16 enero 2023

ÍNSULA PRESENTIDA, de Fausto Leonardo Henríquez

Dra. Elidania Velásquez

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras”
 (Salmos 19:1-4).

 

Con estas palabras tomadas de las Sagradas Escrituras quiero introducir este místico poemario llamado “Insula presentida” del escritor dominicano Fausto Leonardo Henriquez; el mismo consta de ochenta y seis hermosos poemas, innombrados, solo marcados con números ordinarios cuya distribución es fuera de lo común, pues inicia al revés, es decir de atrás hacia adelante. 

Está dividido en dos partes; la primera es llamada “Vuelta a los origenes”, y consta de cuarenta poemas. Mientras que la segunda se llama “Espejismos intangibles”, y está conformada por cuarenta y seis composiciones. Ambas, ponen en evidencia a un ser humano sensible y poseedor de un conocimiento y amor desmedido hacia lo Divino.

En ocasiones se percibe a un autor ebrio de amor, extasiado y maravillado ante la grandeza que lo contiene. Pero no solo el autor vive esos sentimientos, sino que también el lector es atrapado por tal magnetismo cuando en la fría madrugada se pierde en el hilo de esas líneas claras y emotivas que desnudan al autor, sus fuertes emociones y vivencias, al tiempo que hace entender la agonía contenida en su pecho, al experimentar el dolor de lo divino que le quema con el fuego que no consume. 

Frases como “se ahoga en ti mi inteligencia, la razón”. Ponen en evidencia el diluvio estremecedor que arropa a Fausto Leonardo en sus horas de meditación y oración. Una especie de regocijo en lo Divino es lo que destilan sus líneas. Veamos este ejemplo del poema 86: “Me nombras y mi fe tiembla; me miras, y mi alma ya no gime”. Gemidos de amor palpamos en cada frase escrita en este envolvente poemario. Si, envolvente, porque mientras más leemos mayor es la sacralidad y más firme es la convicción de lo expresado. Él, muy claro lo dice en el poema 85 cuando exclama: “Busco un asidero en el joven barro y no encuentro más que mi aliento atrapado a lo eterno como una araña en su tela”.

El salmista era un experimentado contemplador de la naturaleza, y esa facilidad  le permitía conectarse con lo profundo de las cosas, y por tanto, le ayudaba a mantener una mayor comunicación con el gran Hacedor. Esa capacidad contemplativa e invisible comunicación con el Eterno es tambien reflejada en la poética de nuestro invitado, tal y como puede apreciarse en este poema 83:

 

Alguien te empuja a beberte

El agua de los glaciares. ¿Qué fibras

mueven tus recodos que lloras espumas?

Rio en fuga, detén tu curso en esta orilla,

En mis manos. ¿Por qué avanzas

Tan aprisa?, ¿Qué locura te arrebata

La calma? En tu fondo te lastimas

Y no hay cura para tu mal, excepto

En el océano. Llevame en tu piel

Que yo también al mar me precipito.

 

A mi entender, el fundamento conceptual de esta obra es el amor avasallante y la búsqueda perenne del rostro del Amado, el que acompaña, el que se esconde, el que habla y susurra,  pero también calla; El que consuela y al mismo tiempo atormenta con sus insondables misterios, el que traspasa con rayos de fuego y acaricia con el rocío del cielo, el que ilumina el pensamiento y acompaña en la tenebrosa obscuridad. La mera sospecha de su existencia es motivo de dolor, regocijo y duda. 

Los grandes contemplativos de todos los tiempos sintieron en su ser la viva llama del amor sublime, experimentaron el dolor y la agonía que los unía o separaba del Eterno, mismo dolor que plasmaron en hermosas y memorables composiciones que como esta roban el aliento y evocan incandescentes suspiros. Veamos el poema 72:

 

Tus manos han hecho hablar el barro.

El barro hoy te busca en la noche. Te palpa la voz.

Le diste al barro vida. El barro anhela tu divinidad.

Huérfano se postra, miralo. Barro

Con corazón, barro con dolor y muerte. Barro

Que orilla tu nombre como ola que balbuce

Su llanto. ¡Ay, que gime el barro, que sueña

Hallarte! Barro que camina y piensa. Barro

Que cree y rastrea los aletasos de tu vuelo.

¿Dónde moras, presencia sin sentidos? ¿Por qué

Le diste a este bulto de tierra olfato de cielo?

El barro suspira por tus caricias,

Por ver tu rostro de gloria.

Soy barro ungido de esencia, muerte y viento.

 

Para escribir tales líneas, además de profunda intuición y sensibilidad se necesita amor y conocimiento, pues no es posible llegar a la recamara del Amado sin antes haber descorrido el velo que oculta los tesoros del entendimiento o sin por lo menos haber visto el reflejo de la Fuente sagrada, de donde emerge la Sabiduría misma, esa que está vedada al entendimiento simple y fatuo. El mismo Job dice: “¿Quien es el que oscurece el consejo sin entendimiento?” (Job 42:3).

Este poemario está sumergido en profundos sentimientos que confluyen hasta el abismo del amor más sublime. Un desborde a raudales de amor al Aterno, de deleite en sus misterios y de gozo indecible en el dolor que este causa. “Por qué alumbras mi nada con tu sonrisa? Vencido, caigo en tu luz” (poema 69).

Considero que es imposible leer este poemario sin subir, aunque sea de refilón, al trono de la gracia; descubramos pues los ojos en cuyas pupilas está guardado cada ser humano. Ojos que escudrinan lo profundo del pensamiento, ojos que enamoran, ojos que acarician en la calidez de una mirada, y de los cuales, aunque se intente, no se puede escapar. Poema 68:

 

Ojos que descienden

A lo oculto de mi alma. Ojos que ven por dentro.

Ojos que descubren tesoros enterrados

En el barro, en la compasión. No ven mis ojos,

Sino los tuyos.

Serenos ojos nazarenos, que pueda

Ver, que vea tus huellas. Haz de mis ojos cuencos

Del amor, océanos en los que naveguen los niños.

Ojos en calma, poseídos de cielo, abiertos a la

Esperanza. Que mis ojos y los tuyos se encuentren

Como estrellas de la mañana.

 

Ojos que construyen encuentros, amigos

De las entrañas, temblor de pupilas intangibles,

Luciérnagas del interior

Que auscultan mi ausencia. Oh niñas divinas

Que lloran la muerte, ¿acaso tengo hermosura

Para que me miren? Esos ojos deslumbran

Con sus llamas. Y yo que no los quiero ver

Y los miro. El eterno rostro encarnan.

No por humanos los percibe mi centro,

Sino por el amor que irradian. Ay seducción,

Ay pupilas sin orbe, ¿Por qué ahondas

La herida de la ternura?

 

No es posible leer sin experimentar la herida que causa la viva llama del fuego espiritual que constriñe el alma. Escribe el autor: “Te recuerdo como agua mansa” (poema 55). Es una expresión que destila paz, la mansedumbre que regocija y el agua que abraza y da vida; quietud y plenitud son las imágenes que evoca esta frase. Todos en algún momento queremos estar regocijados en la quietud de un “agua mansa”; quizás así debe sentirse estar en la presencia del Amado, en un momento de oración, contemplación o meditación. 

Embriagado de amor, embelesado ante la magnificencia del divino misterio, el poeta vegano Fausto Leonardo Henriquez canta. Poema 21:

 

Me hundo

En el lago inmenso

De la noche.

 

A tientas, al borde

De la oscuridad,

Navego en búsqueda

Del faro que de descanso

A estos velámenes.

 

Dejame ir hacia ti

Levitando en tu presencia,

Porque en estos paramos

Solo escombros, humo,

Encuentro.

 

Carne impenetrable y finita

En la hondura, la tierra.

 

Afuera solo los grillos cantan

Y yo aquí, frente a ti, aturdido.

 

El autor con su poemario “Insula presentida” pone en evidencia la clara intuición mística que lo ocupa y el gran conocimiento que subyace en su ser. Desde el inicio hasta la última frase escrita logra conectar nuestro ser con lo incomprensible y nos pasea, con su lírica y mística, por los salones celestiales del cielo, a los cuales todo mortal aspira visitar en algún momento. Su poemario es un canto de amor al Amor. Es una sublime manifestación de su ardor y del arrebato de su alma, que en ocasiones danza con la música celestial. Don Fausto canta al Eterno embriagado de amor, rendido ante el hechizo de la bruma, y ese amor salpica al lector en cada frase, en cada línea. 

Concluyo con la primera parte del poema 46. A través del mismo se puede constatar que la poética de Fausto Leonardo Henríquez está cargada de amor, luz y regocijo.

 

Abrí la ventana

Y se abrió el mar,

Y el mar eras tú.

 

 

 

 

Elidenia Velásquez

Coloquio del Movimiento Interiorista

Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz

Lajas de La Torre, R. Dominicana, 14 de enero de 2023








 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se admiten comentarios, siempre que sean respetuosos

Un bocado

RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA

  RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA  Por Fausto Antonio Leonardo Henríquez, PhD Poesía y naturaleza. La primera ca...

Esto me suena