El poeta lo sabe, por eso dice: «Soy un instante / y el instante ceniza, no diamante, / y sólo lo pasado es verdadero» (A una espada en Cork Minster).

Pero este instante, aún sea glorioso, se desvanece. El poeta desea que perdure, no su nombre, sino al menos un destello de su poesía. El aeda ha vivido más que para engrandecer su nombre, para enaltecer la poesía. «La fama, ese reflejo / de sueños en el sueño de otro espejo» (Spinoza). «Que mi nombre sea Nadie como Ulises, / pero que algún verso perdure / en la noche propicia de la memoria» (A un poeta sajón). «La memoria erige el tiempo» (El instante). «Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia / como si ésta ya fuera ceniza en la memoria» (Soneto al vino).

Arriba hemos indicado en el poema “Una brújula” la gran inquietud de Borges ante el enigma que es el hombre, el ser humano. En un soneto vuelve a retomar el tema, pero a la luz de la mitología. Proteo, según el mito, podía metamorfosearse o convertirse en uno de los elementos: tierra, agua o fuego. Proteo, además, según Virgilio (Geórgicas, IV) lo sabía todo, lo que es, lo que fue y lo que será. Borges acude al mito para decirnos: «Yo que soy el que ahora está cantando / seré mañana el misterioso, el muerto, / el morador de un mágico y desierto / orbe sin antes ni después ni cuándo. / Así afirma la mística. Me creo / indigno del Infierno o de la Gloria, / pero nada predigo. Nuestra historia / cambia como las formas de Proteo. / ¿Qué errante laberinto, qué blancura / ciega de resplandor será mi suerte, / cuando me entregue el fin de esta aventura / la curiosa experiencia de la muerte? / Quiero beber su cristalino Olvido, / ser para siempre; pero no haber sido» (Los enigmas).

La melancolía invade a ratos el músico de la lira de Orfeo. La tristeza nace de la terrible certeza de la brevedad de la vida. O, dicho con otras palabras, el miedo a la muerte, horror vacui, acecha al poeta y le hace pensar en el desenlace de la vida. «La vida es corta / y aunque las horas son tan largas, una / oscura maravilla nos acecha, / la muerte, ese potro del mar, esa otra flecha / que nos libra del sol […] Sólo me queda el goce de estar triste» (1964, II).

Mientras vivimos, mientras estamos en este mundo, hay que agradecer, la admirable certeza de nuestra existencia. Cada día es un regalo, una oportunidad para la alegría. La no menos verdad de que la muerte nos sobrevendrá nos apremia a valorar cada instante. Por eso el poeta dice ser: «Un hombre que ha aprendido a agradecer / las modestas limosnas de los días […] Quizá en la muerte para siempre seremos, / cuando el polvo sea polvo, / esa indescifrable raíz, / de la cual para siempre crecerá, ecuánime o atroz, / nuestro solitario cielo o infierno». (Alguien). «Sólo del otro lado del ocaso / verás los Arquetipos y los Esplendores». (Everness). «Sé que en la eternidad perdura y arde / lo mucho y lo precioso que he perdido: esa fragua, esa luna y esa tarde» (Ewigkeit).

En el poemario “El hacedor” (1960) Borges escribe el “Poema de los dones”. Ahora, en el “Otro, El mismo”, vuelve a escribir “Otro poema de los dones”. En este poema hermoso del que espigo estos versos: «Por el amor, que nos deja ver a los otros / como los ve la divinidad […] por los ríos secretos e inmemoriales / que convergen en mí […] por el mar, que es un desierto resplandeciente […] por el oro, que relumbra en los versos».

En este poemario, “El Otro, El mismo” el poeta oscila entre la memoria, el tiempo, el enigma del hombre –de él mismo-, el sueño y la muerte, que nos persigue como una sombra de nuestro mismo cuerpo. «Nuestro deber es la gloriosa carga / que a nuestra sombra legan esas sombras / que debemos salvar […] Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso». (Oda escrita en 1966).

Los sueños crean una atmósfera de satisfacción, un estado del que no quisiéramos salir, porque ellos, acaso, son una réplica de aquello que anhelamos, no como realidad y deseo, a la manera freudiana, sino como legítima aspiración del Paraíso. Sueños «que bien pueden ser reflejos / truncos de los tesoros de la sombra, / de un orbe intemporal que no se nombra» (El sueño).

El mar, de nuevo el mar. El mar como pregunta, como insondable imagen del misterio del hombre. El poeta sabe de su existencia, pero no está seguro de quién sea él. Lo entrevé en la dimensión telúrica del mar que impacta su propio ser. Dicho con otras palabras, el mar alude a una dimensión trascendente, metafísica que no le es ajena, para nada, a Borges. «¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento y antiguo ser que roe los pilares / de la tierra y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y viento? […] ¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día / ulterior que sucede a la agonía». (El mar); (véase “Singladura” del poemario “Luna de Enfrente").

¿Es la vida un laberinto en el que avanzamos entre sueños y enigmas? ¿Hay una salida victoriosa a la existencia del hombre? Si la eternidad nos aguarda, ¿dónde se gesta la telaraña que aprisiona nuestros más profundos anhelos de vida? «Mis pasos urden su incalculable laberinto […] No nos une el amor sino el espanto» (Buenos aires). «La eternidad está en las cosas / del tiempo, que son formas presurosas» (Al hijo).

LA HISTORIA DE LA NOCHE, 1977, JORGE LUIS BORGES





Por FaustoLH

La Historia de la Noche, 1977
. Este es el décimo primer poemario de Jorge Luis Borges. Percibo en este trabajo un intento de síntesis en el cual la sabiduría, el conocimiento, alcanza su cima. El hombre, Dios, la ciencia, el mito, las creencias gravitan en la razón del poeta.

El bardo argentino se mira a sí mismo, en el ocaso de su vida, como Ulises Laertes, que, de retorno a casa, suspira recordando las ansias de conquistar el mundo y los peligros terribles que corrió en sus andanzas. En Las mil y una noches Borges halla las metáforas que, de alguna manera, han sido las suyas propias. 1. El río, su pesadilla número uno. 2. El tapiz, el cual con su aparente desorden de trazos y colores alberga una perfecta armonía y un secreto orden. El cosmos, el universo es figura de ese tapiz. 3. El sueño, el sueno como aspiración del Paraíso, pero también como el sueño que se desdobla en otro sueño y así hasta perderse en la oscuridad misma del sueño. 4. El tiempo, que se extiende ante nuestros ojos como un mapa sin bordes precisos; tiempo que devora insaciablemente a las generaciones, y que contempla la ‘larga vigilia de los astros’. Tiempo insomne, tiempo de sombras, lima de los mármoles. «Las Noches son el Tiempo, el que no duerme» (Metáforas de las Mil y Una Noches).

El poeta va de lo simple a lo complejo, de lo pequeño a lo maravilloso. De ahí que, con el asombro que produce el mago ante los ojos de un niño, nos diga: «Música del Japón. Avaramente / de la clepsidra se desprenden gotas / de lenta miel o de invisible oro / que en el tiempo repiten una trama / eterna y frágil […] En esa música / yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro» (Caja de Música).

En los personajes de leyenda el poeta se mira a sí mismo. Traspone en los héroes mitológicos sus dolencias. O, dicho de otra manera, hay personajes que son metáfora del mismo Borges. Por ejemplo, Endimión, Ulises, Don Quijote. «Yo dormía en la cumbre y era hermoso / mi cuerpo, que los años han gastado […] Diana, la diosa, que es también la luna, / me veía dormir en la montaña / y lentamente descendió a mis brazos / oro y amor en la encendida noche» (Endimión en Latmos). «La reina supo que era el rey        cuando se vio en sus ojos» (Un escolio). «No quiero ser el que soy […] Soy un hombre entrado en años. […] Lo he sentido / a veces en mi triste carne célibe […] Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño / que entreteje en el sueño y la vigilia […] Mi Dios, mi soñador, sigue soñándome» (Ni siquiera soy polvo).

Jorge Luis Borges abunda en referencias culturalistas de lugares, personas y personajes de la literatura universal. Hay en su poesía diafanidad, la hay incluso en el uso de las metáforas y las adjetivaciones. «El húmedo zaguán. La vieja casa. En el patio que fue de los esclavos / la sombra de la parra se aboveda» (Buenos Aires, 1899).

El hombre no puede llegar a realizar todas las cosas que desea. La vida tiene un límite. Sin embargo, podemos soñar o imaginar no sólo lo que pudo haber sido sino lo que puede ser. «Pienso en las cosas pudieron ser y no fueron. / El tratado de mitología sajona que Beda no escribió. / La obra inconcebible que a Dante le fue dado acaso entrever» (Thinks that maght have been).

Ahora el poeta está ante el espejo de su conciencia. Luces y sombras, miedos y certezas abruman su alma. «Yo, de niño, temía que el espejo / me mostrara otra cara o una ciega / máscara impersonal que ocultaría / algo sin duda atroz […] Yo temo ahora que el espejo encierre / el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, / el que Dios ve y acaso ven los hombres» (El espejo).

La más aguda certeza del poeta Jorge Luis Bor-ges, sobre todo la del Borges de siete décadas, es la de saberse memoria. Del poeta sólo queda la memoria, lo vidido. Neruda dirá de sí mismo ‘confieso que he vivido’. Borges sabe que ha vivi-do por la dicha que destila su memoria, es decir por los recuerdos que afloran desde el fondo del inconsciente. «Soy la carne y la cara que no veo […] Soy el que no conoce otro consuelo / que recordar el tiempo en la dicha» (The thing I am).

El problema de la ceguera amplía la agudeza del poeta. El tacto se convierte en el sentido cómplice. El ciego ve por el tacto, por los oídos. Ahora ya nadie se mira en espejo porque quien está ante él no ve más allá que su propia oscuridad. «Un hombre ciego en una casa hueca / fatiga ciertos limitados rumbos / y toca las paredes que se alargan». (Un sábado).

Borges, que halla una analogía entre él sueña y el sueño de Chiang-Tzu, el cual “soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre” (El bastón de laca). Al final de la vida, como sucede con el poeta al escribir “Historia de la noche”,  nos preguntamos, ¿soy en verdad el que quise ser, el que soñé ser? Y si creo que soy el que soñé ser, ¿no será que no sé distinguir el que antes era y el que ahora digo que soy? 

Edipo Rey inventó la noche en los cuencos de sus ojos. Tiriel, de William Blake, no conoció más que la oscuridad de sus ojos. Borges conoció el día y la noche o, mejor, un perenne crepúsculo. «A lo largo de sus generaciones / los hombres erigieron la noche […] En el principio era ceguera y sueño / y espinas que laceran el pie desnudo […] Ahora la sentimos inagotable / como un antiguo vino / y nadie puede contemplarla sin vértigo / y el tiempo la ha cargado de eternidad» (Historia de la noche). FLH

LA CIFRA, 1981. JORGE LUIS BORGES

Por FaustoLH


La Cifra, 1981. La poesía de Borges tiene un gran alcance intelectual. Inspirado en Francis Bacon, Emerson, Browning y Jaimes Freyre el poeta dice en el prólogo a este poemario que «estas páginas buscan, no sin incertidumbres, una vía media».
Podemos hablar, sin temor a equivocarnos, de una ‘teoría de los espejos’ en Borges quien, con su genio agudo, sabe trasponer sus propias angustias, y lo que es más, sus grandes preguntas existenciales a los seres y cosas que lo rodean. «El gato blanco y célibe se mira / en la lúcida luna del espejo […] ¿Quién le dirá que el otro que lo observa / es apenas un sueño del espejo […] ¿De qué Adán anterior al paraíso, / de qué divinidad indescifrable / somos los hombres un espejo roto?» (Beppo).

Acabo de decir que en la obra poética de Borges podemos hablar de una ‘teoría de los espejos’. Esta afirmación se sostiene en el hecho de que el espejo o los espejos desprenden algo de misterio o, mejor, de sueño y magia que lleva al poeta a hacerse preguntas de gran profundidad como acabamos de ver en el “Beppo”. Habría que analizar a fondo esta teoría que apenas si entreveo en poemas como “Ausencia”, “Los espejos”, “Arte poética”, “A quien está leyéndome”, “Spinoza”, “Invocando a Joyce”, “Elogio de la sombra”, “Un ciego”, “Al espejo”, “Una llave en East Lansing”, “La luna”, “La moneda de hierro”, “El espejo”.

La vejez deviene como una sombra. Esta realidad existencial está asumida por el artista que considera la senectud como la antesala de la muerte. La vejez se sostiene en la esperanza. El poeta se repite como Penélope que rehace una y otra vez el tejido. La vejez se presenta aquí con el genio erosionado, infecundo. «Y la vejez, aurora de la muerte […] y vísperas de trémula esperanza» (Aquél). «Soy la fatiga de un espejo inmóvil / o el polvo de un museo» (Eclesiastés, 1, 9). «Soy aquel otro que miró el desierto / y que en su eternidad sigue mirándolo. / Soy un espejo, un eco. El epitafio» (Yesterdays).

La vejez está vinculada al insomnio, que es, acaso, lo que más teme un anciano. Pero también la vejez está asociada al miedo de perder las facultades vitales. El insomnio «es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales»; la longevidad «es el horror de ser en un cuerpo humano cuyas facultades / declinan, / es un insomnio que se mide por décadas» (Dos formas del insomnio). Ante esta terrible realidad a la que se enfrenta el anciano, surte al paso la inevitable corazonada de pasar de este mundo a la eternidad. El poeta se aflige ante ella y exclama: «No estoy acostumbrado a la eternidad» (The cloisters).

Esperar la muerte no resulta fácil. Sin embargo, reflexionar sobre ella hace más ligero el paso y menos pesada la angustia existencial. La duda o, mejor, el escepticismo aflora en bate argentino. «Del otro lado de la puerta un hombre / deja caer su corrupción. En vano / elevará esta noche su plegaria / a su curioso dios, que es tres, dos, uno, / y se dirá que es inmortal […] Eres, hermano, ese hombre». (La prueba). «¿Dónde estará la rosa que en tu mano prodiga, sin saberlo, íntimos dones? […] La rosa verdadera está muy lejos. / Puede ser un pilar o una batalla […] o el júbilo de un dios que no veremos» (Blake).

La Cifra” tiene un tono de despedida, una extraña sombra de melancolía que avisa ya la muerte del poeta. «Del otro lado de la muerta un hombre / hecho de soledad, de amor, de tiempo, acaba de llorar en Buenos Aires / todas las cosas» (Elegía). «¿Seré apenas, repito, aquella serie / de blancos días y de negras noches / que amaron, que cantaron, que leyeron / y padecieron miedo y esperanza […] Quizá del otro lado de la muerte / sabré si he sido una palabra o alguien» (Correr o ser).

Se confirma una vez más la obsesión heraclitana de Borges. Esto es, su teoría de que transcurrimos como el río que pasa y se queda, mas no el mismo, puesto que nunca sus aguas son las mismas. Somos río, tiempo. Paso irrevocable de la existencia que se precipita hacia el olvido. Precisamente por la fugacidad de la vida humana es que el poeta se propone pergeñar los versos que le garanticen, después de su estancia terrenal, permanecer incólume en la palabra poética. «Somos el río que invocaste, Heráclito. / Somos el tiempo […] Otra cosa no soy que esas imágenes / que baraja el azar y nombra el tedio. / Con ellas aunque ciego y quebrantado, / he de labrar el verso incorruptible y (es mi deber) salvarme» (El hacedor).

El poeta sazonado ya por los años que le ha deparado la vida, lúcido, se sitúa ante la muerte con una actitud reverencial y, diría, creyente. Hay un hilo invisible –la fe cristiana- que teje la vida, el pensamiento de Jorge Luis Borges. Alabo la actitud frente al misterio. Que un intelectual como Borges crea y hable con sencillez de Dios es aleccionador. Y pienso, de repente, en hombres que creyeron en Dios siendo prominentes lumbreras de la ciencia y el saber. «Que el hombre no sea indigno del Ángel / cuya espada lo guarda / desde que lo engendró aquel Amor / que mueve el sol y las estrellas […] El otro lo mira […] Señor, que al cabo de mis días en la Tierra / yo no deshonre al Ángel». «Algo, sin embargo, nos ata. / No es imposible que Alguien haya premeditado este / vínculo. / No es imposible que el universo necesite este vínculo» (El bastón de laca).

La senectud pertenece al reino de la soledad, más aún para las personas longevas, como sucede con el poeta. Borges como Hierocles, exclama: «Si debo entrar en la soledad / ya estoy solo. / Si la sed va a abrasarme, / que ya me abrase» (El desierto). Sería interesante comparar al Borges de “La Cifra” al Aleixandre de “Poemas del conocimiento”. Nos lleveríamos más de una sorpresa, sin duda.

En “La Cifra”, Borges nos sorprende con un puñado de haikus –también escribió tankas japonesas, recordemos-, de gran belleza y encanto. «Algo me han dicho / la tarde y la montaña. / Ya lo he perdido. // Callan las cuerdas. / La música sabía / lo que siento. // ¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?» (Diecisiete haiku).

La Cifra” es un poemario cuya pretensión es dejar constancia de que llagará un momento, por más que lo intentemos, en que ya no veremos ni la luna, ni el sol, ni los días ni las noches. No podremos alcanzar todo lo que quisiéramos lograr. Nuestra existencia tiene un límite en el saber, en el conocimiento y en años. La suma de lo vivido siempre será infinitamente menos de lo que quedó por vivir. «No volverás a ver la clara luna. / Has agotado ya la inalterable / suma de veces que te da el destino. / Inútil abrir todas las ventanas / del mundo. Es tarde. No darás con ella». (La cifra).

TRANSITO DE VENUS. JEAN SURIEL

  


Por Fausto A. LEONARDO HENRÍQUEZ

Desde muy joven Jean Suriel ha sido influenciado por autores universales como Gustavo Adolfo Bécquer, Pablo Neruda, Rafael Alberti, Rubén Darío, Antonio Machado y, naturalmente, por autores dominicanos como Pedro Mir, Fabio Fiallo, así como Tulio Cordero, Frank Rosario, José Mármol, entre muchos otros. Es simpatizante del Movimiento Interiorista, cuya estética ya se puede percibir, aunque de forma incipiente, en este poemario.
Tres vertientes caracterizan la obra Tránsito de Venus, a saber: la sensual, la espiritual y la mítica. Hay una cuarta vertiente, menos clara para el lector, tal vez por las trasposiciones de emociones poéticas, que viene a ser una variante de la tercera, que también se incluye como último inciso con el subtítulo genérico de “variaciones”.

1. Eros poético

En una primera lectura de este poemario se percibe un sentimiento vital que emerge de los más variados estados del alma del artista. La atmósfera en que suele darse ese sentimiento tiene que ver mucho con la soledad, el silencio y la vigilia. “Cuando la noche destila su silencio […] renace la hoguera / de un sentimiento”. (Preámbulo).
Pronto el lector se da cuenta de que las intenciones del poeta se orientan, justamente, hacia la creación de una realidad vital, pasional. Para un corazón que sabe esperar, nunca es tarde para el amor que llega, que aparece y deslumbra, despertando de nuevo las ilusiones y el deseo de vivir. “Eternamente tarde / se articuló tu existencia, / pero a mi corazón / no has llegado tarde”. (Eternamente tarde).
El artista nace, es recreado en el agua clara de los ojos de la mujer en que él se mira –esto se verá más claramente cuando se avanza en el presente texto-, y contempla, ebrio de estrabismo. La mirada de ella, de la amada, y la de él, al encontrarse, se funde en la ignición y se encuentran en la luz. “Nazco en tu mirada / la luz de tus ojos me recrea”. (Tú, mirada).
En este primer estadio del “Eros poético”, el bardo lleva al lector más adentro en sus intenciones. Sin ambages, el creador manifiesta que el eros consume los cuerpos. Fuego que no se extingue en la carne, sed que no se apaga en el deseo. Deseo que atiza el beso, la fantasía y el erotismo. El eros se abre a un abismo insaciable que arroja al amante a lo infinito. Nada, ni la más ardiente pasión sacia al amante que se queda en la orilla del deseo, obligado a retener en la memoria –ojo a este dato porque es clave- lo que los sentidos querrían fuera eterno. “Infinito el viaje por tu piel / por cada recodo […] se cuela por mi lengua / infinito el deseo que / contrae mis labios […] infinita la mirada que / desdice los prejuicios”. (Infinita tú). Aquí resuena Neruda: “Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia. / Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!” (Veinte poemas de Amor…).
El amante, ávido, busca la forma de retener a la amada. Amor fugaz, pero vivo. Se impone aquí una pregunta, ¿cómo conservar algo que se diluye? ¿De qué forma retener a quien ya se fue y ha dejado una estela en la memoria, una herida en el sentimiento? Aquí está, muy probablemente, la clave poética de Tránsito de Venus. “Intento regresarte / reiterar / tu retorno de / ese no sé que destino […] recobrarte en la última imagen / que se mantiene con vida”. (Quédate, el amor y la distancia).
La amada, como astro solar, polariza  el eje gravitacional del amado. Ella, con su fuerza de atracción, subyuga al amado. Traslación y rotación son dos movimientos que dependen de ella. Los límites, los ritmos y la danza de las presencias, dependen de ella. (“Llama doble” de Octavio Paz podría iluminar aún más lo que aquí se quiere decir). “Amo eso que haces con tus manos, con tu boca, / amo el ritmo que contiene tu cintura, / la danza de tu cuerpo” (La danza).
Hay en la poesía de Jean Suriel una fuerte dosis de platonismo. No se trata de una banalización del amor, sino más bien, si cabe, la expresión del amor cortés, elegante, formal. “Hago el amor con tu recuerdo”. (Digo amor).
En Tránsito de Venus el poeta, sutilmente sensual, expresa la universal pasión del género humano. Lo hace desde su condición varonil, caballeresca. Esto quiere decir, con otras palabras, que la amada, fuente de inspiración y de amor, queda enaltecida. “Mis besos / mis ternuras / se graban con la tinta / del deseo […] De ti aprendí a amar / y a ti retorno para amar”. (Tú, mi aliento y mi pincel).
Queda claro, pues, que el amante profesa a su amada eterno amor. Este amor es fuerte, veraz. Ese amor traspasa el tiempo, no se puede ocultar ni detener. La única cosa que puede sofocarlo es, sencillamente, el ser correspondido. “Si mi querer tu vida destruyera / jamás te amaría cuanto quisiera. / Si, al contrario, tu vida edificara, / eternamente mi vida te amara”. (Poema de amor).
La razón vital por la que vive el amado, su única alegría, lo que le llena de sentido, es la presencia de la amada. El día tiene luz si está ella, si ella colma el corazón del amado. “Ayer, vi el dulce vuelo de las aves. / Pero, ¿sabes?, también te vi, / vi tu silueta escapar entre sus alas”. (Ayer).
El amado se dirige a su amada para decirle sus más secretas intenciones, sus más profundos deseos. No le hablará al oído, sino al corazón que oye el lenguaje del amor, como hizo Dios con su pueblo, según la revelación bíblica (Oseas 2, 16). “Te llevaré conmigo / a la soledad del desierto / y nos hablaremos al corazón / los más hondos secretos”. (Te hablaré al corazón).
La nostalgia y los recuerdos invaden al amado. La amada ha dejado impresa en la memoria –recuérdese este dato- en los sentimientos del amado, el hechizo de su presencia. Si ella no está, todo se hace nostalgia. “Soy esclavo de los aires / que llegan hasta mí, húmedos, / que rememoran tu aliento”. (Ausencia).
La vida sin ella, sin la amada, pierde brillo, luz. La intuición de Heráclito sobre el paso de la vida y la permanente angustia sobre el tiempo de Borges, emergen en Tránsito de Venus. La vida, que pasa, tiene sentido si está la amada. “Pasas por la vida, / pasas la vida, / vienes, vives, huyes, / y no vuelves por la vida. […] el trayecto de la vida / se esfuma en tus vestidos níveos”. (Anclas).
El poeta, sumido en la melancolía, se deja llevar, al desgaire, por las galerías que desembocan en la muerte. Este sentimiento universal, que atrapó a los románticos, invade a los poetas de todos los tiempos. “Estoy tirado en un rincón de la alcoba […] oliendo el perfume de la rosa que muere, / escuchando mi corazón que muere”. (En un rincón”). Este sentimiento, acaso provocado por la fugaz dicha del placer, es el que aparece en la Rima XXI de Bécquer: “Nuestra pasión fue un trágico sainete”.

2. Una mujer vestida de luz

La mujer pasa de una dimensión puramente corpórea y sensual, a un estadio espiritual. Esto es perceptible en el encuentro de la mujer con el Logos-Cristo, y en el libro del Apocalipsis donde la mujer aparece vestida de luz divina. La mujer vestida de luz concebida por Suriel es digna de amor, digna de ser amada por lo que es, por su ser, por su belleza y no por la sensorialidad. El eros, el deseo, ya no vale o, si se quiere, el eros –como se vio arriba- se ha transformado en visión mística y mítica.
Magdalena, símbolo del deseo, de la seducción, atrae con el fuego de su mirada. Ella, que derrama el nardo sobre sus pies del Nazareno, ama y desea, pero ya no carnalmente, sino con un afecto inocuo, puro, místico. “Atizona el deseo revelador / en los labios flamígeros / del transformado Logos. […] Y tú, Magdalena, / escondes detrás de tus ojos acuosos / el arcano de la espera. […] Aroma desparramada / en la albura / de tus manos castas”. (Magdalena).
Por segunda vez Magdalena vuelve a estar a los pies de Jesús, pero esta vez bajo la cruz. Allí el desconcierto invade su corazón. La belleza varonil del Nazareno ha desaparecido. Ella llora, pero ¿qué llora en verdad? “Tu alma cuelga / el envés de la morada última / del Logos […] pareces sucumbir / en las inmediaciones luctuosas / de un Calvario inexorable. […] ¿Qué secretos brillan / en tus lágrimas agudas?”. (Magdalena).
El poeta, que ha entrado en el ser de Magdalena, la ve esta vez llorar, no a los pies de Jesús en la cruz, sino ante la tumba. ¿Le amaba ella? ¿De qué tenía ella sed? “¿Por qué lloras, Magdalena, / en la sepultura del Nazareno? Como busca la sierva / corrientes de agua, / tú vienes, Magdalena. […] Sólo dos veces / he visto tus ojos / fundidos en llanto […] No queda más pesar / que abandonarse a la vida”. (Magdalena).
Jean Suriel usa la herramienta de la palabra para recrear con su imaginación una realidad arcana. Crea, en verdad, una nueva realidad. Un origen, una tragedia, un soplo de vida, un destierro y un anhelo de volver al primer momento en que el amor fue luz, esto es, a Dios. “Desde el principio / ya existía tu luz, tu ardor, / pero llegó la noche / y separa nuestras aguas” (Pseudos-génesis).
La naturaleza, el cosmos, se encaminan hacia un final, pero no destruirá todas las cosas. Las estaciones dejarán una brecha por donde se colará la vida, la dicha. La mujer, - una sola mujer- ocupará un lugar preeminente cuando todo parezca acabar. El poeta cifra la vida en una mujer; vida que germina en una tierra nueva. “El otoño / no enmudecerá a los árboles, / ni el invierno / apagará la hoguera […] Y estará una mujer, / una sola mujer […] El sol / se irá consumiendo […] Entonces se poblará / y se plantará la viña”. (Pseudos-génesis).

3. Creación mítica de la mujer ideal

Llegados a este punto de lectura, se puede afirmar que la mujer que canta el poeta es divina. El mito sirve al artista para ensanchar su visión de la mujer. El mito –homérico y bíblico- permite al poeta crear una imagen incorruptible de la mujer. Este es un paso muy importante en este poemario, pues lo que empezó siendo una visión carnal, sensual y corpórea de la mujer, ahora pasa a ser una visión platónica o ideal. En este nivel la visión de la mujer es apocalíptica, o sea, entronizada en la esfera de la divinidad, como en la alegoría mítica de Beatriz en la Divina Comedia de Dante Alighieri.
La belleza de la mujer amada ha alcanzado la divinidad. Mujer divina. Humana en la palabra, pero divinizada como Beatriz en el corazón de Dante. Este ejercicio poético es el que se descubre en Jean Suriel: “Era hermosa, quizá lo sea para / la eternidad. […] Creía verla en cada mujer que sonreía. En la rosa / ensangrentada e hiriente. En la luna. En la gaviota”. (Memoria del Viento I).
Ulises Laertes no cesaba de navegar, aún con vientos contrarios, hacia Ítaca, es decir, hacia el lugar donde hallaría a su amada, Penélope. Ulises sufría la separación de la mujer de su vida. Mil obstáculos le impidieron durante veinte años volver a encontrarla. Análogamente, Suriel alza velas, herido y nostálgico, tras su amada sin atracar en ningún puerto. “Continúo buscando sin encontrarla. […] Desembarco en todos los puertos. Apasionadamente. Aunque la / busco en mí mismo, sigue perdida en la distancia”. (Memoria del Viento II).
Penélope es el símbolo de la fidelidad, del amor puesto a prueba hasta el extremo. Ella es la mujer cuyo amor es probado en la espera de Ulises que tarda en llegar. En efecto, cuando se espera activamente, como hacía Penélope que tejía y destejía tu telar, tiene sentido. Ella consintió la espera. Penélope es la conciencia sobre la cual no pasa el tiempo, porque está por encima de lo transitorio. “Todo se detiene / a un paso de mi conciencia / y espero. / Más allá no hay quietud / aunque aquí / tampoco la serenidad / es absoluta”. (Penélope).
El aeda ha idealizado a su amada. No importa que ya no esté, porque ha dejado en su memoria la impronta de su belleza, que permanece intacta, indeleble en su alma. Quien conoce a fondo el sentimiento de Dante por Beatriz –como se ha dicho arriba- comprenderá muy bien esta imagen de mujer contemplada por el artista. “Me parece haberte amado / siempre / en el recuerdo / en lo remoto / en la utopía”. (Reflejos).
Si en los primeros versos de este libro el poeta describía la geografía corporal de la mujer amada, ahora la concibe en la idea, en la imaginación. ¿Es menos real contemplar a una mujer en la idea? ¿No es de carne su figura divina? ¿No existe Penélope en la mente de Ulises o Beatriz en la de Dante? La mujer que ha creado poéticamente Suriel no es menos real y bella. Éste ha creado su propio mito, el de Venus. “Mirando la rosa / bebí su figura, / observando la mujer / robé su aroma / y luego ni la rosa ni la mujer / sino la figura y el aroma”. (Lo referido y lo referente).
Lo hemos apuntado arriba, el poeta ha creado su propia Magdalena, su Penélope, su Beatriz. Ha creado a Venus. Esto es, ha creado su mito. Es decir, el poeta revela que la mujer que describe en estos versos pertenece a su mundo ideal e imaginario. Él ha forjado su bella dama con la alquimia de la palabra y del pensamiento. El mito de Suriel ha creado a la mujer perfecta, intocable, divina: Venus. La suya sólo existe en su mundo poético. “Te formé en el sofisma, / no de la política, / sino de la vida; / te articulé en el mito, / no de la religión, / sino en mi creencia”. (Creación).
Ni Ulises ni Dante ni Suriel pueden sacar de su mente el recuerdo, la imagen de su amada, porque ésta ha adquirido el rango mítico y eterno. El poeta ha creado a su amada y ya no tiene poder más que para contemplarla y amarla. El poeta la hizo eterna, divina y ya no puede, aunque quiera, sacarla de su mundo poético. Esa mujer existe para siempre. “He escrito tu nombre / con tinta indeleble / en mi epidermis, / en mi osamenta, / cual lingüista antiguo / eternizara un extraño idioma / en las pirámides de Egipto”. (Para olvidarte).
A la mujer mítica ya nada terrenal le afecta y sus atributos sobresalen como los de una diosa inmortal. El clímax poético llega con el poema que da título al poemario. “Eres la belleza escondida en lo sublime, / en lo que trasciende y ahonda en el alma, / en lo que esclaviza y libera al unísono / el deseo de la morada sensitiva”. (Tránsito de Venus).
Lo que empezó siendo un rito de los sentidos, de la sensualidad, acaba siendo un mito, una visión de la mujer en el orden del pensamiento y la imaginación. Es esto lo que puede considerarse el mejor hallazgo de la obra de Jean Suriel. “Acudo a descubrirte / en el eros cincelado y taciturno de la imagen. / Pero eres más que imagen / porque prevaleces, sempiterna, a la mitología, / a la escultura, al dato astronómico. / Alcanzas la dialéctica y la fluidez de lo perpetuo”. (Tránsito de Venus).
¿Podrá querer el poeta con amor humano a la que es fruto de su creación? Es posible amar sin límites, superando las adversidades. Si pudo Ulises y Dante, se concluye que sí es posible amarla eternamente. “Quisiera quererte, / así, / apasionadamente y hondo, / […] al momento que se pretende / detener el tiempo, / eternamente”. (Quererte… y punto).

4. Variaciones sobre un mismo tema

Para llegar a la cima de la belleza, al encuentro con la Beldad infinita, hay que arriesgar. Y si se trata de Venus, con más motivo hay que buscarla en lugares no comunes ni habituales. “Te busco en la ola / que estremece el mar. / Transito por senderos / desconocidos / buscando tu piel”. (Antílope).
El dios que hizo posible la existencia de una Beldad, ahora naufragado en sus aguas más profundas –su alma- ha llegado al éxtasis de la complacencia. Ya no forcejea ni da manotadas contra el viento. Ahora la dicha es zozobrar en el seno de la amada. “Barca ya no tengo y mis remos olvidados / en algún lugar de tu carne / donde zozobro / y perduro a la deriva”. (Náufrago).
Exhausto el poeta, acaba el canto a la amada. El viento, la blancura, el silencio, la desnudez del alma, concentran las emociones agolpadas en el poeta que chapotea en la nostalgia.“No tengo garras. Sólo / dono amor a esas calles por las que anduviste vestida de blanco. […] Doblego al silencio para que te / adore en tu único altar. […] Pero yo / quedo detenido en los charcos de nostalgia […] Soy el viento que / espera la última gota de agua”. (El viento).
El ánfora, símbolo de la fecundidad de la mujer, indican que es posible el germen de la vida, de la luz. Es la mujer ideada por el artista “inventada en el aire […] espera en el horizonte / la creación de la luz” (Ánfora).
El poeta siente rota el alma, agrietada sus entrañas de tristeza y amargura. Aquí podría decir con la Nobel de Literatura, Wislawa Szymborska, “Mi alma es tan evidente como el hueso de una ciruela” (Paisaje, en Amor feliz y otros poemas). Tal vez se trate de la herida dolorosa de no tener la criatura de su imaginación: la Venus de sus sueños poéticos. “Es otoño en la mirada fija, / es otoño ya, es otoño adentro / en el alma rota, en las entrañas, / en las grietas hondas y profundas”. (Estaciones del alma sombría I).
Todo es frío, como una tumba, sin la amada. La luz de Venus ya no brilla. Sin ella el bardo se sume en la oscuridad. Sin ella, sin su rostro cálido y luminoso, el frío invierno llega al alma. Una chispa de esperanza queda, pero la noche la devora. Gérard de Nerval dirá: “Car l’homme a le pied dans la tombe, / quand l’espoir ne le soutient plus” (El hombre tiene un pie en la tumba, / si le falta un sostén de esperanza.). Solamente la presencia luminosa de Venus da fuerzas al poeta para superar la adversidad del tiempo. “Álgido el invierno se levanta […] Se curva la noche en el espejo. / Sólo el hielo de la nada cruje, / sólo el témpano del alma sola, /que parece escapar en una ola / de frío. Dolor helado. Sufre”. (Estaciones del alma sombría II).

CONCLUSIÓN

Hemos rascado a fondo con la espátula / cada erupción del pensamiento” (Eugenio Montale, en Satura). La obra de Jean Suriel está concebida con una estructura progresiva. El autor va de la percepción sensual de la mujer, a una percepción más elevada y espiritual. Se percibe aquí un rasgo del Interiorismo.
Pero donde se da un paso cualitativo es en la visión mítica de la mujer. Aquí podría decir Suriel las palabras del poeta hondureño, José Adán Castelar: “No verte es mi ceguera” (Claroscuro, en Tiempo Ganado al mundo). El poemario, pues, se sostiene sobre esta visión dimanada del mito. En este estadio la mujer es autónoma, plena, bella, sublime, divina. Al crear un mito de la mujer, Venus, es decir, al divinizarla el poeta pierde el control de los sentidos y sufre porque sigue siendo humano, mientras que ella reina en la fábula, en el mito. “Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar, / vengo del sitio al que volver deseo; / amor me mueve, amor me lleva a hablarte”. (Divina Comedia, canto II, 70-72).


Un bocado

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