20 abril 2025

Vuelta a los orígenes de ÍNSULA PRESENTIDA

VULTA A LOS ORÍGENES DE ÍNSULA PRESENTIDA

(Primera parte)

Por: Yky Tejada. (Publicación original en diario digital Acento, 20 de abril 2025. Ver aquí).

En la vasta tradición lírica universal, son pocos los poetas que se han atrevido a explorar estados del ser anteriores a la existencia misma. Fausto Leonardo irrumpe con su poemario Ínsula Presentida como una voz singular que plantea dos categorías radicalmente originales en la poesía contemporánea: lo prenatal y lo pre-sustancial. Estas no son meras metáforas, sino verdaderas zonas ontológicas que su poesía habita con rigor y belleza, desafiando los límites del lenguaje para nombrar aquello que precede al ser: el preludio donde la conciencia aún no se ha corporizado, pero ya vislumbra el dolor, el deseo y el destino. En estos territorios silenciosos, anteriores incluso al pensamiento, Leonardo sitúa al lector frente a una experiencia poética de relevante profundidad.

Ínsula Presentida sitúa al lector en apertura a lo ontológico: el estado prenatal, pre-sustancial, donde el ser aún no ha adquirido forma pero ya intuye su destino. Este punto de partida revela desde el inicio la ambición metafísica del poemario de Fausto Leonardo, cuya poesía traza el tránsito misterioso desde el no-ser hacia la existencia consciente. Una tarea compleja propia de creadores prodigiosos. En este espacio anterior al lenguaje y a la forma, el poeta habla desde una dimensión anterior al nacimiento, como si la voz lírica brotara desde el germen del alma antes de encarnar, revelando así una conciencia que antecede al cuerpo y lo trasciende.

Esta travesía hacia el ser está marcada por una triple herida que remite al célebre verso de Miguel Hernández: “Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor.” En Fausto Leonardo, esas heridas no son solo existenciales, sino también cosmogónicas: indican la fractura original que da inicio al tiempo, a la carne y a la conciencia. A partir de ellas, el poeta se interroga sobre el origen y el sentido de la experiencia humana como si su palabra quisiera restaurar la totalidad perdida.

Ínsula Presentida eleva al poeta Fausto Leonardo a un lugar inusitado: el de la poesía de la razón pura, del pensamiento puro, no el de la poesía racional, que al mismo tiempo está cargada de un lirismo extraordinario. Su poesía se distingue por plantear situaciones en las que le otorga al cuerpo una sensibilidad mística. También se destaca la paradoja de la creación, presentando el nacimiento como una herida que, al mismo tiempo, da vida y sentido. Esta herida se convierte en signo y símbolo de un conocimiento que no es aprendido, sino intuido y luego pensado, para conseguir giros poéticos de alta eficacia: una forma de sabiduría primigenia que habita en el alma incluso antes del primer aliento, sugiriendo que el dolor del nacer ya contiene en sí una memoria sagrada, como si la carne recordara el barro que la formó. Esta intuición filosófica va más allá de una explicación evolutiva, sugiriendo un acto divino de amor invisible. La "herida intangible" marca la transición del no-ser al ser, sin ser un castigo, sino una separación necesaria para el despertar de la conciencia. La figura del creador, escondida pero jubilosa, deja entrever una inteligencia superior que ilumina sin forzar. La caída del barro al abismo da comienzo a la vida consciente, marcada por la nostalgia de un origen luminoso. Sus breves poemas se convierten en una meditación profunda sobre el misterio de la existencia en un estado místico.

Sus poemas nos sumergen en otros ámbitos poco frecuentes , lo ambiguo y suspendido donde no queda claro si el hablante poético observa desde lo alto o si, siendo aún terrenal, accede momentáneamente a una experiencia de transformación plena. Esa ambigüedad espacial y existencial es uno de sus recursos más poderosos: el yo lírico parece habitar una frontera entre el cielo y la tierra, entre lo visible y lo invisible, lo corpóreo y lo sutil, de ahí la belleza de su poesía,

Desde esa perspectiva, su poesía se puede leer como una epifanía: un momento de revelación en el que el mundo se muestra en su adolescencia, es decir, en un estado de despertar o transición hacia la conciencia. El hablante parece haber sido arrebatado por una fuerza sagrada o mística ("fui atraído por la fuerza de un beso"), pero esa experiencia, aunque intensa y reveladora, concluye con una caída: una separación inevitable de la presencia divina o del ser luminoso, que se desvanece y deja una estela de amargura.

En el trasfondo de esta travesía poética hay un impulso central: la búsqueda desesperada de la divinidad. No se trata de una búsqueda serena o teológica, sino de una inquietud radical que se manifiesta como desgarro y anhelo. El yo poético de Leonardo no se resigna a la separación original, sino que clama, interroga, se consume en su afán de alcanzar aquello que está más allá del ser. Cada verso es una tentativa de contacto con lo sagrado, un intento de restaurar la comunión perdida, de regresar —o al menos vislumbrar— aquel resplandor anterior al tiempo, donde aún no había sido pronunciado el nombre del dolor.

Sus poemas son piezas de alta densidad lírica y conceptual, donde Fausto Leonardo, en plena consonancia con lo que hemos reflexionado sobre su poética, conjuga el lenguaje místico, la alusión ontológica y una desesperada búsqueda de lo divino. Lo que lleva a Fausto Leonardo a desplegar una búsqueda radical del origen, del principio primero que articula la existencia, pero que también la desborda y la sacude. En su lenguaje poético, la palabra no se limita a representar el mundo: lo interroga desde su grieta más profunda, desde esa herida ontológica que separa al ser de sí mismo. Su verbo no se conforma con lo visible ni con la sustancia; es un verbo que quiere rozar la sustancia de lo invisible, que tantea con vértigo las orillas del abismo para nombrar lo innombrable. En este sentido, su escritura comparte un linaje con la mística apofática, pero no se limita a la tradición cristiana: dialoga con la filosofía, con la metafísica, con una sensibilidad contemporánea que ha perdido los nombres de lo divino pero no su necesidad.

El término apofático proviene del griego apophasis, que significa negación o decir no. En términos filosóficos y teológicos, lo apofático se refiere a un modo de conocimiento que afirma que Dios, o lo Absoluto, no puede ser comprendido ni descrito mediante afirmaciones positivas, porque su naturaleza es infinita y trasciende completamente el lenguaje humano. En lugar de decir lo que Dios es (como en la teología afirmativa: “Dios es amor”, “Dios es luz”), el enfoque apofático dice lo que Dios no es: Dios no es cuerpo, no es materia, no es finito, no es ccomprensible o sencillamente sus versos encuentra nuevas formas del lenguaje. Lo que lo hace un poeta eminentemente original. Da un giro a este concepto y sin decir no recure a otra vía más sutil, más envolvente, carda de misterio y revelación.

Este enfoque es propio de las tradiciones místicas —especialmente en el cristianismo oriental (como en Dionisio Areopagita), del cual nos habla Ernesto Cardenal en celebre libro Vida en el Amor, pero también en corrientes sufíes y donde se prefiere el silencio, la negación y la contemplación como vía para acercarse al misterio divino.

Así, cuando decimos que Fausto Leonardo tiene una tensión apofática, no lo decimos en el sentido escritural, queremos decir que su poesía tiende hacia lo inefable, hacia lo que no se puede nombrar plenamente, y que la profundidad de su voz poética emerge precisamente de ese límite: de intuir y sugerir sin declarar.

El poema que inicia con el verso “Oh principio de la sangre” es muestra diáfana de esta tensión entre lo humano y lo trascendente. Desde su apertura, el tono es el de una invocación sagrada, pero no dirigida a una divinidad ya constituida: el nombre Argé –término griego que significa principio, origen, causa– apunta más bien a una entidad ontológica, una fuente inmanente o trascendental que da forma al tiempo, a la carne, al deseo. No se trata de una figura teológica establecida, sino de una causa que vibra y conmueve, que arremolina y transforma, que permanece “quieta en su movimiento”, como el motor inmóvil de los filósofos o como el Dios de los místicos, cuya presencia es una ausencia activa.

El hablante lírico, profundamente consciente de su barro terrenal, se presenta como tierra sedienta de cielo. Esta metáfora es central: el barro es materia, sí, pero también es ansia, impulso vertical. La tierra no es mero peso: es aspiración, hambre de trascendencia. De ahí que la plegaria se articule como súplica desde el desierto, desde la “nada que es sólo grieta”. Esa grieta no es vacío sin sentido, sino apertura a una posible celebración. El poema entero es, de hecho, una grieta por donde se cuela el temblor de lo sagrado.

En esta búsqueda, la imagen de Argé opera como un símbolo totalizador. Es causa, es rostro, es alfarero. Revoluciona el centro del sujeto poético, revuelve su sangre, lo arrincona en el Eros, hasta conducirlo al anonadamiento: un término que resuena con fuerza en la tradición mística, donde el alma se despoja de todo para fundirse con el Absoluto. Sin embargo, aquí no hay éxtasis apacible ni unión beatífica. El deseo que mueve al hablante es también dolor, es “turbulencia”, es angustia y asfixia. El rostro divino, lejos de consolar, empuja al abismo de sí.

La noche, representada como “animal que resuella”, encarna esa interioridad tensada por el relámpago del conocimiento. El símbolo del relámpago, que “abre abismos”, condensa el drama místico del poema: toda revelación verdadera implica ruptura, desgarramiento. La verdad no llega como luz diáfana, sino como fulgor que fractura y hiende.

Hacia el final, el poema se repliega hacia una introspección rasgada. El hablante afirma que lo hallado de sí está “vedado en la carne”, lo cual sugiere una separación irreconciliable entre el conocimiento esencial y la limitación corporal. El llamado que se hace a sí mismo “desde el fondo”, apenas audible, expresa la imposibilidad de una escucha plena del ser, debido al temblor eterno. Ese “temblor” es la vibración del ser ante lo Absoluto, pero también la imposibilidad de habitarlo sin fragmentarse.

Todo en este poema confluye hacia una estética del vértigo metafísico. No hay consuelo, pero sí una búsqueda sostenida, un lenguaje tenso que se sabe incapaz de decir el fondo, y sin embargo insiste. Fausto Leonardo no escribe desde la certidumbre de un credo, sino desde el temblor de una sed insaciable. Su palabra, como su barro, quiere alzarse hacia el cielo, aun sabiendo que la grieta lo habita. Y en esa tensión reside la grandeza de su poesía: en su fidelidad.

Para concluir con la vía apofática en la poesía mística , hay que reconocer que es un camino profundo y exigente, no sólo por su radical privación de lo decible, sino porque implica una experiencia interior tan honda que apenas puede expresarse sin desfigurarse en el lenguaje, San Juan de la Cruz, con su célebre subida al Monte Carmelo o su “noche oscura del alma” ,lo logra: habla del amor divino, del alma y de Dios por vía de silencios, de ausencias, de vacíos que iluminan, así cada uno de los versos de Fausto Leonardo entrañan una luz invisible una forma de poetizar que esconde y revela al mismo tiempo, hay un tránsito desde el despojo hacia la revelación. Un juego formal impresionante. Un dios escondido que se torna en la belleza del verbo.

Pero lo cierto es que muy pocos poetas han alcanzado este nivel de profundidad. Incluso entre los místicos, son escasos los que logran vivir esa experiencia, sin traicionar la forma poética que conserve su intensidad y lirismo.

Sería un desperdicio reflexionar sobre la poesía de Fausto Leonardo sin conocer y leer varios de sus poemas, pues solo a través de la inmersión en su obra se puede apreciar la vastedad y la complejidad de su lenguaje poético, que se despliega con una profundidad metafísica y mística poco comunes en la poesía contemporánea. A continuación, se presenta una selección de sus poemas, los cuales permiten atisbar la singularidad de su voz lírica y el camino que recorre desde lo prenatal y lo pre-sustancial hasta lo trascendente. Cada uno de estos poemas ofrece una ventana al universo filosófico y espiritual que Fausto Leonardo propone, donde el silencio, la negación y el misterio son abordados con una frescura y originalidad invitando a la estudio de su obra poética.

 

85

 

Oh principio de la sangre.

Principio de mi aire, de mi barro –tierra

Con hambre y sed de cielo-.

Estás quieto, Argé, en tu movimiento.

Humedece este desierto

De mi nada que es sólo grieta.

Causa que dio forma a mi tiempo, ¿por qué

Tiemblo a tu paso? Oh Argé, tú arremolinas

Mi centro y revuelves mi sangre.

Mi noche es animal que resuella,

Tenso, por el relámpago que abre abismos.

Argé, saca mi carne del dolor, alíviala

Del deseo que me ahoga en su turbulencia.

Tu rostro me arrincona en el Eros, Argé,

Y me anonado en tus manos de alfarero.

Lo que he hallado de mí

Está vedado en mi carne. Me llamo

Desde el fondo. Apenas si me oigo

Porque es eterno el temblor.

 

84

 

Aún no era yo, empecé

A ser hombre, a tener piel, carne, ojos, boca.

No había nacido y ya mi carne temblaba,

No tenía vida y mi barro sentía dolor,

Fuego en la piel. Unas manos

Revolvían mi nada y daban

Forma a mi existencia.

 

El rostro oculto de quien me creaba

Brillaba de alegría. El triunfo apareció

En su aliento, la vida.

 

Lloró el barro. Ignoraba porqué.

Una herida intangible quedó en el Jardín,

Y el barro, desnudo, cayó al abismo.

 

81

 

Y yo que creí que mi espíritu

Empañado era nuevo.

 

Y yo que creí que mis huesos secos

Estaban vivos.

 

Y yo que creí que mis pies

No tropezaban en la niebla.

 

Y yo que creí tener el sol

En mi noche.

 

Y yo que creí ver

En mi ceguera.

 

Hasta que me hiciste de cielo,

Cruz y domingo.

 

74

 

Mi ser se turba como una novia.

El vaho es amor. Sustancia

De amor el vino en la copa.

Amor que me ama. Amo al Amor.

Amor, semilla de vida, ventana, latido

Gracia de luz.

 

69

 

Pozo, tu mirada de medio día.

Sosiego halló la aridez de mi tierra.

Me diste a cántaros el cielo, en un abrazo

La eternidad.

Me fui contigo a lo profundo del pozo

Y allí muero

Y bebo tus delicias.

 

66

 

Te recuerdo como en agua mansa

El cisne contemplativo.

Al través de la ventana

Aún joven la luna.

Bajo mis pies murmura el tiempo la eternidad.

Cruzo el meridiano de mi estancia en la tierra.

Mis recuerdos empiezan

A ser nostalgia en huida,

Grito de ángel que aletea en el Origen.

Deseo volver a la tierra, amasado

Por tus manos increadas.

Me llama la Llama.

 

En la obra de Fausto Leonardo se despliega una búsqueda radical del origen, del principio primero que articula la existencia, pero que también la desborda y la sacude. En su lenguaje poético, la palabra no se limita a representar el mundo: lo interroga desde su grieta más profunda, desde esa herida ontológica que separa al ser de sí mismo. Su verbo no se conforma con lo visible ni con la sustancia; es un verbo que quiere rozar la sustancia de lo invisible, que tantea con vértigo las orillas del abismo para nombrar lo innombrable. En este sentido, su escritura comparte un linaje con la mística apofática, pero no se limita a la tradición cristiana: dialoga con la filosofía griega, con la metafísica, sino sobretodo con una sensibilidad contemporánea que ha perdido los nombres de lo divino, pero no su necesidad. Es una poesía para el hombre contemporáneo que ha encontrado en la novedad de su lenguaje una forma de relacionarse con lo divino.

El poema que inicia con el verso “Oh principio de la sangre” es muestra diáfana de esta tensión entre lo humano y lo trascendente. Desde su apertura, el tono es el de una invocación sagrada, pero no dirigida a una divinidad ya constituida: el nombre Argé –término griego que significa principio, origen, causa– apunta más bien a una entidad ontológica, una fuente inmanente o trascendental que da forma al tiempo, a la carne, al deseo. No se trata de una figura teológica establecida, sino de una causa que vibra y conmueve, que arremolina y transforma, que permanece “quieta en su movimiento”, como el motor inmóvil de los filósofos o como el Dios de los místicos, cuya presencia es una ausencia activa.

El hablante lírico, profundamente consciente de su barro terrenal, se presenta como tierra sedienta de cielo. Esta metáfora es central: el barro es materia, sí, pero también es ansia, impulso vertical. La tierra no es mero peso: es aspiración, hambre de trascendencia. De ahí que la plegaria se articule como súplica desde el desierto, desde la “nada que es sólo grieta”. Esa grieta no es vacío sin sentido, sino apertura a una posible epifanía. El poema entero es, de hecho, una grieta por donde se cuela el temblor de lo sagrado.

En esta búsqueda, la imagen de Argé opera como un símbolo totalizador. Es causa, es rostro, es alfarero. Revoluciona el centro del sujeto poético, revuelve su sangre, lo arrincona en el Eros, hasta conducirlo al anonadamiento: un término que resuena con fuerza en la tradición mística, donde el alma se despoja de todo para fundirse con el Absoluto. Sin embargo, aquí no hay éxtasis apacible ni unión beatífica. El deseo que mueve al hablante es también dolor, es “turbulencia”, es angustia y asfixia. El rostro divino, lejos de consolar, empuja al abismo de sí.

La noche, representada como “animal que resuella”, encarna esa interioridad tensada por el relámpago del conocimiento. El símbolo del relámpago, que “abre abismos”, condensa el drama místico del poema: toda revelación verdadera implica ruptura, desgarramiento. La verdad no llega como luz diáfana, sino como fulgor que fractura y hiende.

Hacia el final, el poema se repliega hacia una introspección desgarrada. El hablante afirma que lo hallado de sí está “vedado en la carne”, lo cual sugiere una separación irreconciliable entre el conocimiento esencial y la limitación corporal. El llamado que se hace a sí mismo “desde el fondo”, apenas audible, expresa la imposibilidad de una escucha plena del ser, debido al temblor eterno. Ese “temblor” es la vibración del ser ante lo Absoluto, pero también la imposibilidad de habitarlo sin fragmentarse.

Todo en este poema confluye hacia una estética del vértigo metafísico. No hay consuelo, pero sí una búsqueda sostenida, un lenguaje tenso que se sabe incapaz de decir el fondo pero cuya imposibilidad es la vía para crear belleza y de se trata el arte, y sin embargo insiste. Fausto Leonardo no escribe desde la certidumbre de un credo, sino desde el temblor de una sed insaciable. Su palabra, como su barro, quiere alzarse hacia el cielo, aun sabiendo que la grieta lo habita. Y en esa tensión reside la grandeza de su poesía: en su fidelidad a lo inasible, a lo que se dice sólo en el temblor.

Sin embargo Fausto Loenardo no deja de sorprendernos Ínsula Presentida también se encuentra profundamente matizada por lo caribeño. A lo largo del poemario, se puede apreciar cómo el Caribe con su geografía, su flora, su fauna y sus elementos simbólicos se convierte en una suerte de puente entre lo terrenal y lo divino. Pero, más que un simple escenario o contexto, la región Caribe es un medio expresivo que transmite las tensiones metafísicas y espirituales que el poeta explora.

 La relación con el paisaje caribeño es tanto física como metafísica. En *Ínsula Presentida*, “la tierra caribeña” no solo se ve como un lugar de pertenencia, sino que se entrelaza con lo divino y lo místico. A través de la naturaleza, el zorzal, la brisa, las montañas, el cielo,

Fausto Leonardo busca no solo describir el entorno, sino trascenderlo y descubrir en él lo que está más allá de lo visible. El entorno natural del Caribe se convierte en un espejo de la eternidad, un territorio sagrado en el que la vida y la muerte, lo invisible y lo presente, se mezclan en una armonía divina.

 Este hallazgo de lo caribeño en su poesía tiene varias capas. Primero, porque la sensibilidad tropical impregna los versos, pero no de manera superficial. El poeta utiliza los elementos de la geografía y la cultura caribeñas no solo como un recurso estético, sino como una forma de explorar la transcendencia a través de lo que se ve, se oye y se siente en la cotidianidad. Así, el zorzal, el viento, las raíces y las montañas se convierten en símbolos con un poder espiritual que trasciende el contexto físico, llevando al lector a una reflexión filosófica y mística sobre el origen, la existencia y la conexión con lo divino.

Pero, Fausto Leonardo no es solo un poeta arraigado en su contexto caribeño, sino también un poeta de lo universal, pues su obra trasciende las fronteras geográficas, culturales y temporales. Aunque está profundamente influenciado por la naturaleza y la identidad del Caribe, su poesía se nutre de una visión metafísica, espiritual y ontológica que resuena con las grandes tradiciones poéticas de todos los tiempos. En este sentido, la universalidad de su obra se construye desde una perspectiva en la que el misterio humano, la búsqueda de sentido y el desafío ante lo inefable son temas transversales, que apelan a la experiencia humana común, independientemente de su origen o contexto específico. 

El hecho de que Fausto Leonardo dialogue con una tradición mística y metafísica que abarca lo que nos ha legado la tradición hasta las corrientes más contemporáneas hace que su poesía se sienta profundamente conectada con la sabiduría universal, yo me atrevo a decir que es un San Juan de la Cruz contemporáneo. En lugar de limitarse solo a representar el paisaje físico de su isla o de abordar temáticas cerradas dentro de un contexto caribeño, que ya es un aporte ,su obra se mueve hacia una dimensión universal en la que la humanidad comparte las mismas luchas existenciales, las mismas preguntas sobre el ser,la nada, el destino y lo divino.

La poesía de Fausto Leonardo es, a través de su profundidad metafísica**, su búsqueda de lo infinito y su conexión con la espiritualidad universal, una poesía que trasciende el Caribe sin dejar de representarlo y se inscribe en la gran tradición de los poetas místicos y metafísicos a nivel mundial. Al mismo tiempo, su particular visión caribeña le otorga un sello único, que enriquece aún más la universalidad de su obra.

 

07 marzo 2025

RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA

 




RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA 
Por Fausto Antonio Leonardo Henríquez, PhD


Poesía y naturaleza. La primera característica de la poética de MLO es la armonización entre palabra y naturaleza. Los elementos de la naturaleza sirven a la autora para expresar los estados más sutiles del alma. «Cuando el viento estremece los visillos / a Macarena le vienen ganas de llorar» (Cuando el viento acecha).  

El lenguaje conversacional. En efecto, la poeta emula un estilo decir las cosas que emula la voz de la poética de la experiencia. A esto se suma la claridad expositiva y un ritmo contagioso que conduce al lector a contemplar la estampa plasmada en el poema. «Existen conversaciones que nos desnudan / que nos llevan a la mueca / para no llorar a gritos» (Conversaciones que surgen al trasluz de la niebla).  

La palabra como vehículo de las emociones. MLO cuida las palabras, las engarza con maestría y belleza. Sabe que la palabra sirve para crear mundos imaginarios, pero también para expresar los estados de ánimo (tristeza, alegría, júbilo, etc.). La palabra poética la impele a liberar lo que le concita y subyuga. Los labios, la boca son una ventana por la que salen, liberadas, las palabras. «La lengua delinea / los labios húmedos / humedad que se escapa / por la ventana entreabierta» (Las tardes se mecen tibias en noviembre).  

La noche, símbolo de la conciencia. La poeta domestica a la noche, la amansa y la hace su compañera. La introduce al ámbito doméstico como una compañera que cohabita en lo cotidiano, en los rincones de la casa, confabulada con la memoria oculta de los objetos. La noche llega como aliada, pero insumisa y libre, por eso cuando presiente la aurora se hace invisible y se escapa. La noche es símbolo de una conciencia despierta, reveladora de los secretos de la memoria, de los recuerdos.  La cuestión social. Con sutileza, la poeta evoca las ansias, el sufrimiento, los sueños y las angustias de la sociedad. «Bajo la piedra / un antiguo dolor / se revuelca» (Fisuras). En el mismo tenor, en el poema “Esferas traslúcidas”, con fina ironía la poeta denuncia la actitud de muchos que, aburguesados en su zona de confort, se conmueven momentáneamente ante las noticias que anuncian guerras, dolor y sufrimiento. Impasibles, siguen su buena vida, que no la vida buena. “Cantata de los extraviados” y “un adiós a medio decir” son, también, indicativos de una poética que asume lo social como telón de fondo de sus reflexiones.  

En búsqueda de sentido. El poema “Desde mis huesos” es de antología. Este poema puede resumir, en mi opinión, los rasgos poéticos más sobresalientes de MLO. La poeta capta los murmullos de una vida más honda. Lee los códigos inscritos en su historia biográfica que se extiende como un telar en su pasado. Descifra en su linaje, como madre y mujer, los vestigios o señales de una historia secreta: la de la vida.

  Desde mis huesos  

Llegan a mis huesos señales 
Código perfecto desde el vientre 
Las escucho entre el ruido de los artificios 
Se desplazan por el viento del desierto 
Gravitan esparcidas como astillas blancas 
Hay un murmullo bajo la luna 
Y yo madre eternamente presente 
Yo mujer con los gemidos acuesta 
insertados en la vértebra 
rastreo la vida 
Hundo mis manos en el extenso arenal 
tras los huesos de los míos 
que bajo las estrellas nortinas deambulan 
como pájaros heridos
con un canto inconcluso.  

Este poema capta el sentido de la vida y descubre verdades profundas que la poeta intuye con agudeza. La belleza expresa es indiscutible, prueba de ello son las imágenes, sorprendentes y bien logradas. Ella capta señales que «se desplazan por el viento del desierto / Gravitan esparcidas como astillas blancas». Exalta su condición de madre y mujer, apuntalando de esta manera su femineidad, asumiendo cualquier cuota de sufrimiento que pueda suponer esta identidad. Se reconoce en la memoria de su linaje, en la herencia de su pasado familiar. Vuelve la mirada a ese pasado para rescatar los vínculos y códigos que corren por su sangre. Esa inmersión en la historia de sus ancestros, posiblemente como en cualquiera de las nuestras, hay heridas, vidas inacabadas, anhelos incumplidos, pero, al fin y al cabo, vidas que pueden llegar a la plenitud. «Hundo mis manos en el extenso arenal / tras los huesos de los míos / que bajo las estrellas nortinas deambulan / como pájaros heridos / con un canto inconcluso» (Desde mis huesos). 

 Juicio crítico. La poesía escrita por María de la Luz Ortega embellece la lengua española. Con un estilo depurado, claro y sencillo logra momentos extraordinarios. Comunica con un lenguaje sencillo la complejidad de estados del espíritu. Cada poema responde a verdades de vida, a experiencias auténticas. Por todo ello, y por mucho más, se puede afirmar que la poesía de María de Luz tiene rasgos de universalidad, por cuanto canta lo genuinamente humano. Temas como la soledad, el dolor, el tiempo, el sentido de la vida, la muerte, Dios, son solo unos ejemplos de sus grandes inquietudes como autora. Si lo dicho es verdad, entonces concluimos que estamos ante una mujer dotada de una sensibilidad y una imaginación creativa singular, cuya obra amerita ser leída y tenida en cuenta por los estudiosos y por la crítica literaria.


16 enero 2025

Poema "Últimas palabras" del poeta Fausto Leonardo Henríquez

El poema "Últimas palabras" del poeta Fausto Leonardo Henríquez, se recrea en las sensaciones personales, íntimas, como en una proyección de uno mismo, donde ha podido rescatar de su tiempo valores humanos. Uno puede pensar en el mundo de los otros desde el peso del suyo propio. Nos dice el poeta que pesan los pensamientos, los días, las horas aprisionadas y entumecidas. La gran lección que nos muestra es que hay que abandonarse a las circunstancias de vez en cuando, en los momentos de plena intensidad; es tan sencillo que se nos escapa de las manos esta percepción sensitiva, impresiones frescas, espontáneas, como los balones respiran aliviados del asedio de sus perseguidores; es una manera de dejarse llevar por los impulsos, se ve o no se ve, no se trata de probar nada solo de crear. También nos muestra su fe, Dios se oye sereno y orante. Para él no hacen falta pruebas para creer, le basta con su fe a través de una vida entregada; para él no hay vacío, es un acto confesional, donde se nos muestra totalizado estrechamente unido hombre, artista y fe, donde el día se ilumina con la sola presencia de Beatriz.


Fausto, en La Vega
la luz llama al fuego o la vida,
tal vez las sombras de las nubes
las ráfagas de lluvia
o en los colores verdes de la tarde,
viste pasar un ángel,
a Dios entre el temor y la nostalgia,
quizás fue un escalofrío repentino
una fría verdad desnuda
para encontrar la fe
en las remotas penumbras,
entre los suspiros
de una ventana en Santo Domingo,
el hombre se convirtió en teólogo,
en sacerdote vencido
al dulce gesto
de los secretos del corazón,
entre su cuerpo lleno de esperanza
fue su destino
descubrir así la belleza del mundo,
después vino el poeta
que en la plenitud libre
sintió las palabras en la retina
los gemidos de los ciervos heridos
y como en la Santísima Trinidad
hombre, sacerdote y poeta
fueron uno ante el paso de las aves
los senderos del espacio y los rayos de sol
ya no hay tregua en la pureza de su fondo
donde ilumina su meta y su camino
que como uno se nos muestra
en su revelación y total entrega
por eso le tendremos
siempre compañero
donde no se acaba la pátina del tiempo
alzando la palabra salvadora
salvando el vuelo
donde no pueden pisarse las estrellas

Antonio Ruiz Pascual


01 abril 2024

Tres sacerdotes católicos dominicanos que escriben poesía

 

Tres sacerdotes católicos dominicanos que escriben poesía



Luis Beiro

Listín Diario 31/03/2024

 

Que los sacerdotes dominicanos compartan liturgia y labor pastoral con la práctica de versos de ficción, es algo poco previsible en este mundo donde todo parece estar al revés.


Sin embargo, en la historia de la cultura latinoamericana, desde la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz hasta el párroco español naturalizado cubano, Ángel Gaztelu, los religiosos de profesión han dado muestras de una prodigiosa capacidad creativa cuando enfrentan la escritura de versos, ya bien en prosa, libres, o medidos.

 

Tal vez sea el español San Juan de la Cruz el antecedente generalizado de la creación artística. Su obra escrita ha provocado momentos de esplendor en el ámbito mundial.

 

En esta ocasión, “Lecturas de domingo”, recoge la obra de tres sacerdotes católicos poetas nacidos en la República Dominicana en distintas fechas, pertenecientes los dos a congregaciones episcopales que, desde finales del siglo XX, a lo que va del siglo XXI han legado una valiosa obra escrita de amplio reconocimiento, tanto en el país como en el extranjero.

 

Dos han obtenido importantes premios. Uno de ellos, el Premio Nacional de Literatura en 2023 y el otro el Premio Mundial “Fernando Rielo” de poesía mística, 2009. Aunque el otro seleccionado no se queda atrás. Los tres conforman la continuación de una pequeña vanguardia religiosa dedicada a escribir versos profanos o religiosos en aras de la libertad del pensamiento.

 

Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, es un prelado que ha dedicado su vida a la escritura, resaltando el ideario de la religión a la que ha consagrado su vida. Como poeta, su obra, dentro de un determinado contexto, está dedicada a cantar a los prodigios de Jesús y los símbolos católicos. En su categoría, posee una obra, sólida imperecedera. Como poeta, no surge como generación espontánea. El resultado de su poesía tiene antecedentes en la historia católica nacional.

 

Los sacerdotes paulistas Fausto Leonardos Henríquez y Tulio Cordero presentan un discurso lírico de evidentes resonancias estéticas, a veces profano, a tono con el tiempo que corre, aunque Henríquez viene de una experiencia mucho más universal (se ha destacado en El Salvador, en España y es editor de una revista literaria de mucha difusión en Centroamérica), lo que le permite tocar temas actuales, cercanos a las nuevas generaciones de lectores y usuarios de las redes sociales.


Sus muestras nos hablan de la tradición no muere. Hoy, nuestros sacerdotes católicos triunfan con la liturgia y la labor misionera dentro y fuera de nuestras fronteras con obras literarias que nos enriquecen el espíritu. A continuación, Lecturas de Domingo publica una breve muestra de la obra de estos importantes autores.

 

1-Ramón Benito de la Rosa y Carpio

(Nació en l Higüey, 1939, en cuya ciudad natal realizó sus estudios básicos. En el año 1954 continuó estudios secundarios en el Seminario Menor Santo Tomás de Aquino, en Santo Domingo, así como estudios superiores en filosofía y teología, durante los años 1958 y 1961, respectivamente, obteniendo el grado de Licenciatura en Ciencias Religiosas. Fue ordenado sacerdote en el año 1965 por monseñor Juan Félix Pepén Es, además, Licenciado en Teología Dogmática por el Instituto Pontificio San Anselmo, de Roma, en 1966; graduado en Catequesis por el Instituto Católico de París, en 1968; y preparó su tesis doctoral sobre la teología del cuadro de la Virgen de la Altagracia, en la Universidad Pontificia Javeriana, de Bogotá, en 1987. Fue obispo de la ciudad de Santiago de los Caballeros. En 2023 recibió el Premio Anual de Literatura que otorgan la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura).

 

La Palabra, espada de dos filos

“¡Espada de dos filos es, Señor, tu Palabra! Penetra como fuego y divide la entraña. ¡Nada como tu voz, es terrible tu espada! ¡Nada como tu aliento, es dulce tu Palabra!

Tenemos que vivir encendida la lámpara, que para virgen necia no es posible la entrada. No basta con gritar sólo palabras vanas, ni tocar a la puerta cuando ya está cerrada.

Espada de dos filos que me cercena el alma, que hiere a sangre y fuego esta carne mimada, que mata los ardores para encender la gracia.

Vivir de tus incendios, luchar por tus batallas, dejar por los caminos rumor de tus sandalias.¡Espada de dos filos es, Señor, tu Palabra! Amén”.

 

2-Tulio Cordero

(Nació en San Juan de la Maguana, el 12 de octubre de 1955. Poeta, músico, pintor, profesor y sacerdote católico de la Congregación de los Padres Paúles. Estudió Humanidades en Colombia y Teología en el Pontificio Seminario Santo Tomás de Aquino de la República Dominicana. Ha ejercido la labor pastora, entre otros, en Puerto Rico y la República Dominicana).

 

Encuentro

 

Admito

que han habido tardes turbadas

por crepúsculos ausentes.

Que una voz tosca ha herido tantas veces

estos capullos palabreros.

Que aquella mano violenta

-que impuso el silencio a mi hermano-

hizo que el pabilo de

nuestra lámpara

temblara de frío.

Y que tanto dolor,

tanto quejido inocente

han amenazado

con secar mi última lágrima.

Pero llegaste…

(te juro que no estaba en acecho

cuando cruzaste el umbral de mi mirada)

…y sonrió de nuevo la tarde.

Se irguió la palabra

vulnerada.

Y los ojos de mi niño

despertaron albeados

como mañana en gracia.

Y otra lágrima gozosa

anegó estos sueños.

Por favor,

permanece aquí.

Lo deseo ardientemente.

 

3-Fausto Leonardo Henríquez

(Fausto Leonardo Henríquez nació en La Vega en 1966. Es sacerdote paulista, doctor en Teología y ostenta varios reconocimientos en la República Dominicana. Ha publicado varios libros de poesía. Con uno de ellos, “Gemidos del ciervo herido” mereció el Premio Mundial “Fernando Rielo” de poesía mística, 2009). Fue misionero y párroco en San Pedro Sula, Honduras, y España, entre otros. Fue editor de la revista literaria “Criticarte” la que fundó en San Pedro Sula y la lleva por los países donde ha practicado su ejercicio sacerdotal como prueba de su valía profesional en el mundo de las letras).

 

Tuit poética

 

“Ya van a ser las nueve de la noche

y tú vienes en taxi como quien viene por Twitter.

Las luces de neón se encienden.

Es que llegas tú, Flors”.

 

Laptop

 

Para acceder a ti, ya no uso clave,

tan solo la huella dactilar,

ella sabe cómo

geolocalizarte al instante.

Toco el home botón y

despiertas luminosa,

anticipándote a mis deseos.

Nuestro encuentro se descodifica

Solamente con el tacto,

antesala del cielo,

predulio de los lirios.

 

27 febrero 2024

“HORA CERO”, POEMA DE PEDRO VERGÉS ELEGÍA DE UNA DOLENCIA EXISTENCIAL

 “HORA CERO”, POEMA DE PEDRO VERGÉS

ELEGÍA DE UNA DOLENCIA EXISTENCIAL

 

Por Fausto A. Leonardo Henríquez, PhD

 

 

Pedro Vergés, narrador y poeta, nació en Santo Domingo el 8 de mayo 1945. Doctor en Filología Románica. Ha publicado en poesía: Primeras palabras (1966), Juegos reunidos (1971), La escasa merienda de los tigres(recopilación de inéditos de Miguel Labordeta, 1975), Durante los inviernos (1977), y la novela Sólo cenizas hallarás (Bolero), (1980) y Yo ya estaré lejos (2023).

 

Alberto Baeza Flores destaca que Pedro Vergés es dueño de una formación completa y profunda, abarcadora y valiosa.[1] Por otra parte, Pedro Conde recoge las palabras que a propósito del accésit del prestigioso Premio Adonais de 1976, se dijo del autor: “Es indudable la capacidad poética de Pedro Vergés para infundirle vida a sus rememoraciones, a sus imaginaciones, con un lenguaje enormemente plástico donde alternan la ironía, el realismo y el deslumbramiento. Sus características encajan, por tanto, dentro de una manera muy actual que incluye algunas raíces exóticas, semejantes a las del modernismo de otra hora”».[2] Querría señalar, como dato significativo, que Antonio Fernández Spencer, otro dominicano de la diáspora de los años 50, fue galardonado con el Premio Adonais en 1952 con su poemario Bajo la luz del día[3] y laureado con el Premio Leopoldo Panero en 1969 ambos premios de gran prestigio en España. Sería interesantísimo estudiar la vida, las obras y las influencias de los poetas Spencer y Vergés. 

Por otro lado, Miguel Ángel Fornerín, profesor de la Universidad de Puerto Rico, en el prólogo al libro de Pedro Granados, Breve teatro para leer poesía dominicana reciente,[4] al referirse a los poetas de la década de 1970, entre los que menciona a Tony Raful y Pedro Vergés, en alusión el poemario Durante los inviernos 1977, dice de ellos que son poetas solitarios. Esto es, poetas que se sitúan de una manera singular y única en el “poema total y los nuevos mitos” como una forma de alejarse, con toda probabilidad, de la estética social y neorromántica.

 En ese tenor, Pedro Conde considera que la poesía de Pedro Vergés hay que ubicarla no tanto en el experimentalismo o el vanguardismo como en la modernidad, por la utilización de recursos y procedimientos novedosos. Amén de la ironía y el realismo, aludidos anteriormente, Vergés expresa una serie de rasgos eminentemente modernos, a saber: la inquietud, la inconformidad, el desarraigo, la búsqueda, la duda, y los desvelos por el lenguaje. Según, Conde, la poesía de Pedro Vergés, escrita en la diáspora, está ribeteada por los recuerdos y la nostalgia del terruño natal. 

En una publicación hecha en Eme eme, estudios dominicanos se dice de Vergés que la infancia, adolescencia y juventud del poeta en la República Dominicana constituirán el caldo de cultivo para su gran torrente de símbolos, imágenes y significaciones líricas. En efecto, la poesía de Vergés se caracteriza por su "adecuado tono lírico".[5] Veamos algunos versos espigados: «Allá me espera el agua, la luna que perdí / la rosa de tu pecho». «Allá me espera el cansado silencio y el ultrajado / péndulo del mar». «La luz que tanto amé, mis frágiles naufragios escolares / mi azul, mi azul del aire».[6]«Y con lunas silvestres encendidas por labios / heridos por palmeras» (Durante los inviernos). «Momento en que la luna/ emerge como un cuerpo de reloj sin frontera» (Tumba abierta para baile).[7]

 Después esta breve panorámica del autor y de su obra poética, para ceñirme a un texto concreto, pondré la atención en el poema “Hora cero”, porque, a mi juicio, es un poema representativo y antologable.


HORA CERO

La lectura de “Hora cero”, trae a mi pensamiento la idea de que estamos ante un texto en el cual resuena la lucha del yo poético contra la nada y el tiempo, la desolación y la amargura. La temporalidad envuelve al tú y lo doblega existencialmente, dejando el amargor de que el ser humano, ante la inexorabilidad del tiempo, sólo puede hacer silencio y retorcerse ante la consciencia de finitud y vaciedad de la vida.

1.     El tiempo una pócima amarga

De entrada, el poema intenta ser un diálogo con un tú indeterminado, pero que está presente como escuchante anónimo. “Como te iba diciendo” introduce coloquialmente al lector dentro del texto y lo convierte en sujeto pasivo del hablante, que no es otro que el poeta. La expresión “hay domingos” y “como te iba diciendo” nos remiten a una noción de tiempo que, para el poeta, se convierte en una sustancia que necesariamente tiene que ingerir, lentamente, como un castigo, contra su voluntad. Ese tiempo es una bebida de silencios amargos. Lo más terrible quizás no sea tener que habitar en el tiempo, sino tener que sufrir sus azotes sin alguien a quien tratar de tú o, peor aún, sin siquiera contar un uno mismo porque se ha diluido en una suerte de mundo de sombras como acontece, por ejemplo, en Pedro Páramo.


Hay domingos, como te iba diciendo,
en que uno bebe hondos silencios, amargos
como vino de sangre, domingos inconclusos y tediosos
en que el mar palidece y una sombra se ciñe a nuestra sombra
y el aroma de un cactus penetra la indomable
parsimonia del tiempo, y tú no estás,
y nadie, ni siquiera yo mismo, se encuentra en los contornos.

 

2.      Sentimiento de pérdida

“Hora cero” canta el sufrimiento del yo poético. El corazón abrumado por la tristeza y la desolación se parece a las “cerillas retorcidas por su propio fuego”. ¡Qué imagen más hermosa! “Hora cero” responde al punto mismo en que el poeta sitúa la pérdida total no sólo del tú amado, sino incluso de todo lo que le rodea y posee. El instante en que te das cuenta de que estás entre lo que fuiste y lo que eres como palanca en neutro de un carro mecánico. “Hora cero” es la consciencia de estar aquí, en un punto tal que, atormentado por la verdad de una existencia desolada y que no va a ninguna parte, pone a prueba la capacidad del ser humano ante el dolor y la adversidad.


Hay domingos en los que los objetos, estas cerillas retorcidas
por su propio fuego,
como mi corazón,
estos floreros, estas flores que mueren,
como mi corazón, claman, piden, asedian,
se interponen en todo, me hacen sentir
que todo lo he perdido.

 

3.     El tiempo como vaciedad y pérdida de sentido

Se le atribuye a Viktor Frankel, célebre psiquiatra vienés, haber acuñado la expresión “neurosis dominical” para referirse al síndrome de depresión dominical. Dicho estado tiene que ver con una suerte de vacío existencial, que padecen algunas personas debido a la escasa actividad los domingos. La melancolía dominical no es exactamente un problema psicológico, sino un estado del alma más profundo, a saber, es una dolencia existencial, espiritual, del ser, que Frankel llama “neurosis noógena”. A mi juicio, el yo poético pasa por esta última, pues no encuentra asidero los domingos, le faltan razones para la alegría. Los domingos le resultan soberanamente largos y aburridos, sin nada que le llenen de sentido y ganas vivir.


Hay domingos así.
Hay domingos de largas avenidas.
Hay domingos sin tregua, sin un solo coral, sin una sola ola,
Sin esa diminuta piedrecita de ámbar
que uno quisiera a veces encontrar en la vida.

 

4.     Entre el tedio y la amargura. 

La ausencia, posiblemente de un ser amado, y la imposibilidad de tenerlo cerca aumenta el sufrimiento, causando una profunda desazón existencial. Nada parece llenar y dar color al telar que es en sí el alma o el yo poético. Ante esta situación, el poeta describe en “Hora cero” un estado inundado de pesimismo y monotonía, cuyo tono es, sencillamente gris, un gris frío y sin destellos.


Hay domingos como éste, en los que tú no estás ni yo respiro,
domingos coleópteros, afiebrados,
como largos discursos,
domingos con sus telas, domingos con sus lienzos,
domingos con sus listas de todos los domingos,
con sus pequeños ruidos, su teléfono,
domingos que te allanan y te violan,
acotadas marismas donde un alud de nada
y de piedras sin nombre
imitan la espesura, tienden trampas amargas,
cabinas que cobijan la luz lunar y el tedio.

 

5.     “Hora cero”, perífrasis de un topónimo.

La última estrofa de “Hora cero” es una metralla sonora. Con sutil ironía el poeta descarga su desencanto en los domingos. El salto literario, poético, viene cuando se traspone el domingo a la ciudad Santo Domingo, a la Republica Dominicana. Un domingo en Santo Domingo es una metáfora baudelairiana (poeta maldito) e incluso sartreana (autor de La Nausea) que expresa, a mi juicio, no sólo la aridez del yo poético, sino la triste realidad social dominicana. Si se admite esta lectura, cabe decir entonces que, desolado el poeta y desolado el país, sólo queda la náusea, el asco, la maldición. La realidad que experimenta el yo poético es monótona, tediosa, cansina como un domingo en Santo Domingo, como un telar extendido por la geografía dominicana. Un domingo que anuncia la repetición de lo mismo al día siguiente, como en un eterno retorno del cansancio nauseabundo de la insularidad aburrida y sin horizontes.

 

Hay domingos inciertos, domingos como hechos
para el hombre que soy en esta hora.
Hay un Santo Domingo y un maldito domingo,
un maldito domingo aquí en Santo Domingo,
un domingo que es todos los domingos,
un asqueroso y nauseabundo día domingo
que se prolonga indefinidamente.
Un domingo que contempla su lunes, su semana irrestricta,
como si se mirara en un espejo.

  

La palabra poética de Pedro Vergés emerge con fluidez y dominio.  Como el agua que cae en un recipiente y toma su forma, así el poeta mimetiza su mundo a través de metáforas cautivadoras. Su tono lírico está acorde con el canon de la gran poesía. Con un lenguaje bien cuidado, como no puede ser menos tratándose de un filólogo, el poeta transmuta los impulsos interiores en la obra, que es el poema. Sus preocupaciones más hondas, existenciales, se visibilizan en elementos de la vida cotidiana como las “cerillas retorcidas por su propio fuego”. Pedro Vergés, finalmente, arriesga en su creación poética sin perder el tono, el equilibro. Su poesía no es mucha, la verdad, pero lo que se conoce de su obra se enmarca en la mejor poesía por lo que, sin temor a equivocarme, tiene reservado un sitial en el parnaso dominicano.

 En otro orden, este comentario acerca de la obra y figura de Pedro Vergés sería incompleto si no hacemos, aunque sea brevemente, alusión a sus novelas: Sólo cenizas hallarás (bolero) Yo ya estaré lejos.

1.     Sólo cenizas hallarás (boleto)

Sólo cenizas hallarás (bolero) fue publicada en España en 1981. Esta obra le mereció a Pedro Vergés el prestigioso Premio de la Crítica de narrativa y el XV Premio Internacional Blasco Ibáñez de novela. Como dato curioso, el título de la novela parafrasea un bolero que cantaba “Toña la negra”.[8] En un artículo publicado en el diario español El País en 1981, Bel Carrasco[9] recoge el testimonio de nuestro autor con estas palabras valiosas declaraciones:

En mi novela intento reflejar el gran desencanto que se produjo en mi país a raíz de la muerte del dictador y los acontecimientos que siguieron», explica Pedro Vergés. «Para ello, me centro en tres planos: la interpretación psicológica de los personajes, la elaboración del lenguaje que emplean de acuerdo con su clase y realidad social y el análisis de la ideología que subyace en ellos y configura su visión del mundo». La misma estructura básica de la novela, concebida según un doble planteamiento, una serie de capítulos saltan y se entrecruzan, mientras otros mantienen una linealidad, «responde a ese intento de expresar el caos en que viven sumergidos los personajes y, al mismo tiempo, la necesidad que tienen de salir de él.

Por otra parte, Argénida Romero, periodista venezolana, considera que las variadas historias que rodean a los diferentes personajes de Sólo cenizas hallarás, «muestran o buscan mostrar ese escenario poco abordado a mi parecer en la literatura dominicana, el período entre el fin de la tiranía de Rafael Trujillo y las esperanzas de cambio postdictadura. Y desde mi punto de vista, [enfatiza Romero], la novela lo logra, y lo hace hasta para alguien que no vivió esa época. Es sentirse envuelto en la inquietud del desencanto de Freddy y su escape de la isla como única salida».[10]

2.     Yo ya estaré lejos (2023)

Esta segunda novela aparece cuatro décadas después de Sólo cenizas hallarás, galardonada con el Premio Feria del Libro Eduardo León Jimenes, 2023. José Rafael Sosa en el diario digital Acento resalta de su autor: «Esa cotidianidad, creada a partir de los hechos, dotada de condición de personaje de naturaleza propia y definida, es una de las grandes proezas del narrador».[11]

El destacado crítico y ensayista José Alcántara en su comentario a la novela Yo ya estaré lejos dice: 

«A mi juicio, parte de lo más valioso es la reconstrucción de la memoria histórica, la incisiva mirada crítica del novelista, su ingente esfuerzo de creación narrativa para dar vida a la resistencia silente de unos, la rebeldía de otros, la complicidad de algunos convencidos de la grandeza del tirano, y la genuflexión de los oportunistas y los aduladores.»[12]

En una fabulosa entrevista de Joan Prats realizada a Pedro Vergés con motivo de la publicación de Yo ya estaré lejos,[13]dice el novelista de la obra: «Desde el punto de vista de la literatura, es una especie de zambullida en una época, intentando reflejarla de una manera adecuada, artística y, al mismo tiempo, sin ocultar absolutamente nada de lo que ocurría, pero siempre con una comprensión del fenómeno global».[14]

Finalmente, al referirnos al escritor Pedro Vergés se puede hablar de él como poeta, narrador, cuentista (cuentos por publicar) y ensayista. Tal vez a causa de sus múltiples funciones como profesional, su producción literaria, al menos en sus publicaciones, no ha sido abundante, pero sí la justa para ocupar un lugar eminente en las letras.

 



[1] Alberto Baeza Flores, Los poetas dominicanos de 1965. Una generación importante y distinta (Santo Domingo: Biblioteca Nacional, 1985). 345.

[2] Pedro Conde, «Memoria del viento frío», Cielonaranja, 2001, http://www.cielonaranja.com/pc08.htm.

[3] Ricardo Llopesa, escritor nigaragüense radicado en Valencia, ya desaparecido, me reveló este dato, desconocido para mí, a finales de la década de 1990.

[4] Miguel Ángel Fornerín, «La poesía dominicana en el tiempo», en Breve teatro para leer poesía dominicana reciente, Andar de ciegos (Texas: MediaIsla, 2013), 22. Miguel Ángel Fornerín, El canon horizontal, 1.a ed., Glosas Golosas 1 (Santo Domingo: Santuario, 2018). 84.

[5] Universidad Católica Madre y Maestra, «Pedro Vergés, Durante los inviernos», Eme eme; estudios dominicanos 12 (1983): 21, 29.

[6] Conde, «Memoria del viento frío».

[7] Baeza Flores, Los poetas dominicanos de 1965. Una generación importante y distinta. 429.

[8] Jaime Millas, «Pedro Verges, premio Blasco Ibáñez de novela», El País, 14 de febrero de 1980, https://elpais.com/diario/1980/02/14/cultura/319330804_850215.html.

[9] Bel Carrasco, «Pedro Vergés, premio de la Crítica: “Mi novela refleja el desencanto que siguió al trujillismo”», El País, 10 de abril de 1981, https://elpais.com/diario/1981/04/10/cultura/355701609_850215.html.

[10] Publicado por Argénida Romero, «Sólo cenizas hallarás», accedido 12 de febrero de 2024, http://eldiariodelarosa.blogspot.com/2016/12/solo-cenizas-hallaras.html.

[11] José Rafael Sosa, «Pedro Vergés y “Yo ya estaré lejos”», Acento, 21 de mayo de 2023, https://acento.com.do/cultura/pedro-verges-y-yo-ya-estare-lejos-9200962.html.

[12] Comentario del escritor José Alcántara Almánzar con motivo de la publicación selecta del Banco Central de la República Dominicana. 

[13] “Yo ya estaré lejos” es el verso de un bolero, “Bésame mucho”. Su primera novela, Sólo cenizas hallarás es también el verso de otro bolero canta

[14] Joan Prats, «Pedro Vergés: “Este es un trabajo de muchos años, paciencia y entrega”», Diario Libre, 16 de enero de 2023, https://www.diariolibre.com/revista/cultura/2023/01/16/yo-ya-estare-lejos-la-nueva-novela-de-pedro-verges/2196353.

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