04 diciembre 2025

EN EL UMBRAL DEL ALMA: LOS POETAS INTERIORISTAS (A PROPÓSITO DEL LIBRO POETAS INTERIORISTAS ESPAÑOLES)

EN EL UMBRAL DEL ALMA: LOS POETAS INTERIORISTAS

(A PROPÓSITO DEL LIBRO POETAS INTERIORISTAS ESPAÑOLES)



La antología Poetas interioristas españoles invita a un viaje hacia la hondura del ser,

allí donde la palabra se vuelve espejo del alma y vía mística de conocimiento interior. La

poesía aquí es plegaria, asombro y confesión del límite. Al leerlos en conjunto, se

descubre que todos trazan una geografía interior donde el hombre se sabe barro, llama,

mar y tránsito.


Más que un conjunto de voces, este libro es una constelación de almas. Cada poeta se

ofrece como un fragmento del absoluto y en todos ellos late una misma certeza: la poesía,

cuando nace de la interioridad, ilumina el mundo.


El Interiorismo, en su esencia, es un acto de revelación que busca la raíz del alma. Así,

Isabel Díez Serrano abre este recorrido en “Ruido de otoño”, donde la estación se

convierte en metáfora del tiempo que pasa y del alma que aprende a caer como hoja

madura hacia la conciencia de su finitud. La naturaleza respira, envejece y se renueva,

enseñándonos que somos parte del acontecimiento universal. Frente al otoño, la memoria

del verano pasado resplandece:


Felices días eternos de verano

que siempre vivirán en la memoria


Una segunda creación de Díez Serrano es “Al Cristo de la Vera Cruz”, aquí la voz

poética funde mística y humanidad al contemplar al Redentor y a María de las Tristezas

como símbolo de condensación del dolor universal. Alcanza el clímax en el verso:

“bebamos esa sangre tan gloriosa”, donde la metáfora eucarística transforma el

sufrimiento en belleza sagrada. Este poema es un acto de contemplación estética de la fe,

pues el dolor sagrado, la plegaria y la palabra se funden en un solo acto de redención.

Esa misma nota melancólica y trascendente vibra en “Bosquejo del ausente”, de

Emilio Rodríguez, donde la palabra reconstruye la figura de quien ya no está, pero cuya

ausencia se vuelve presencia espiritual. Rodríguez dibuja al ausente desde la permanencia

de lo invisible, el alma que habita en el eco de lo perdido.


Bosquejo del ausente” es un poema de evocación, sueño y pérdida, donde el autor

convierte la ausencia en materia poética. Emilio Rodríguez se revela aquí como un artista

capaz de transformar la nostalgia en arquitectura verbal. La escritura funciona como ritual

de regreso, un bosquejo de lo que se fue, trazado con los pigmentos del inconsciente y del

recuerdo. Logra transformar la ausencia en presencia espiritual cuando escribe:


Cuando era primavera en todos los cuadernos

y ensayaba horizontes un galope de lunas


El poema convierte lo perdido en sustancia de eternidad, demostrando que recordar es

un acto de creación.


Teodoro Rubio Martín, con “Oración de un moribundo”, conduce al umbral de la

eternidad. El yo poético se entrega en súplica final, consciente de su pequeñez ante la

grandeza divina. La voz poética asume su condición efímera con lucidez y sin

dramatismo: no hay desesperación, sino entrega confiada a las manos divinas.


Yo te llamo, Señor y me respondes

con rotundo silencio, y hasta a veces

el silencio es callado y se desgarra

la ilusión de sanarme


Esta composición es una aceptación serena del tránsito y una profunda metáfora de la

fe. En “La trama de la vida”, de Gonzalo Melgar De Corral, el símbolo del tejido

representa el curso vital que se va deshilando, mientras las manos de Dios rematan el

tapiz del destino. El verso inicial, “Se me acaba la trama de la vida”, introduce un tono

de conciencia del fin, de aceptación serena ante la inminencia de la muerte.

“La trama de la vida” puede leerse como una reconciliación entre el ser y el destino.

Frente a la idea trágica del fin, el poeta ofrece una visión de la muerte como parte del

trabajo paciente de Dios. El símbolo del tejido evoca el curso vital:


Tú lo vas rematando

y con tus manos que pasaban el hilo por la urdimbre,

lo doblarás en dos mitades pronto


La vida se deshilacha mientras Dios concluye con paciencia y ternura. La muerte se

transforma en acto de amor que remata la obra imperfecta de cada existencia.

Juan Domínguez Prieto, en “De Dios rítmico”, convierte el universo en música y a la

divinidad en cadencia:


Mi pequeñez se llama esperanza de Gloria

-así, me aman en el dolor-,

la puerta abre

huesped de Gabriel diáfano

nada diáfana clara huesped de Gabriel.


El poema revela una espiritualidad íntima y paradójica, donde la “pequeñez” se

transforma en un nombre luminoso: “esperanza Gloria”. En ese acto de

autodenominación, el yo poético asume su vulnerabilidad como fuente de redención y

amor, pues es en el dolor donde se siente amado. “la imagen de la “puerta que abre”

sugiere un tránsito hacia lo divino, una invitación al encuentro con lo sagrado

representado por el “huesped Gabriel”, figura que alude al arcángel mensajero. El poema

se mueve entre la fragilidad humana y la trascendencia mística.


José Félix Olalla se adentra en el misterio del silencio en “Al escuchar tu voz tras una

larga pausa” y “Noche en la almazara del Getsemaní”. En el primero, la voz divina

irrumpe tras un tiempo de espera interior, revelando que el silencio es una forma de

presencia. La voz poética scribe:


Al escuchar tu voz, tras una larga pausa,

yo atravesé la línea de los fuegos

y me quedé sereno

con la pinta segura de lances de párvulos.


El poema encierra la fuerza contenida de un renacimiento interior. La voz que irrumpe

tras una “larga pausa” actúa como un llamado que rompe el silencio y provoca un salto

hacia lo desconocido. Tras cruzar ese umbral ardiente, el yo poético emerge sereno, como

si hubiera hallado en el fuego la purificación. Olalla introduce una paradoja

conmovedora: la inocencia se vuelve coraje. En esa serenidad infantil, limpia de cálculo

y de miedo, se cifra la victoria espiritual del hablante, que ha sobrevivido al incendio del

alma con la luz intacta.


En la segunda creación el poeta revive la agonía de Cristo en el huerto, donde el dolor

y la obediencia se funden en la más pura oración, a pesar de que el alma cruzaba el umbral

del dolor, habitando los territorios del sufrimiento y la espera. Esa voz amada , quizá

divina, quizá humana, irrumpe tras un largo silencio, y el yo lírico experimenta la

resurrección de la esperanza. El poema vibra entre lo humano y lo celestial.

José Félix Olalla recrea el Getsemaní interior de todo ser que sufre. El poeta hace del

dolor un sacramento, y del verso, un acto de redención.


José Luis Martínez nos ofrece un tríptico espiritual de honda resonancia simbólica:

 “San Juan de La Cruz”

 “San Francisco de Asís”

 “Dios alfarero”


En el primero, exalta la luz interior del místico castellano, que halla en la “nada” la

plenitud del ser. El poema se erige como una elegía espiritual dedicada a la figura mística

de San Juan de la Cruz, símbolo de la unión del alma con Dios a través del desapego y la

luz interior. El agua que mana, la “fuente” de la que hablaba el santo, es aquí símbolo

del conocimiento sagrado, de la inspiración divina que, una vez bebida, transforma la

palabra humana en canto del Espíritu.


En el segundo, “San Francisco de Asís”, rinde homenaje al santo de la fraternidad

universal. En este segundo trabajo, el poeta rinde homenaje al paradigma de la humildad,

la pobreza y el amor universal hacia la creación. El poema celebra la fraternidad cósmica

que Francisco predicaba: la comunión entre el hombre y la naturaleza, entre el espíritu y

la materia. La figura del santo aparece idealizada como “himno de amor a la Naturaleza”

y “verde metáfora del Dios-Belleza”. Así, el poema se convierte en una oración ecológica,

donde lo espiritual y lo natural se funden en un mismo cántico de vida. Así la comunión

con la naturaleza se hace oración:


Todo era para ti filial, fraterno

y era hermana la luna, el sol, la estrella

y hasta el lobo feroz era algo tierno


Y en “Dios alfarero”, el símbolo alcanza su máxima belleza, el Creador modela al

hombre con sus manos divinas, recordándonos que somos barro animado por el soplo

eterno:


Que soy obra maestra
salida de tus manos,
pues, me hiciste a tu imagen,

como a hijo engendrado


El mar se convierte en símbolo de infinitud y pureza en “Mar Mediterráneo”, de María

del Carmen Soler. Su poesía nos sumerge en las aguas del origen, donde la vastedad azul

refleja el misterio del alma. El poema se erige como un diálogo entre la materia y el

espíritu. El mar, símbolo por excelencia de la inmensidad y del misterio, es aquí el espejo

en el que la voz poética busca reconocerse desde la hondura existencial y trascendente.

El mar que describe Soler es un espacio interior, un territorio del alma donde confluyen

la calma y la tempestad, la vida y la muerte, la memoria y el olvido. El Mediterráneo;

antiguo, cargado de historia y de silencios, encarna la sabiduría de los siglos, el flujo

incesante de la existencia humana, el vaivén del tiempo que desgasta y renueva.


En la voz de la poeta, el mar se convierte en un interlocutor divino, casi una epifanía

de la presencia de Dios en la naturaleza. En sus versos se percibe una oración contenida,

una plegaria que se eleva desde el asombro y la pequeñez humana hacia lo eterno.

María del Carmen Soler logra unir en su poema lo místico y lo estético, transformando

el paisaje natural en un espacio sagrado. Su mar enseña, limpia, reconcilia y devuelve al

alma su equilibrio primigenio.


Leer los poemas de Pedro Zacarías Sánche Téllez es sumergirse en una delicada

melancolía existencial:


Mi corazón, como pequeño reloj, camina triste.

Considera, ante el día, la altura de sus letras.

Busca, incansablemente, en la región secreta, el aliento y la fuerza.


El corazón, reducido a un “pequeño reloj”, simboliza el paso incesante del tiempo y la

fragilidad de la vida interior. Ese mecanismo que “camina triste” marca silencios y

nostalgias. El yo poético parece medir su propia existencia a través del lenguaje, como si

escribir fuera una forma de buscar sentido en medio de la fugacidad. La imagen final

revela un anhelo de trascendencia, ese impulso vital que continúa latiendo en lo oculto,

donde la esperanza y la palabra aún respiran.


“Como no supe en vida” es la forma en que José Nicas Montoto eleva un canto de

amor y arrepentimiento; su voz es la de quien reconoce demasiado tarde la trascendencia

de los afectos. El hablante poeta eleva una meditación acerca de la conciencia tardía,

sobre esas revelaciones que solo llegan cuando el alma ha cruzado los umbrales del

tiempo. El poema es una voz que se reprocha no haber amado, sentido o comprendido

con suficiente hondura mientras la vida aún latía en su plenitud. En sus versos eleva la

conciencia tardía del afecto y la experiencia:


Si guarda aún mi hueco nuestra cama,

lo ocuparé contigo; pero, si no estás sola,

no lloraré de celos, ni nada parecido...


Montoto convierte el remordimiento en sabiduría y el dolor en lucidez espiritual.

Desde una mirada trascendida, reconoce que solo después de la pérdida se revelan las

dimensiones más puras del amor y de la existencia.


El poema es, en esencia, una oración retrospectiva, una búsqueda de sentido ante lo

irreversible, una invitación a despertar mientras aún se está vivo. Montoto logra que el

lector sienta el eco de lo no vivido y, al mismo tiempo, la belleza de la comprensión que

llega tarde, pero ilumina.


Fausto Leonardo Henríquez enlaza lo físico y lo espiritual en “El mar me llama”, una

metáfora del destino y la eternidad que grita una llamada de regreso a lo esencial.

Transforma el rumor del mar en una voz interior que convoca al alma hacia su origen. El

poema es una invitación al regreso a la esencia, a la inmensidad de lo que trasciende la

forma y el tiempo. La voz poética percibe esa llamada como un impulso espiritual, una

atracción hacia la pureza y la calma.


Henríquez logra que el mar sea metáfora del destino último del espíritu, la unión con

lo absoluto, el descanso en lo eterno. Su tono es contemplativo y sereno, y su lenguaje,

de una transparencia que recuerda la fluidez del agua. Así, el poema se erige como una

mística del retorno, donde el alma responde al llamado primordial de la vida.


Fausto Leonardo Henríquez, en “El mar me llama”, convierte el rumor de las olas en

voz interior:


El mar me convoca a su intimidad,

acaso porque un día emergiera

de su sedimento


El mar simboliza eternidad y presencia divina, convocando al alma hacia su origen y

disolviendo el yo en lo infinito.


José Romera cierra este recorrido con “Jaulas de Caín”, texto de resonancia moral y

simbólica, donde la humanidad se enfrenta a su propio encierro. Las jaulas son metáfora

del egoísmo, del miedo, del pecado original que persiste, pero también de la esperanza de

liberación que toda conciencia alberga.


En “Jaulas de Caín”, José Romera nos enfrenta al cautiverio moral del ser humano,

esa prisión interior donde la culpa, el egoísmo y la violencia habitan como sombras

heredadas. El poema evoca la figura bíblica de Caín como símbolo del hombre moderno,

atrapado en sus propias rejas de miedo, ambición y deshumanización.


Romera escribe desde una conciencia desgarrada que denuncia y, al mismo tiempo

compadece. En sus versos resuena la pregunta por la redención: ¿podrá el hombre

liberarse de su culpa ancestral?:


Hombre llamado Caín

a revelar por un perdido

y oscuro eco de Dios:

La sangre de tu hermano

me está gritando desde la Tierra


Romera nos enfrenta a nuestra humanidad atrapada y nos recuerda que la conciencia

puede abrir la puerta a la redención.


Poetas interioristas españoles es un diálogo con lo invisible. Cada poema confirma

que la poesía sigue siendo el refugio donde el alma conversa con Dios, con la memoria y

con su propio misterio.


Frente al ruido del mundo, estas voces nos recuerdan que existe un silencio fecundo,

una palabra que revela, ilumina y transforma. Porque, al final, la auténtica poesía se

escribe con espíritu y nos guía suavemente al umbral del alma, donde lo humano y lo

eterno se encuentran, y donde escuchar es comprender la melodía secreta de la existencia.


Nota: Kenia Mata Vega, En el umbral del alma: Los poetas interioristas. Publicado en el Boletín digital no. 233 del Ateneo Insular, Rep. Dominicana, noviembre de 2025, pp. 30-35.

Un bocado

EN EL UMBRAL DEL ALMA: LOS POETAS INTERIORISTAS (A PROPÓSITO DEL LIBRO POETAS INTERIORISTAS ESPAÑOLES)

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