23 enero 2023

Luis Velásquez: La esperanza que no cesa o el espíritu de las cosas


Introducción


Este nuevo libro, De las cosas y sus espíritus, de Luis Velásquez, poeta del Movimiento Literario Interiorista, es un mosaico desigual de poemas que conforman un todo. Tal desigualdad se dice en razón de la pluralidad de temas que han servido de materia al autor para elaborar cada pieza poética. Dicho con otras palabras, el poeta ha escrito un poemario compuesto por una recopilación de poemas de diversas temáticas. Por lo que estamos ante una obra compuesta por diferentes piezas, perfectamente engarzadas.

Elementos cósmicos

Resulta complicado decir algo nuevo, por ejemplo, del agua, los árboles, la alborada, los glaciares o las galaxias. Sin embargo, puedo asegurar, que el poeta Luis Velásquez es capaz de extraer sustancia poética de todo lo que toca. Basta que una cosa lo seduzca para que luego aparezca reconvertido en arte. La fuerza de la poiesis –fuerza creadora del artista– es tal que sorprende por la novedad y frescura de su imaginación torrencial.

Veamos lo que dice de una gota de agua que, para muchos, en la vida real, pasa prácticamente desapercibida. No describe la gota, la inquiere, la cuestiona. Interactúa con ella y profundiza sobre el origen y existencia del agua.

¿Cuándo fuiste lluvia

que arrecia los mares

y luego bebida a sorbos

por ballenas cantantes?

(Gota de agua)

Cuando el poeta eleva los ojos y el pensamiento al cosmos –ignoro si sigue los pasos de Cántico Cósmico (1989) de Ernesto Cardenal– percibe las vibraciones de los diferentes elementos de la naturaleza y del universo estelar. Siente la ternura ante la belleza de los astros y las galaxias.

Oscura la materia se abalanza en abrazo.

Giro eternitario de Casiopea

dio a luz una cópula de nebulosas.

(Andrómeda)

La fuerza telúrica de la tierra, o, para ser exactos, del hielo que abriga los polos del globo terráqueo, atrae la mirada penetrante del poeta que entra en el secreto originario de los glaciares, muchos en estado de deshielo, y con certeza dice:

Añeja agua sedimentada,

te escondes en el valle,

musitas en la niebla

y a paso de caracol arrollas

la piel del cañón con hipotermia.

(Glaciar)

 

Hablar de un árbol puede resultar un lugar común, sin duda, pero esa regla tiene su excepción en Luis Velásquez. Lo que un artista plástico hace con la paleta y el caballete, lo hace nuestro poeta con la palabra poética.

Soy carne de suelo y luz,

tierno carbón que florece

al tacto de las mariposas.

 

Fui semilla desnuda   arrobada

en el húmedo trueno de la selva.

(Árbol)

Para percatarnos de que estamos ante un verdadero orfebre de la palabra, fiel a su oficio de amasar el verbo con destreza, basta tan solo con la lectura de los primeros poemas de esta obra certera. Pero no es suficiente, hay más aristas que pueden ser consideradas, como, en efecto, vamos a ver en el siguiente apartado.

Elementos sociales

Luis Velásquez es sociólogo de profesión y, probablemente por eso su mirada se ha vuelto más aguda hacia los acontecimientos sociales que afectan al ser humano. Pasan por el tamiz de su creación: la pandemia, el hambre, los incendios forestales, el mestizaje, la migración, el servicio de un vigilante o de una aseadora, o los fenómenos naturales como los huracanes, entre otros temas de interés. El poeta da cuenta, no sin cierto mohín de frustración ante la especie humana, de todo aquello que vive y le afecta. Es importante remarcar que el poeta filtra lo que ve a través de su chispeante capacidad imaginativa, para dar a luz poemas autónomos -cada poema es una obra en sí misma- con gran fuerza lírica. 

Sacudido por el impacto de la pandemia, y por los estragos que ésta ha provocado en el mundo, exclama con la voz en un hilo casi roto por la angustia:

Media-vida

tuerce el zumbido global

de la colmena humana.

 

El llanto es inyectado en las fronteras

intravertientes.

Campo y ciudad se viralizan:

afiebrada vocal entre las sábanas.

(Pandemia)

Durante el tiempo de cuarentena provocada por la pandemia, se perdieron muchas cosas –vidas humanas, el contacto físico, las relaciones sociales, etcétera– y se extrañaron otras, como la posibilidad del beso, el abrazo o el encuentro amistoso. Todos hemos sido testigos de que la pandemia ha trastocado la psique de numerosas personas, obligándolas a tratarse psicológicamente con un profesional. El poeta es humano y, como tal, canta lo humano, es decir, lo que acontece a las personas, necesitadas todas ellas de afecto, cariño y cercanía.

Al principio

extrañaba los abrazos,

el ímpetu caluroso

del cariño entregado.

 

Una estación más tarde:

la gélida distancia.

La innata habilidad

del nado en los bebés

se ha constreñido.

(Cuarentena)

 

 

Como se ha dicho arriba, hay en el poeta un cierto desencanto o frustración a causa de las diferentes realidades de sufrimiento, a menudo provocado por la maldad del ser humano que, con frecuencia, se convierte en una amenaza no solo para la naturaleza, sino incluso para su misma especie. De esa amargura existencial –para mí lo más sugerente de esta nueva entrega– emerge un punto de confianza inclaudicable en el futuro, esto es, «una esperanza terca» en el porvenir. Hay mal, pero se espera el triunfo del bien. Ahí radica la la esperanza. Ante la actitud exterminadora de los humanos, ante los escombros de muerte, violencia, migración y pobreza, el poeta se convierte en voz elocuente, en una voz tercamente esperanzada, para infundir aliento a la sociedad, pero también para denunciar la barbarie del siglo.

 

El «estrecho risco de la esperanza» se torna una fruta dulce, consoladora. La esperanza, senda estrecha y difícil, se convierte en horizonte de luz, en aliento de vida, en una fuerte convicción de que en Un mundo para todos dividido(Roberto Sosa, 1971), hay futuro. En suma, la esperanza es, para el poeta, la «sabrosa pulpa de porvenir». Hay amargura en el mundo, pero lo que se espera es sabroso y bueno. La dulzura del higo es símbolo de que el bien triunfará, alegrando la existencia.

 

El susto cruza el suelo,

la esperanza los sarmientos.

(Pandemia)

Yo tenía seis años,

ella un cántaro de esperanza

(La aseadora)

Higo profundo

que sepulta el miedo,

ave tornasol

que fecunda el aliento

con voces frutales,

sabrosa pulpa de porvenir.

(Esperanza)

 

Pero la mano acude

al estrecho risco de la esperanza.

(Escombros)

 

Aferradas las uñas

a una esperanza terca.

(Huracanes)

 

Moriré en un asalto

al tren de la desesperanza.

(Guardia de seguridad)

Elementos erotizantes

Otra nota característica, tal vez la menos notoria, pero presente en este poemario, es el erotismo. El poeta hace un tratamiento muy refinado de la cuestón erótica, evitando con ello recurrir a caminos trillados. El erotismo es una dimensión antropológica muy importante. Los artistas la han tratado de muchas maneras a lo largo de la historia y, en particular, en la poesía bucólica, amatoria, y más recientemente en la poesía erótica como tal. En nuestra cultura latinoamericana la cuestión del Eros, en general, se reduce al ámbito estrictamente privado. Como dato relevante vale decir que Octavio Paz, en su ensayo La llama doble (1993), aborda de forma extraordinaria, el erotismo. En dicha obra, Paz, premio Nobel de Literatura (1990) hace un recorrido por el camino que ha seguido el erotismo hasta nuestra época. Por lo que concierne al autor de De las cosas y sus espíritus, enfatizamos, solo apunta al erotismo como un aspecto más de su creación. Lo aborda con sutileza, belleza y asombro.

No conozco el vestido

derrapándose en la sábana,

los labios abalanzados

con afición demente,

la bragueta descendiendo

con tacto delicado,

el palpitar

del brasier inconmovible

entre mis dedos torpes.

(El virgen)

Me quedó tu olor.

Me quedo en tu aroma

de piel y delirio.

Me suda la voz

enredada en tu aliento,

recuerdo tibio.

Las ingles abrasadas,

los labios tiritan ardor

como óleo gemido.

(Acercamiento)

 

Estos renglones, como se ha podido ver, son simplemente un breve acercamiento a De las cosas y sus espíritus. Lo que sin duda podrá hallar el lector, en esta segunda publicación de Luis Velásquez, es una desbordante creatividad poética, esto es, la palabra bien trabajada y cuidada, como es del gusto de lectores exigentes. Todos los temas, incluso el hilarante “Ventoso”, reciben un tratamiento de alta calificación. 

Resumo mi impresión de esta obra poética: 1) Empatía con los elementos cósmicos. Por cuanto el poeta vibra con los fenómenos de la tierra y del espacio. 2) Visión profética. Por cuanto atestigua la realidad doliente, dejando constancia de estampas de hechos, acontecimientos y fenómenos, denunciando con sus versos las acciones perversas de la especie humana. 3) La esperanza que no cesa. Por cuanto aguarda tercamente un mejor destino para los pueblos. 4) Celo por la palabra. Por cuanto todo lo que llega a su imaginario creador y pasa por el fuego de su poiesis se transforma en belleza. 5) Sentimiento humanitario. Por cuanto se solidariza con los débiles de la sociedad, elevando con su arte la dignidad de las personas más vulnerables.

 

Fausto Leonardo Henríquez, PhD

19 enero 2023

LA LLAMA PERPETUA: JUAN SANTOS


En este poemario, La llama perpetua, hay una constante entre lo temporal y lo eterno. El binomio alma-cuerpo, tiempo e intemporalidad son parte del armazón que construye el autor en este poemario terriblemente bello. Yo sitúo este poemario, al menos como enunciado, en el marco de la idea que tiene Kant en su ensayo La crítica del juicio,  donde el pensador habla de un tipo de belleza relacionada con lo sublime terrible.

 

Por otra parte, Santa Teresa de Jesús decía que “no estamos huecos por dentro”.  En este tenor, Santos advierte a los de su generación que hay una presencia que mora en el “oscuro centro”. Esa presencia es una certeza, a veces enturbiada por la realidad existencial siempre imperfecta, que está dentro de la persona. El joven poeta proclama con su obra que la persona no está vacía, que no está hueca, que está habitada por una presencia amorosa que le da sentido. Eso es lo que él canta torrencialmente. De ahí su lucha interior –juego de sombras que se contraponen a los fuegos y luminosidades que circulan en sus venas– por lograr la visión de la luz celeste como si fuera un Dante deslumbrado por la luz divina en el Paraíso.

 

Como las serpientes que mudan la piel, así el alma del poeta que, enamorada y luminosa, mira lo que fue –la vida pasada– para mirarse en Dios. El sosiego le viene cuando un “soplo recurrente” lo abraza. La vida cambia cuando se nace de la herida del corazón, del “cálido vientre” de la luz.

 

En fin, este primer poemario de Juan Santos contiene vetas de la poesía destinada a atraer la atención de los lectores exigentes.  Hay mucha fuerza, todavía indomada en sus composiciones, pero esto es cuestión de tiempo. Esta obra es el tic de una “gota inmortal”. Y eso basta para saber que su propuesta poética va en serio.

 

 

 

 

UNA GOTA EN EL MAR: UNA APUESTA POR LA TRASCENDENCIA


El gusano de seda se alimenta de hojas de morera. El producto de su alimento, como se sabe, es la seda, ese fino y delicado producto que seduce a los gustos más refinados. Rocío Santos, con su primer poemario, da a conocer lo que, como el gusano de seda, es el fruto de pulir la palabra en lo callado del oficio de “ociosa creatividad”.

      El hilo de seda con el que ella teje este poemario es el de la trascendencia. Se puede comprobar en este libro toda una intencionalidad de profundizar en la ‘instancia última’ de la vida. La poeta lo hace, considero yo, para situarse ante el mundo y ante las cosas con el fin de dejar en evidencia que el mundo material tiene sus límites. O, si se prefiere, que el mundo inmaterial o espiritual, es ilimitado.

            La trascendencia en la que se afinca la poeta es poliédrica. Para que se vea mejor, subrayo algunas palabras que muestran con claridad los diferentes aspectos en los que puede traducirse la pluralidad de sentidos de la trascendencia en esta obra de Rocío Santos.

            La eternidad. Forma parte constitutiva del corazón humano el anhelo insoslayable de un horizonte que cae fuera del tiempo. Que el ser humano aspire a la eternidad es esencial a su naturaleza. Es parte de su ser. La fugacidad de las cosas y el paso inexorable de los años nos hace pensar que, en efecto, no todo es efímero, que algo permanece y dura eternamente. Platón, por ejemplo, habla de las Ideas eternas. Poetas y pensadores coinciden, por diversos caminos, en la idea de lo eterno.

            El Absoluto. En lo más profundo de nuestro ser reside un aguijón que impulsa al género humano a no morir sin haber intentado fondear en las profundidades de Ser; a intentar dar respuestas a cuestiones esenciales de la existencia humana, tales como ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? La pregunta por el Ser, por el Absoluto no se puede tapar con un parche. Es legítimo bucear a la luz de la razón el lado metafísico de la realidad.

            El sentido. ¿Quién no se pregunta por el sentido de las cosas, de la vida, de la muerte, de los fenómenos? Sin duda, alguna vez habremos topado con situaciones reales en las que nos hemos hecho la pregunta de por qué o para qué de ciertas cosas. La poesía de Rocío es un intento de responder desde el arte poético al sentido de la realidad que la envuelve. Ahí reside su valía y uno de sus aciertos.

            Lo último. Algo parece llamarnos desde lo secreto de las cosas existentes. Alguien nos atrae desde el otro lado de lo físico. Alguien nos hace señales desde el misterio que encierra el universo para que nos orientemos sin desmayar hacia él, porque allí reside, acaso, el lugar de sosiego para este corazón nuestro que no se sacia, como dijera Amado Nervo, más que con la eternidad.

            Llamada al amor divino. Desde un plano netamente creyente, el Creador, que nos creó con amor, nos llama al amor divino, al encuentro con él que es la fuente del amor verdadero y el culmen de nuestra existencia. De él venimos y a él vamos. De ahí nace el fuego que nos quema por dentro y nos espuelea para que alcemos la vista más allá de las cosas relativas y miremos cara a lo divino, a Dios al cual tendemos porque fuimos creados por él y para él.

            Una gota en el mar toma distancia de la realidad concreta para no contaminar el halo trascendente que encierra la obra. Por el mismo motivo, tal vez para bien, los sentimientos se disfrazan en el discurso poético para dar paso a los pensamientos.

            En definitiva, esta primera obra de Rocío Santos marca un solfa con personalidad y criterio. Está aquí, in nuce, una voz que, como el gusano de seda, produce una poesía de excelencia.

16 enero 2023

ÍNSULA PRESENTIDA, de Fausto Leonardo Henríquez

Dra. Elidania Velásquez

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras”
 (Salmos 19:1-4).

 

Con estas palabras tomadas de las Sagradas Escrituras quiero introducir este místico poemario llamado “Insula presentida” del escritor dominicano Fausto Leonardo Henriquez; el mismo consta de ochenta y seis hermosos poemas, innombrados, solo marcados con números ordinarios cuya distribución es fuera de lo común, pues inicia al revés, es decir de atrás hacia adelante. 

Está dividido en dos partes; la primera es llamada “Vuelta a los origenes”, y consta de cuarenta poemas. Mientras que la segunda se llama “Espejismos intangibles”, y está conformada por cuarenta y seis composiciones. Ambas, ponen en evidencia a un ser humano sensible y poseedor de un conocimiento y amor desmedido hacia lo Divino.

En ocasiones se percibe a un autor ebrio de amor, extasiado y maravillado ante la grandeza que lo contiene. Pero no solo el autor vive esos sentimientos, sino que también el lector es atrapado por tal magnetismo cuando en la fría madrugada se pierde en el hilo de esas líneas claras y emotivas que desnudan al autor, sus fuertes emociones y vivencias, al tiempo que hace entender la agonía contenida en su pecho, al experimentar el dolor de lo divino que le quema con el fuego que no consume. 

Frases como “se ahoga en ti mi inteligencia, la razón”. Ponen en evidencia el diluvio estremecedor que arropa a Fausto Leonardo en sus horas de meditación y oración. Una especie de regocijo en lo Divino es lo que destilan sus líneas. Veamos este ejemplo del poema 86: “Me nombras y mi fe tiembla; me miras, y mi alma ya no gime”. Gemidos de amor palpamos en cada frase escrita en este envolvente poemario. Si, envolvente, porque mientras más leemos mayor es la sacralidad y más firme es la convicción de lo expresado. Él, muy claro lo dice en el poema 85 cuando exclama: “Busco un asidero en el joven barro y no encuentro más que mi aliento atrapado a lo eterno como una araña en su tela”.

El salmista era un experimentado contemplador de la naturaleza, y esa facilidad  le permitía conectarse con lo profundo de las cosas, y por tanto, le ayudaba a mantener una mayor comunicación con el gran Hacedor. Esa capacidad contemplativa e invisible comunicación con el Eterno es tambien reflejada en la poética de nuestro invitado, tal y como puede apreciarse en este poema 83:

 

Alguien te empuja a beberte

El agua de los glaciares. ¿Qué fibras

mueven tus recodos que lloras espumas?

Rio en fuga, detén tu curso en esta orilla,

En mis manos. ¿Por qué avanzas

Tan aprisa?, ¿Qué locura te arrebata

La calma? En tu fondo te lastimas

Y no hay cura para tu mal, excepto

En el océano. Llevame en tu piel

Que yo también al mar me precipito.

 

A mi entender, el fundamento conceptual de esta obra es el amor avasallante y la búsqueda perenne del rostro del Amado, el que acompaña, el que se esconde, el que habla y susurra,  pero también calla; El que consuela y al mismo tiempo atormenta con sus insondables misterios, el que traspasa con rayos de fuego y acaricia con el rocío del cielo, el que ilumina el pensamiento y acompaña en la tenebrosa obscuridad. La mera sospecha de su existencia es motivo de dolor, regocijo y duda. 

Los grandes contemplativos de todos los tiempos sintieron en su ser la viva llama del amor sublime, experimentaron el dolor y la agonía que los unía o separaba del Eterno, mismo dolor que plasmaron en hermosas y memorables composiciones que como esta roban el aliento y evocan incandescentes suspiros. Veamos el poema 72:

 

Tus manos han hecho hablar el barro.

El barro hoy te busca en la noche. Te palpa la voz.

Le diste al barro vida. El barro anhela tu divinidad.

Huérfano se postra, miralo. Barro

Con corazón, barro con dolor y muerte. Barro

Que orilla tu nombre como ola que balbuce

Su llanto. ¡Ay, que gime el barro, que sueña

Hallarte! Barro que camina y piensa. Barro

Que cree y rastrea los aletasos de tu vuelo.

¿Dónde moras, presencia sin sentidos? ¿Por qué

Le diste a este bulto de tierra olfato de cielo?

El barro suspira por tus caricias,

Por ver tu rostro de gloria.

Soy barro ungido de esencia, muerte y viento.

 

Para escribir tales líneas, además de profunda intuición y sensibilidad se necesita amor y conocimiento, pues no es posible llegar a la recamara del Amado sin antes haber descorrido el velo que oculta los tesoros del entendimiento o sin por lo menos haber visto el reflejo de la Fuente sagrada, de donde emerge la Sabiduría misma, esa que está vedada al entendimiento simple y fatuo. El mismo Job dice: “¿Quien es el que oscurece el consejo sin entendimiento?” (Job 42:3).

Este poemario está sumergido en profundos sentimientos que confluyen hasta el abismo del amor más sublime. Un desborde a raudales de amor al Aterno, de deleite en sus misterios y de gozo indecible en el dolor que este causa. “Por qué alumbras mi nada con tu sonrisa? Vencido, caigo en tu luz” (poema 69).

Considero que es imposible leer este poemario sin subir, aunque sea de refilón, al trono de la gracia; descubramos pues los ojos en cuyas pupilas está guardado cada ser humano. Ojos que escudrinan lo profundo del pensamiento, ojos que enamoran, ojos que acarician en la calidez de una mirada, y de los cuales, aunque se intente, no se puede escapar. Poema 68:

 

Ojos que descienden

A lo oculto de mi alma. Ojos que ven por dentro.

Ojos que descubren tesoros enterrados

En el barro, en la compasión. No ven mis ojos,

Sino los tuyos.

Serenos ojos nazarenos, que pueda

Ver, que vea tus huellas. Haz de mis ojos cuencos

Del amor, océanos en los que naveguen los niños.

Ojos en calma, poseídos de cielo, abiertos a la

Esperanza. Que mis ojos y los tuyos se encuentren

Como estrellas de la mañana.

 

Ojos que construyen encuentros, amigos

De las entrañas, temblor de pupilas intangibles,

Luciérnagas del interior

Que auscultan mi ausencia. Oh niñas divinas

Que lloran la muerte, ¿acaso tengo hermosura

Para que me miren? Esos ojos deslumbran

Con sus llamas. Y yo que no los quiero ver

Y los miro. El eterno rostro encarnan.

No por humanos los percibe mi centro,

Sino por el amor que irradian. Ay seducción,

Ay pupilas sin orbe, ¿Por qué ahondas

La herida de la ternura?

 

No es posible leer sin experimentar la herida que causa la viva llama del fuego espiritual que constriñe el alma. Escribe el autor: “Te recuerdo como agua mansa” (poema 55). Es una expresión que destila paz, la mansedumbre que regocija y el agua que abraza y da vida; quietud y plenitud son las imágenes que evoca esta frase. Todos en algún momento queremos estar regocijados en la quietud de un “agua mansa”; quizás así debe sentirse estar en la presencia del Amado, en un momento de oración, contemplación o meditación. 

Embriagado de amor, embelesado ante la magnificencia del divino misterio, el poeta vegano Fausto Leonardo Henriquez canta. Poema 21:

 

Me hundo

En el lago inmenso

De la noche.

 

A tientas, al borde

De la oscuridad,

Navego en búsqueda

Del faro que de descanso

A estos velámenes.

 

Dejame ir hacia ti

Levitando en tu presencia,

Porque en estos paramos

Solo escombros, humo,

Encuentro.

 

Carne impenetrable y finita

En la hondura, la tierra.

 

Afuera solo los grillos cantan

Y yo aquí, frente a ti, aturdido.

 

El autor con su poemario “Insula presentida” pone en evidencia la clara intuición mística que lo ocupa y el gran conocimiento que subyace en su ser. Desde el inicio hasta la última frase escrita logra conectar nuestro ser con lo incomprensible y nos pasea, con su lírica y mística, por los salones celestiales del cielo, a los cuales todo mortal aspira visitar en algún momento. Su poemario es un canto de amor al Amor. Es una sublime manifestación de su ardor y del arrebato de su alma, que en ocasiones danza con la música celestial. Don Fausto canta al Eterno embriagado de amor, rendido ante el hechizo de la bruma, y ese amor salpica al lector en cada frase, en cada línea. 

Concluyo con la primera parte del poema 46. A través del mismo se puede constatar que la poética de Fausto Leonardo Henríquez está cargada de amor, luz y regocijo.

 

Abrí la ventana

Y se abrió el mar,

Y el mar eras tú.

 

 

 

 

Elidenia Velásquez

Coloquio del Movimiento Interiorista

Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz

Lajas de La Torre, R. Dominicana, 14 de enero de 2023








 

28 noviembre 2022

Interpretación del poema “El límite y la nada” del poeta Tomás Rivera Martínez

 El tono empleado por en el presente poema debe ser comprendido en el marco del resto de poemas que componen
 
A pesar de la nostalgia, renacerá la esperanza. Dicho tono es espontáneo, libre de poses. El poeta se muestra tal como es y se expresa como piensa, como quien ya tiene el camino recorrido.

El discurso poético, en general, es fluido y da la impresión de que el poeta sabe a la perfección lo que quiere decir y cómo lo quiere decir. Esto, naturalmente, facilita la interpretación, pero precisamente por eso, lo que parece tan obvio puede, como así creo yo, encerrar significados o sentidos que una primera lectura no deja al descubierto.

Nunca una interpretación agota los múltiples significados del texto. Consciente de eso, debo señalar, que mi breve comentario al poema “El límite y la nada” es una glosa que puede tener sus aciertos, o no, sobre posibles significados escondidos.

En el poema “El límite y la nada” late la pregunta por el sentido, la desolación y la vaciedad de las cosas.

Un primer elemento que destacar en “El límite y la nada” es la falta de sentido. La existencia sin una razón para vivir, sin un norte u horizonte al que tender se convierte en una azarosa agonía que nubla la senda o vía a seguir. La ausencia de un asidero deja el sabor agridulce que impide encontrar un punto de apoyo para hacer más fácil del trayecto de la vida.

Falto de rieles y horizontes/ hacia adentro / las luces van muriendo. / No hay espacio, / no hay aire, / no hay distancia. / Nadie pregunta / por ticket de regreso. / Nada que / buscar, / solo un olor a piedra inexistente, / solo a piedra.

Hay versos inquietantes que sacuden la conciencia del lector. El poeta describe un panorama desolador, podría decir, espero que no resulte forzada la afirmación, que se sumerge en una atmósfera análoga a la creada por Rulfo en Pedro Páramo.

Sin los pasos / las rutas enmudecen, / des-aladas huellas / percibo tu presencia descarnada. / Cáscara eres, / despojo de luz, / sombra en retroceso, / parada / perdiéndose / en la bruma.

Rivera Martínez es un poeta de la diáspora. Por esta razón, sus versos están jalonados entre el aquí y el allá, entre el recuerdo remoto y el pensamiento presente. Quizás sus mejores momentos se alcanzan cuando se funde en sus poemas esa doble vertiente de su creación.

Hace ya muchos sueños preguntaste: / “Pa: ¿Qué pasa con las flores que me miran”? / Y solo, en el silencio, / te buscaba en cada niño / perdido en las esquinas.

Los siguientes versos dan cuenta de la influencia que todavía ejerce la tierra de origen. Los elementos de la naturaleza tropical, tales como el nopal y el maíz, pero también amigos de infancia y juventud acentúan el arraigo afectivo del poeta hacia su cultura, costumbres e identidad.

Era entonces el tiempo / de nopales rojos, / de maizales en hileras floreciendo, / de amigos sin presencia / que jugaban contigo, / de álamos y espejos / que nunca conociste.

El tren es un símbolo de la vida que se va, que se aleja de la infancia y se pierde en el ocaso. El viaje, que puede ser azaroso o divertido, lo podemos hacer solos o en compañía. De lo que podemos estar plenamente ciertos es de que el viaje, aunque a veces resulte un fastidio, necesariamente hay que hacerlo.

“¡Todos a bordo!”, / anunció el silbato, / y en ese maldito tren / me iba contigo.

El poema que hemos venido glosando hasta aquí posee, ciertamente, rasgos de desolación. Por eso el poeta intenta, dentro de los límites que le pone la misma existencia, encontrar indicativos para seguir viviendo. El poeta reconoce los lugares y cosas donde no hay nada, pero, en contraste, también es capaz de estremecerse ante una flor que emerge, ante los colores de la naturaleza o ante una nueva vida que empieza.

Rara forma de nacer / Sin apegarse, / De brotar y danzar / en la fiesta de flores / y colmenas. / ¿Has visto la matriz de los colores? / ¿La ternura del beso de la brisa cuando pasa?  / ¿O el sentir del corazón antes de ser?

El centro del poema hace referencia a una existencia finita, limitada, irremediablemente abocada a su final. La consciencia de la muerte inexorable, como límite o tope de la vida, la resistencia a morir, a pasar al otro lado, al más allá, y la inquietante certeza de que “nada te llevarás cuando te marches”, como dice la canción de José María Napoleón, queda expuesto en los siguientes versos.

Todo límite es espejo, / memoria en retroceso, / bandera carcomida / por el viento. / Caronte no arriesga su guadaña / en esta orilla. / Nada que llevar en la vieja barcaza, / y el agua se resiste / al miedo de los remos.

Pero no todo es límite, muerte y luego la nada. A pesar de ello, un rayo de luz se abre en la azarosa existencia: la belleza de las flores como símbolo de lo divino o celeste.

No ignores el suspiro / de la lluvia al morir / en tu cuerpo. / En las flores renacen / aladas maravillas / que desde el cielo / a besarte regresan.

Los versos del poeta Rivera Martínez, revelan la sutileza de un alma que no ha sido ajena a los embates de los límites que impone la naturaleza humana. El dolor y la aflicción ponen a prueba la autosuficiencia humana. El poeta sabe de aflicciones, pero las exorciza dejando que el tiempo las cure.

Que las penas ocultas / no queden en tu mente, / que solo sean eso, / ríos silentes, / que en el tiempo / sin saber se pierden.

Al hilo con lo anterior, el límite lo marca el tiempo. El tiempo no juega limpio. El tiempo pasa de forma inexorable. En verdad, es la autoconciencia del sujeto la que le sitúa ante el espejo de su propia realidad: la finitud, la muerte. Es importante subrayar que no es el tiempo el que pasa, es el ser humano. Empleamos la categoría el “tiempo tiempo pasa”, como si quisiéramos ser nosotros los dueños de las edades, de Chronos. Es el ser humano el que tiene la certeza de su finitud, que está abocado a la muerte, que no tiene escapatoria. En este sentido, el transcurrir de la existencia se experimenta como un engaño, como una estafa. La finitud de la vida supone un fracaso. No hay forma humana posible de traspasar el “límite” o la finitud y seguir siendo los mismos. No hay posibilidad de cruzar al otro lado, por más que nos esforcemos. No es posible trascender la limitación. Ni siquiera con la muerte se puede superar dicha limitación. El ser humano, según se desprende de lo dicho, está condenado a la nada, a la muerte, a la incapacidad de trascender la finitud. La autoconciencia de la finitud es más fuerte que la muerte. Lo terrible no es que el ser humano tenga un límite, sino ser consciente de él y no poder superarlo.

A ti el límite ha cerrado / sus invisibles puertas, / y no podrás cruzar / aunque te mueras.

En conclusión, el poema “El límite y la nada” es cortante, sutil y agudo. A mi entender, uno de los elementos más importantes a destacar en esta pequeña obra que es el poema, es el sentimiento de desolación e impotencia ante la conciencia de finitud o temporalidad de la existencia humana. Aunque el tono general del poema es árido, deja entrever, sin embargo, un resquicio al asombro, a la vida y al gozo, como indica el verso: “danzar en la fiesta de flores”.

 

Dr. Fausto Antonio Leonardo Henríquez

Polifonía Literaria, Polifónica, Pedagógica y Artística

27 de noviembre de 2022

Un bocado

RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA

  RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA  Por Fausto Antonio Leonardo Henríquez, PhD Poesía y naturaleza. La primera ca...

Esto me suena