04 diciembre 2025

EN EL UMBRAL DEL ALMA: LOS POETAS INTERIORISTAS (A PROPÓSITO DEL LIBRO POETAS INTERIORISTAS ESPAÑOLES)

EN EL UMBRAL DEL ALMA: LOS POETAS INTERIORISTAS

(A PROPÓSITO DEL LIBRO POETAS INTERIORISTAS ESPAÑOLES)



La antología Poetas interioristas españoles invita a un viaje hacia la hondura del ser,

allí donde la palabra se vuelve espejo del alma y vía mística de conocimiento interior. La

poesía aquí es plegaria, asombro y confesión del límite. Al leerlos en conjunto, se

descubre que todos trazan una geografía interior donde el hombre se sabe barro, llama,

mar y tránsito.


Más que un conjunto de voces, este libro es una constelación de almas. Cada poeta se

ofrece como un fragmento del absoluto y en todos ellos late una misma certeza: la poesía,

cuando nace de la interioridad, ilumina el mundo.


El Interiorismo, en su esencia, es un acto de revelación que busca la raíz del alma. Así,

Isabel Díez Serrano abre este recorrido en “Ruido de otoño”, donde la estación se

convierte en metáfora del tiempo que pasa y del alma que aprende a caer como hoja

madura hacia la conciencia de su finitud. La naturaleza respira, envejece y se renueva,

enseñándonos que somos parte del acontecimiento universal. Frente al otoño, la memoria

del verano pasado resplandece:


Felices días eternos de verano

que siempre vivirán en la memoria


Una segunda creación de Díez Serrano es “Al Cristo de la Vera Cruz”, aquí la voz

poética funde mística y humanidad al contemplar al Redentor y a María de las Tristezas

como símbolo de condensación del dolor universal. Alcanza el clímax en el verso:

“bebamos esa sangre tan gloriosa”, donde la metáfora eucarística transforma el

sufrimiento en belleza sagrada. Este poema es un acto de contemplación estética de la fe,

pues el dolor sagrado, la plegaria y la palabra se funden en un solo acto de redención.

Esa misma nota melancólica y trascendente vibra en “Bosquejo del ausente”, de

Emilio Rodríguez, donde la palabra reconstruye la figura de quien ya no está, pero cuya

ausencia se vuelve presencia espiritual. Rodríguez dibuja al ausente desde la permanencia

de lo invisible, el alma que habita en el eco de lo perdido.


Bosquejo del ausente” es un poema de evocación, sueño y pérdida, donde el autor

convierte la ausencia en materia poética. Emilio Rodríguez se revela aquí como un artista

capaz de transformar la nostalgia en arquitectura verbal. La escritura funciona como ritual

de regreso, un bosquejo de lo que se fue, trazado con los pigmentos del inconsciente y del

recuerdo. Logra transformar la ausencia en presencia espiritual cuando escribe:


Cuando era primavera en todos los cuadernos

y ensayaba horizontes un galope de lunas


El poema convierte lo perdido en sustancia de eternidad, demostrando que recordar es

un acto de creación.


Teodoro Rubio Martín, con “Oración de un moribundo”, conduce al umbral de la

eternidad. El yo poético se entrega en súplica final, consciente de su pequeñez ante la

grandeza divina. La voz poética asume su condición efímera con lucidez y sin

dramatismo: no hay desesperación, sino entrega confiada a las manos divinas.


Yo te llamo, Señor y me respondes

con rotundo silencio, y hasta a veces

el silencio es callado y se desgarra

la ilusión de sanarme


Esta composición es una aceptación serena del tránsito y una profunda metáfora de la

fe. En “La trama de la vida”, de Gonzalo Melgar De Corral, el símbolo del tejido

representa el curso vital que se va deshilando, mientras las manos de Dios rematan el

tapiz del destino. El verso inicial, “Se me acaba la trama de la vida”, introduce un tono

de conciencia del fin, de aceptación serena ante la inminencia de la muerte.

“La trama de la vida” puede leerse como una reconciliación entre el ser y el destino.

Frente a la idea trágica del fin, el poeta ofrece una visión de la muerte como parte del

trabajo paciente de Dios. El símbolo del tejido evoca el curso vital:


Tú lo vas rematando

y con tus manos que pasaban el hilo por la urdimbre,

lo doblarás en dos mitades pronto


La vida se deshilacha mientras Dios concluye con paciencia y ternura. La muerte se

transforma en acto de amor que remata la obra imperfecta de cada existencia.

Juan Domínguez Prieto, en “De Dios rítmico”, convierte el universo en música y a la

divinidad en cadencia:


Mi pequeñez se llama esperanza de Gloria

-así, me aman en el dolor-,

la puerta abre

huesped de Gabriel diáfano

nada diáfana clara huesped de Gabriel.


El poema revela una espiritualidad íntima y paradójica, donde la “pequeñez” se

transforma en un nombre luminoso: “esperanza Gloria”. En ese acto de

autodenominación, el yo poético asume su vulnerabilidad como fuente de redención y

amor, pues es en el dolor donde se siente amado. “la imagen de la “puerta que abre”

sugiere un tránsito hacia lo divino, una invitación al encuentro con lo sagrado

representado por el “huesped Gabriel”, figura que alude al arcángel mensajero. El poema

se mueve entre la fragilidad humana y la trascendencia mística.


José Félix Olalla se adentra en el misterio del silencio en “Al escuchar tu voz tras una

larga pausa” y “Noche en la almazara del Getsemaní”. En el primero, la voz divina

irrumpe tras un tiempo de espera interior, revelando que el silencio es una forma de

presencia. La voz poética scribe:


Al escuchar tu voz, tras una larga pausa,

yo atravesé la línea de los fuegos

y me quedé sereno

con la pinta segura de lances de párvulos.


El poema encierra la fuerza contenida de un renacimiento interior. La voz que irrumpe

tras una “larga pausa” actúa como un llamado que rompe el silencio y provoca un salto

hacia lo desconocido. Tras cruzar ese umbral ardiente, el yo poético emerge sereno, como

si hubiera hallado en el fuego la purificación. Olalla introduce una paradoja

conmovedora: la inocencia se vuelve coraje. En esa serenidad infantil, limpia de cálculo

y de miedo, se cifra la victoria espiritual del hablante, que ha sobrevivido al incendio del

alma con la luz intacta.


En la segunda creación el poeta revive la agonía de Cristo en el huerto, donde el dolor

y la obediencia se funden en la más pura oración, a pesar de que el alma cruzaba el umbral

del dolor, habitando los territorios del sufrimiento y la espera. Esa voz amada , quizá

divina, quizá humana, irrumpe tras un largo silencio, y el yo lírico experimenta la

resurrección de la esperanza. El poema vibra entre lo humano y lo celestial.

José Félix Olalla recrea el Getsemaní interior de todo ser que sufre. El poeta hace del

dolor un sacramento, y del verso, un acto de redención.


José Luis Martínez nos ofrece un tríptico espiritual de honda resonancia simbólica:

 “San Juan de La Cruz”

 “San Francisco de Asís”

 “Dios alfarero”


En el primero, exalta la luz interior del místico castellano, que halla en la “nada” la

plenitud del ser. El poema se erige como una elegía espiritual dedicada a la figura mística

de San Juan de la Cruz, símbolo de la unión del alma con Dios a través del desapego y la

luz interior. El agua que mana, la “fuente” de la que hablaba el santo, es aquí símbolo

del conocimiento sagrado, de la inspiración divina que, una vez bebida, transforma la

palabra humana en canto del Espíritu.


En el segundo, “San Francisco de Asís”, rinde homenaje al santo de la fraternidad

universal. En este segundo trabajo, el poeta rinde homenaje al paradigma de la humildad,

la pobreza y el amor universal hacia la creación. El poema celebra la fraternidad cósmica

que Francisco predicaba: la comunión entre el hombre y la naturaleza, entre el espíritu y

la materia. La figura del santo aparece idealizada como “himno de amor a la Naturaleza”

y “verde metáfora del Dios-Belleza”. Así, el poema se convierte en una oración ecológica,

donde lo espiritual y lo natural se funden en un mismo cántico de vida. Así la comunión

con la naturaleza se hace oración:


Todo era para ti filial, fraterno

y era hermana la luna, el sol, la estrella

y hasta el lobo feroz era algo tierno


Y en “Dios alfarero”, el símbolo alcanza su máxima belleza, el Creador modela al

hombre con sus manos divinas, recordándonos que somos barro animado por el soplo

eterno:


Que soy obra maestra
salida de tus manos,
pues, me hiciste a tu imagen,

como a hijo engendrado


El mar se convierte en símbolo de infinitud y pureza en “Mar Mediterráneo”, de María

del Carmen Soler. Su poesía nos sumerge en las aguas del origen, donde la vastedad azul

refleja el misterio del alma. El poema se erige como un diálogo entre la materia y el

espíritu. El mar, símbolo por excelencia de la inmensidad y del misterio, es aquí el espejo

en el que la voz poética busca reconocerse desde la hondura existencial y trascendente.

El mar que describe Soler es un espacio interior, un territorio del alma donde confluyen

la calma y la tempestad, la vida y la muerte, la memoria y el olvido. El Mediterráneo;

antiguo, cargado de historia y de silencios, encarna la sabiduría de los siglos, el flujo

incesante de la existencia humana, el vaivén del tiempo que desgasta y renueva.


En la voz de la poeta, el mar se convierte en un interlocutor divino, casi una epifanía

de la presencia de Dios en la naturaleza. En sus versos se percibe una oración contenida,

una plegaria que se eleva desde el asombro y la pequeñez humana hacia lo eterno.

María del Carmen Soler logra unir en su poema lo místico y lo estético, transformando

el paisaje natural en un espacio sagrado. Su mar enseña, limpia, reconcilia y devuelve al

alma su equilibrio primigenio.


Leer los poemas de Pedro Zacarías Sánche Téllez es sumergirse en una delicada

melancolía existencial:


Mi corazón, como pequeño reloj, camina triste.

Considera, ante el día, la altura de sus letras.

Busca, incansablemente, en la región secreta, el aliento y la fuerza.


El corazón, reducido a un “pequeño reloj”, simboliza el paso incesante del tiempo y la

fragilidad de la vida interior. Ese mecanismo que “camina triste” marca silencios y

nostalgias. El yo poético parece medir su propia existencia a través del lenguaje, como si

escribir fuera una forma de buscar sentido en medio de la fugacidad. La imagen final

revela un anhelo de trascendencia, ese impulso vital que continúa latiendo en lo oculto,

donde la esperanza y la palabra aún respiran.


“Como no supe en vida” es la forma en que José Nicas Montoto eleva un canto de

amor y arrepentimiento; su voz es la de quien reconoce demasiado tarde la trascendencia

de los afectos. El hablante poeta eleva una meditación acerca de la conciencia tardía,

sobre esas revelaciones que solo llegan cuando el alma ha cruzado los umbrales del

tiempo. El poema es una voz que se reprocha no haber amado, sentido o comprendido

con suficiente hondura mientras la vida aún latía en su plenitud. En sus versos eleva la

conciencia tardía del afecto y la experiencia:


Si guarda aún mi hueco nuestra cama,

lo ocuparé contigo; pero, si no estás sola,

no lloraré de celos, ni nada parecido...


Montoto convierte el remordimiento en sabiduría y el dolor en lucidez espiritual.

Desde una mirada trascendida, reconoce que solo después de la pérdida se revelan las

dimensiones más puras del amor y de la existencia.


El poema es, en esencia, una oración retrospectiva, una búsqueda de sentido ante lo

irreversible, una invitación a despertar mientras aún se está vivo. Montoto logra que el

lector sienta el eco de lo no vivido y, al mismo tiempo, la belleza de la comprensión que

llega tarde, pero ilumina.


Fausto Leonardo Henríquez enlaza lo físico y lo espiritual en “El mar me llama”, una

metáfora del destino y la eternidad que grita una llamada de regreso a lo esencial.

Transforma el rumor del mar en una voz interior que convoca al alma hacia su origen. El

poema es una invitación al regreso a la esencia, a la inmensidad de lo que trasciende la

forma y el tiempo. La voz poética percibe esa llamada como un impulso espiritual, una

atracción hacia la pureza y la calma.


Henríquez logra que el mar sea metáfora del destino último del espíritu, la unión con

lo absoluto, el descanso en lo eterno. Su tono es contemplativo y sereno, y su lenguaje,

de una transparencia que recuerda la fluidez del agua. Así, el poema se erige como una

mística del retorno, donde el alma responde al llamado primordial de la vida.


Fausto Leonardo Henríquez, en “El mar me llama”, convierte el rumor de las olas en

voz interior:


El mar me convoca a su intimidad,

acaso porque un día emergiera

de su sedimento


El mar simboliza eternidad y presencia divina, convocando al alma hacia su origen y

disolviendo el yo en lo infinito.


José Romera cierra este recorrido con “Jaulas de Caín”, texto de resonancia moral y

simbólica, donde la humanidad se enfrenta a su propio encierro. Las jaulas son metáfora

del egoísmo, del miedo, del pecado original que persiste, pero también de la esperanza de

liberación que toda conciencia alberga.


En “Jaulas de Caín”, José Romera nos enfrenta al cautiverio moral del ser humano,

esa prisión interior donde la culpa, el egoísmo y la violencia habitan como sombras

heredadas. El poema evoca la figura bíblica de Caín como símbolo del hombre moderno,

atrapado en sus propias rejas de miedo, ambición y deshumanización.


Romera escribe desde una conciencia desgarrada que denuncia y, al mismo tiempo

compadece. En sus versos resuena la pregunta por la redención: ¿podrá el hombre

liberarse de su culpa ancestral?:


Hombre llamado Caín

a revelar por un perdido

y oscuro eco de Dios:

La sangre de tu hermano

me está gritando desde la Tierra


Romera nos enfrenta a nuestra humanidad atrapada y nos recuerda que la conciencia

puede abrir la puerta a la redención.


Poetas interioristas españoles es un diálogo con lo invisible. Cada poema confirma

que la poesía sigue siendo el refugio donde el alma conversa con Dios, con la memoria y

con su propio misterio.


Frente al ruido del mundo, estas voces nos recuerdan que existe un silencio fecundo,

una palabra que revela, ilumina y transforma. Porque, al final, la auténtica poesía se

escribe con espíritu y nos guía suavemente al umbral del alma, donde lo humano y lo

eterno se encuentran, y donde escuchar es comprender la melodía secreta de la existencia.


Nota: Kenia Mata Vega, En el umbral del alma: Los poetas interioristas. Publicado en el Boletín digital no. 233 del Ateneo Insular, Rep. Dominicana, noviembre de 2025, pp. 30-35.

20 abril 2025

Vuelta a los orígenes de ÍNSULA PRESENTIDA

VULTA A LOS ORÍGENES DE ÍNSULA PRESENTIDA

(Primera parte)

Por: Yky Tejada. (Publicación original en diario digital Acento, 20 de abril 2025. Ver aquí).

En la vasta tradición lírica universal, son pocos los poetas que se han atrevido a explorar estados del ser anteriores a la existencia misma. Fausto Leonardo irrumpe con su poemario Ínsula Presentida como una voz singular que plantea dos categorías radicalmente originales en la poesía contemporánea: lo prenatal y lo pre-sustancial. Estas no son meras metáforas, sino verdaderas zonas ontológicas que su poesía habita con rigor y belleza, desafiando los límites del lenguaje para nombrar aquello que precede al ser: el preludio donde la conciencia aún no se ha corporizado, pero ya vislumbra el dolor, el deseo y el destino. En estos territorios silenciosos, anteriores incluso al pensamiento, Leonardo sitúa al lector frente a una experiencia poética de relevante profundidad.

Ínsula Presentida sitúa al lector en apertura a lo ontológico: el estado prenatal, pre-sustancial, donde el ser aún no ha adquirido forma pero ya intuye su destino. Este punto de partida revela desde el inicio la ambición metafísica del poemario de Fausto Leonardo, cuya poesía traza el tránsito misterioso desde el no-ser hacia la existencia consciente. Una tarea compleja propia de creadores prodigiosos. En este espacio anterior al lenguaje y a la forma, el poeta habla desde una dimensión anterior al nacimiento, como si la voz lírica brotara desde el germen del alma antes de encarnar, revelando así una conciencia que antecede al cuerpo y lo trasciende.

Esta travesía hacia el ser está marcada por una triple herida que remite al célebre verso de Miguel Hernández: “Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor.” En Fausto Leonardo, esas heridas no son solo existenciales, sino también cosmogónicas: indican la fractura original que da inicio al tiempo, a la carne y a la conciencia. A partir de ellas, el poeta se interroga sobre el origen y el sentido de la experiencia humana como si su palabra quisiera restaurar la totalidad perdida.

Ínsula Presentida eleva al poeta Fausto Leonardo a un lugar inusitado: el de la poesía de la razón pura, del pensamiento puro, no el de la poesía racional, que al mismo tiempo está cargada de un lirismo extraordinario. Su poesía se distingue por plantear situaciones en las que le otorga al cuerpo una sensibilidad mística. También se destaca la paradoja de la creación, presentando el nacimiento como una herida que, al mismo tiempo, da vida y sentido. Esta herida se convierte en signo y símbolo de un conocimiento que no es aprendido, sino intuido y luego pensado, para conseguir giros poéticos de alta eficacia: una forma de sabiduría primigenia que habita en el alma incluso antes del primer aliento, sugiriendo que el dolor del nacer ya contiene en sí una memoria sagrada, como si la carne recordara el barro que la formó. Esta intuición filosófica va más allá de una explicación evolutiva, sugiriendo un acto divino de amor invisible. La "herida intangible" marca la transición del no-ser al ser, sin ser un castigo, sino una separación necesaria para el despertar de la conciencia. La figura del creador, escondida pero jubilosa, deja entrever una inteligencia superior que ilumina sin forzar. La caída del barro al abismo da comienzo a la vida consciente, marcada por la nostalgia de un origen luminoso. Sus breves poemas se convierten en una meditación profunda sobre el misterio de la existencia en un estado místico.

Sus poemas nos sumergen en otros ámbitos poco frecuentes , lo ambiguo y suspendido donde no queda claro si el hablante poético observa desde lo alto o si, siendo aún terrenal, accede momentáneamente a una experiencia de transformación plena. Esa ambigüedad espacial y existencial es uno de sus recursos más poderosos: el yo lírico parece habitar una frontera entre el cielo y la tierra, entre lo visible y lo invisible, lo corpóreo y lo sutil, de ahí la belleza de su poesía,

Desde esa perspectiva, su poesía se puede leer como una epifanía: un momento de revelación en el que el mundo se muestra en su adolescencia, es decir, en un estado de despertar o transición hacia la conciencia. El hablante parece haber sido arrebatado por una fuerza sagrada o mística ("fui atraído por la fuerza de un beso"), pero esa experiencia, aunque intensa y reveladora, concluye con una caída: una separación inevitable de la presencia divina o del ser luminoso, que se desvanece y deja una estela de amargura.

En el trasfondo de esta travesía poética hay un impulso central: la búsqueda desesperada de la divinidad. No se trata de una búsqueda serena o teológica, sino de una inquietud radical que se manifiesta como desgarro y anhelo. El yo poético de Leonardo no se resigna a la separación original, sino que clama, interroga, se consume en su afán de alcanzar aquello que está más allá del ser. Cada verso es una tentativa de contacto con lo sagrado, un intento de restaurar la comunión perdida, de regresar —o al menos vislumbrar— aquel resplandor anterior al tiempo, donde aún no había sido pronunciado el nombre del dolor.

Sus poemas son piezas de alta densidad lírica y conceptual, donde Fausto Leonardo, en plena consonancia con lo que hemos reflexionado sobre su poética, conjuga el lenguaje místico, la alusión ontológica y una desesperada búsqueda de lo divino. Lo que lleva a Fausto Leonardo a desplegar una búsqueda radical del origen, del principio primero que articula la existencia, pero que también la desborda y la sacude. En su lenguaje poético, la palabra no se limita a representar el mundo: lo interroga desde su grieta más profunda, desde esa herida ontológica que separa al ser de sí mismo. Su verbo no se conforma con lo visible ni con la sustancia; es un verbo que quiere rozar la sustancia de lo invisible, que tantea con vértigo las orillas del abismo para nombrar lo innombrable. En este sentido, su escritura comparte un linaje con la mística apofática, pero no se limita a la tradición cristiana: dialoga con la filosofía, con la metafísica, con una sensibilidad contemporánea que ha perdido los nombres de lo divino pero no su necesidad.

El término apofático proviene del griego apophasis, que significa negación o decir no. En términos filosóficos y teológicos, lo apofático se refiere a un modo de conocimiento que afirma que Dios, o lo Absoluto, no puede ser comprendido ni descrito mediante afirmaciones positivas, porque su naturaleza es infinita y trasciende completamente el lenguaje humano. En lugar de decir lo que Dios es (como en la teología afirmativa: “Dios es amor”, “Dios es luz”), el enfoque apofático dice lo que Dios no es: Dios no es cuerpo, no es materia, no es finito, no es ccomprensible o sencillamente sus versos encuentra nuevas formas del lenguaje. Lo que lo hace un poeta eminentemente original. Da un giro a este concepto y sin decir no recure a otra vía más sutil, más envolvente, carda de misterio y revelación.

Este enfoque es propio de las tradiciones místicas —especialmente en el cristianismo oriental (como en Dionisio Areopagita), del cual nos habla Ernesto Cardenal en celebre libro Vida en el Amor, pero también en corrientes sufíes y donde se prefiere el silencio, la negación y la contemplación como vía para acercarse al misterio divino.

Así, cuando decimos que Fausto Leonardo tiene una tensión apofática, no lo decimos en el sentido escritural, queremos decir que su poesía tiende hacia lo inefable, hacia lo que no se puede nombrar plenamente, y que la profundidad de su voz poética emerge precisamente de ese límite: de intuir y sugerir sin declarar.

El poema que inicia con el verso “Oh principio de la sangre” es muestra diáfana de esta tensión entre lo humano y lo trascendente. Desde su apertura, el tono es el de una invocación sagrada, pero no dirigida a una divinidad ya constituida: el nombre Argé –término griego que significa principio, origen, causa– apunta más bien a una entidad ontológica, una fuente inmanente o trascendental que da forma al tiempo, a la carne, al deseo. No se trata de una figura teológica establecida, sino de una causa que vibra y conmueve, que arremolina y transforma, que permanece “quieta en su movimiento”, como el motor inmóvil de los filósofos o como el Dios de los místicos, cuya presencia es una ausencia activa.

El hablante lírico, profundamente consciente de su barro terrenal, se presenta como tierra sedienta de cielo. Esta metáfora es central: el barro es materia, sí, pero también es ansia, impulso vertical. La tierra no es mero peso: es aspiración, hambre de trascendencia. De ahí que la plegaria se articule como súplica desde el desierto, desde la “nada que es sólo grieta”. Esa grieta no es vacío sin sentido, sino apertura a una posible celebración. El poema entero es, de hecho, una grieta por donde se cuela el temblor de lo sagrado.

En esta búsqueda, la imagen de Argé opera como un símbolo totalizador. Es causa, es rostro, es alfarero. Revoluciona el centro del sujeto poético, revuelve su sangre, lo arrincona en el Eros, hasta conducirlo al anonadamiento: un término que resuena con fuerza en la tradición mística, donde el alma se despoja de todo para fundirse con el Absoluto. Sin embargo, aquí no hay éxtasis apacible ni unión beatífica. El deseo que mueve al hablante es también dolor, es “turbulencia”, es angustia y asfixia. El rostro divino, lejos de consolar, empuja al abismo de sí.

La noche, representada como “animal que resuella”, encarna esa interioridad tensada por el relámpago del conocimiento. El símbolo del relámpago, que “abre abismos”, condensa el drama místico del poema: toda revelación verdadera implica ruptura, desgarramiento. La verdad no llega como luz diáfana, sino como fulgor que fractura y hiende.

Hacia el final, el poema se repliega hacia una introspección rasgada. El hablante afirma que lo hallado de sí está “vedado en la carne”, lo cual sugiere una separación irreconciliable entre el conocimiento esencial y la limitación corporal. El llamado que se hace a sí mismo “desde el fondo”, apenas audible, expresa la imposibilidad de una escucha plena del ser, debido al temblor eterno. Ese “temblor” es la vibración del ser ante lo Absoluto, pero también la imposibilidad de habitarlo sin fragmentarse.

Todo en este poema confluye hacia una estética del vértigo metafísico. No hay consuelo, pero sí una búsqueda sostenida, un lenguaje tenso que se sabe incapaz de decir el fondo, y sin embargo insiste. Fausto Leonardo no escribe desde la certidumbre de un credo, sino desde el temblor de una sed insaciable. Su palabra, como su barro, quiere alzarse hacia el cielo, aun sabiendo que la grieta lo habita. Y en esa tensión reside la grandeza de su poesía: en su fidelidad.

Para concluir con la vía apofática en la poesía mística , hay que reconocer que es un camino profundo y exigente, no sólo por su radical privación de lo decible, sino porque implica una experiencia interior tan honda que apenas puede expresarse sin desfigurarse en el lenguaje, San Juan de la Cruz, con su célebre subida al Monte Carmelo o su “noche oscura del alma” ,lo logra: habla del amor divino, del alma y de Dios por vía de silencios, de ausencias, de vacíos que iluminan, así cada uno de los versos de Fausto Leonardo entrañan una luz invisible una forma de poetizar que esconde y revela al mismo tiempo, hay un tránsito desde el despojo hacia la revelación. Un juego formal impresionante. Un dios escondido que se torna en la belleza del verbo.

Pero lo cierto es que muy pocos poetas han alcanzado este nivel de profundidad. Incluso entre los místicos, son escasos los que logran vivir esa experiencia, sin traicionar la forma poética que conserve su intensidad y lirismo.

Sería un desperdicio reflexionar sobre la poesía de Fausto Leonardo sin conocer y leer varios de sus poemas, pues solo a través de la inmersión en su obra se puede apreciar la vastedad y la complejidad de su lenguaje poético, que se despliega con una profundidad metafísica y mística poco comunes en la poesía contemporánea. A continuación, se presenta una selección de sus poemas, los cuales permiten atisbar la singularidad de su voz lírica y el camino que recorre desde lo prenatal y lo pre-sustancial hasta lo trascendente. Cada uno de estos poemas ofrece una ventana al universo filosófico y espiritual que Fausto Leonardo propone, donde el silencio, la negación y el misterio son abordados con una frescura y originalidad invitando a la estudio de su obra poética.

 

85

 

Oh principio de la sangre.

Principio de mi aire, de mi barro –tierra

Con hambre y sed de cielo-.

Estás quieto, Argé, en tu movimiento.

Humedece este desierto

De mi nada que es sólo grieta.

Causa que dio forma a mi tiempo, ¿por qué

Tiemblo a tu paso? Oh Argé, tú arremolinas

Mi centro y revuelves mi sangre.

Mi noche es animal que resuella,

Tenso, por el relámpago que abre abismos.

Argé, saca mi carne del dolor, alíviala

Del deseo que me ahoga en su turbulencia.

Tu rostro me arrincona en el Eros, Argé,

Y me anonado en tus manos de alfarero.

Lo que he hallado de mí

Está vedado en mi carne. Me llamo

Desde el fondo. Apenas si me oigo

Porque es eterno el temblor.

 

84

 

Aún no era yo, empecé

A ser hombre, a tener piel, carne, ojos, boca.

No había nacido y ya mi carne temblaba,

No tenía vida y mi barro sentía dolor,

Fuego en la piel. Unas manos

Revolvían mi nada y daban

Forma a mi existencia.

 

El rostro oculto de quien me creaba

Brillaba de alegría. El triunfo apareció

En su aliento, la vida.

 

Lloró el barro. Ignoraba porqué.

Una herida intangible quedó en el Jardín,

Y el barro, desnudo, cayó al abismo.

 

81

 

Y yo que creí que mi espíritu

Empañado era nuevo.

 

Y yo que creí que mis huesos secos

Estaban vivos.

 

Y yo que creí que mis pies

No tropezaban en la niebla.

 

Y yo que creí tener el sol

En mi noche.

 

Y yo que creí ver

En mi ceguera.

 

Hasta que me hiciste de cielo,

Cruz y domingo.

 

74

 

Mi ser se turba como una novia.

El vaho es amor. Sustancia

De amor el vino en la copa.

Amor que me ama. Amo al Amor.

Amor, semilla de vida, ventana, latido

Gracia de luz.

 

69

 

Pozo, tu mirada de medio día.

Sosiego halló la aridez de mi tierra.

Me diste a cántaros el cielo, en un abrazo

La eternidad.

Me fui contigo a lo profundo del pozo

Y allí muero

Y bebo tus delicias.

 

66

 

Te recuerdo como en agua mansa

El cisne contemplativo.

Al través de la ventana

Aún joven la luna.

Bajo mis pies murmura el tiempo la eternidad.

Cruzo el meridiano de mi estancia en la tierra.

Mis recuerdos empiezan

A ser nostalgia en huida,

Grito de ángel que aletea en el Origen.

Deseo volver a la tierra, amasado

Por tus manos increadas.

Me llama la Llama.

 

En la obra de Fausto Leonardo se despliega una búsqueda radical del origen, del principio primero que articula la existencia, pero que también la desborda y la sacude. En su lenguaje poético, la palabra no se limita a representar el mundo: lo interroga desde su grieta más profunda, desde esa herida ontológica que separa al ser de sí mismo. Su verbo no se conforma con lo visible ni con la sustancia; es un verbo que quiere rozar la sustancia de lo invisible, que tantea con vértigo las orillas del abismo para nombrar lo innombrable. En este sentido, su escritura comparte un linaje con la mística apofática, pero no se limita a la tradición cristiana: dialoga con la filosofía griega, con la metafísica, sino sobretodo con una sensibilidad contemporánea que ha perdido los nombres de lo divino, pero no su necesidad. Es una poesía para el hombre contemporáneo que ha encontrado en la novedad de su lenguaje una forma de relacionarse con lo divino.

El poema que inicia con el verso “Oh principio de la sangre” es muestra diáfana de esta tensión entre lo humano y lo trascendente. Desde su apertura, el tono es el de una invocación sagrada, pero no dirigida a una divinidad ya constituida: el nombre Argé –término griego que significa principio, origen, causa– apunta más bien a una entidad ontológica, una fuente inmanente o trascendental que da forma al tiempo, a la carne, al deseo. No se trata de una figura teológica establecida, sino de una causa que vibra y conmueve, que arremolina y transforma, que permanece “quieta en su movimiento”, como el motor inmóvil de los filósofos o como el Dios de los místicos, cuya presencia es una ausencia activa.

El hablante lírico, profundamente consciente de su barro terrenal, se presenta como tierra sedienta de cielo. Esta metáfora es central: el barro es materia, sí, pero también es ansia, impulso vertical. La tierra no es mero peso: es aspiración, hambre de trascendencia. De ahí que la plegaria se articule como súplica desde el desierto, desde la “nada que es sólo grieta”. Esa grieta no es vacío sin sentido, sino apertura a una posible epifanía. El poema entero es, de hecho, una grieta por donde se cuela el temblor de lo sagrado.

En esta búsqueda, la imagen de Argé opera como un símbolo totalizador. Es causa, es rostro, es alfarero. Revoluciona el centro del sujeto poético, revuelve su sangre, lo arrincona en el Eros, hasta conducirlo al anonadamiento: un término que resuena con fuerza en la tradición mística, donde el alma se despoja de todo para fundirse con el Absoluto. Sin embargo, aquí no hay éxtasis apacible ni unión beatífica. El deseo que mueve al hablante es también dolor, es “turbulencia”, es angustia y asfixia. El rostro divino, lejos de consolar, empuja al abismo de sí.

La noche, representada como “animal que resuella”, encarna esa interioridad tensada por el relámpago del conocimiento. El símbolo del relámpago, que “abre abismos”, condensa el drama místico del poema: toda revelación verdadera implica ruptura, desgarramiento. La verdad no llega como luz diáfana, sino como fulgor que fractura y hiende.

Hacia el final, el poema se repliega hacia una introspección desgarrada. El hablante afirma que lo hallado de sí está “vedado en la carne”, lo cual sugiere una separación irreconciliable entre el conocimiento esencial y la limitación corporal. El llamado que se hace a sí mismo “desde el fondo”, apenas audible, expresa la imposibilidad de una escucha plena del ser, debido al temblor eterno. Ese “temblor” es la vibración del ser ante lo Absoluto, pero también la imposibilidad de habitarlo sin fragmentarse.

Todo en este poema confluye hacia una estética del vértigo metafísico. No hay consuelo, pero sí una búsqueda sostenida, un lenguaje tenso que se sabe incapaz de decir el fondo pero cuya imposibilidad es la vía para crear belleza y de se trata el arte, y sin embargo insiste. Fausto Leonardo no escribe desde la certidumbre de un credo, sino desde el temblor de una sed insaciable. Su palabra, como su barro, quiere alzarse hacia el cielo, aun sabiendo que la grieta lo habita. Y en esa tensión reside la grandeza de su poesía: en su fidelidad a lo inasible, a lo que se dice sólo en el temblor.

Sin embargo Fausto Loenardo no deja de sorprendernos Ínsula Presentida también se encuentra profundamente matizada por lo caribeño. A lo largo del poemario, se puede apreciar cómo el Caribe con su geografía, su flora, su fauna y sus elementos simbólicos se convierte en una suerte de puente entre lo terrenal y lo divino. Pero, más que un simple escenario o contexto, la región Caribe es un medio expresivo que transmite las tensiones metafísicas y espirituales que el poeta explora.

 La relación con el paisaje caribeño es tanto física como metafísica. En *Ínsula Presentida*, “la tierra caribeña” no solo se ve como un lugar de pertenencia, sino que se entrelaza con lo divino y lo místico. A través de la naturaleza, el zorzal, la brisa, las montañas, el cielo,

Fausto Leonardo busca no solo describir el entorno, sino trascenderlo y descubrir en él lo que está más allá de lo visible. El entorno natural del Caribe se convierte en un espejo de la eternidad, un territorio sagrado en el que la vida y la muerte, lo invisible y lo presente, se mezclan en una armonía divina.

 Este hallazgo de lo caribeño en su poesía tiene varias capas. Primero, porque la sensibilidad tropical impregna los versos, pero no de manera superficial. El poeta utiliza los elementos de la geografía y la cultura caribeñas no solo como un recurso estético, sino como una forma de explorar la transcendencia a través de lo que se ve, se oye y se siente en la cotidianidad. Así, el zorzal, el viento, las raíces y las montañas se convierten en símbolos con un poder espiritual que trasciende el contexto físico, llevando al lector a una reflexión filosófica y mística sobre el origen, la existencia y la conexión con lo divino.

Pero, Fausto Leonardo no es solo un poeta arraigado en su contexto caribeño, sino también un poeta de lo universal, pues su obra trasciende las fronteras geográficas, culturales y temporales. Aunque está profundamente influenciado por la naturaleza y la identidad del Caribe, su poesía se nutre de una visión metafísica, espiritual y ontológica que resuena con las grandes tradiciones poéticas de todos los tiempos. En este sentido, la universalidad de su obra se construye desde una perspectiva en la que el misterio humano, la búsqueda de sentido y el desafío ante lo inefable son temas transversales, que apelan a la experiencia humana común, independientemente de su origen o contexto específico. 

El hecho de que Fausto Leonardo dialogue con una tradición mística y metafísica que abarca lo que nos ha legado la tradición hasta las corrientes más contemporáneas hace que su poesía se sienta profundamente conectada con la sabiduría universal, yo me atrevo a decir que es un San Juan de la Cruz contemporáneo. En lugar de limitarse solo a representar el paisaje físico de su isla o de abordar temáticas cerradas dentro de un contexto caribeño, que ya es un aporte ,su obra se mueve hacia una dimensión universal en la que la humanidad comparte las mismas luchas existenciales, las mismas preguntas sobre el ser,la nada, el destino y lo divino.

La poesía de Fausto Leonardo es, a través de su profundidad metafísica**, su búsqueda de lo infinito y su conexión con la espiritualidad universal, una poesía que trasciende el Caribe sin dejar de representarlo y se inscribe en la gran tradición de los poetas místicos y metafísicos a nivel mundial. Al mismo tiempo, su particular visión caribeña le otorga un sello único, que enriquece aún más la universalidad de su obra.

 

07 marzo 2025

RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA

 




RASGOS QUE DISTINGUEN LA VOZ POÉTICA DE MARIA DE LUZ ORTEGA 
Por Fausto Antonio Leonardo Henríquez, PhD


Poesía y naturaleza. La primera característica de la poética de MLO es la armonización entre palabra y naturaleza. Los elementos de la naturaleza sirven a la autora para expresar los estados más sutiles del alma. «Cuando el viento estremece los visillos / a Macarena le vienen ganas de llorar» (Cuando el viento acecha).  

El lenguaje conversacional. En efecto, la poeta emula un estilo decir las cosas que emula la voz de la poética de la experiencia. A esto se suma la claridad expositiva y un ritmo contagioso que conduce al lector a contemplar la estampa plasmada en el poema. «Existen conversaciones que nos desnudan / que nos llevan a la mueca / para no llorar a gritos» (Conversaciones que surgen al trasluz de la niebla).  

La palabra como vehículo de las emociones. MLO cuida las palabras, las engarza con maestría y belleza. Sabe que la palabra sirve para crear mundos imaginarios, pero también para expresar los estados de ánimo (tristeza, alegría, júbilo, etc.). La palabra poética la impele a liberar lo que le concita y subyuga. Los labios, la boca son una ventana por la que salen, liberadas, las palabras. «La lengua delinea / los labios húmedos / humedad que se escapa / por la ventana entreabierta» (Las tardes se mecen tibias en noviembre).  

La noche, símbolo de la conciencia. La poeta domestica a la noche, la amansa y la hace su compañera. La introduce al ámbito doméstico como una compañera que cohabita en lo cotidiano, en los rincones de la casa, confabulada con la memoria oculta de los objetos. La noche llega como aliada, pero insumisa y libre, por eso cuando presiente la aurora se hace invisible y se escapa. La noche es símbolo de una conciencia despierta, reveladora de los secretos de la memoria, de los recuerdos.  La cuestión social. Con sutileza, la poeta evoca las ansias, el sufrimiento, los sueños y las angustias de la sociedad. «Bajo la piedra / un antiguo dolor / se revuelca» (Fisuras). En el mismo tenor, en el poema “Esferas traslúcidas”, con fina ironía la poeta denuncia la actitud de muchos que, aburguesados en su zona de confort, se conmueven momentáneamente ante las noticias que anuncian guerras, dolor y sufrimiento. Impasibles, siguen su buena vida, que no la vida buena. “Cantata de los extraviados” y “un adiós a medio decir” son, también, indicativos de una poética que asume lo social como telón de fondo de sus reflexiones.  

En búsqueda de sentido. El poema “Desde mis huesos” es de antología. Este poema puede resumir, en mi opinión, los rasgos poéticos más sobresalientes de MLO. La poeta capta los murmullos de una vida más honda. Lee los códigos inscritos en su historia biográfica que se extiende como un telar en su pasado. Descifra en su linaje, como madre y mujer, los vestigios o señales de una historia secreta: la de la vida.

  Desde mis huesos  

Llegan a mis huesos señales 
Código perfecto desde el vientre 
Las escucho entre el ruido de los artificios 
Se desplazan por el viento del desierto 
Gravitan esparcidas como astillas blancas 
Hay un murmullo bajo la luna 
Y yo madre eternamente presente 
Yo mujer con los gemidos acuesta 
insertados en la vértebra 
rastreo la vida 
Hundo mis manos en el extenso arenal 
tras los huesos de los míos 
que bajo las estrellas nortinas deambulan 
como pájaros heridos
con un canto inconcluso.  

Este poema capta el sentido de la vida y descubre verdades profundas que la poeta intuye con agudeza. La belleza expresa es indiscutible, prueba de ello son las imágenes, sorprendentes y bien logradas. Ella capta señales que «se desplazan por el viento del desierto / Gravitan esparcidas como astillas blancas». Exalta su condición de madre y mujer, apuntalando de esta manera su femineidad, asumiendo cualquier cuota de sufrimiento que pueda suponer esta identidad. Se reconoce en la memoria de su linaje, en la herencia de su pasado familiar. Vuelve la mirada a ese pasado para rescatar los vínculos y códigos que corren por su sangre. Esa inmersión en la historia de sus ancestros, posiblemente como en cualquiera de las nuestras, hay heridas, vidas inacabadas, anhelos incumplidos, pero, al fin y al cabo, vidas que pueden llegar a la plenitud. «Hundo mis manos en el extenso arenal / tras los huesos de los míos / que bajo las estrellas nortinas deambulan / como pájaros heridos / con un canto inconcluso» (Desde mis huesos). 

 Juicio crítico. La poesía escrita por María de la Luz Ortega embellece la lengua española. Con un estilo depurado, claro y sencillo logra momentos extraordinarios. Comunica con un lenguaje sencillo la complejidad de estados del espíritu. Cada poema responde a verdades de vida, a experiencias auténticas. Por todo ello, y por mucho más, se puede afirmar que la poesía de María de Luz tiene rasgos de universalidad, por cuanto canta lo genuinamente humano. Temas como la soledad, el dolor, el tiempo, el sentido de la vida, la muerte, Dios, son solo unos ejemplos de sus grandes inquietudes como autora. Si lo dicho es verdad, entonces concluimos que estamos ante una mujer dotada de una sensibilidad y una imaginación creativa singular, cuya obra amerita ser leída y tenida en cuenta por los estudiosos y por la crítica literaria.


16 enero 2025

Poema "Últimas palabras" del poeta Fausto Leonardo Henríquez

El poema "Últimas palabras" del poeta Fausto Leonardo Henríquez, se recrea en las sensaciones personales, íntimas, como en una proyección de uno mismo, donde ha podido rescatar de su tiempo valores humanos. Uno puede pensar en el mundo de los otros desde el peso del suyo propio. Nos dice el poeta que pesan los pensamientos, los días, las horas aprisionadas y entumecidas. La gran lección que nos muestra es que hay que abandonarse a las circunstancias de vez en cuando, en los momentos de plena intensidad; es tan sencillo que se nos escapa de las manos esta percepción sensitiva, impresiones frescas, espontáneas, como los balones respiran aliviados del asedio de sus perseguidores; es una manera de dejarse llevar por los impulsos, se ve o no se ve, no se trata de probar nada solo de crear. También nos muestra su fe, Dios se oye sereno y orante. Para él no hacen falta pruebas para creer, le basta con su fe a través de una vida entregada; para él no hay vacío, es un acto confesional, donde se nos muestra totalizado estrechamente unido hombre, artista y fe, donde el día se ilumina con la sola presencia de Beatriz.


Fausto, en La Vega
la luz llama al fuego o la vida,
tal vez las sombras de las nubes
las ráfagas de lluvia
o en los colores verdes de la tarde,
viste pasar un ángel,
a Dios entre el temor y la nostalgia,
quizás fue un escalofrío repentino
una fría verdad desnuda
para encontrar la fe
en las remotas penumbras,
entre los suspiros
de una ventana en Santo Domingo,
el hombre se convirtió en teólogo,
en sacerdote vencido
al dulce gesto
de los secretos del corazón,
entre su cuerpo lleno de esperanza
fue su destino
descubrir así la belleza del mundo,
después vino el poeta
que en la plenitud libre
sintió las palabras en la retina
los gemidos de los ciervos heridos
y como en la Santísima Trinidad
hombre, sacerdote y poeta
fueron uno ante el paso de las aves
los senderos del espacio y los rayos de sol
ya no hay tregua en la pureza de su fondo
donde ilumina su meta y su camino
que como uno se nos muestra
en su revelación y total entrega
por eso le tendremos
siempre compañero
donde no se acaba la pátina del tiempo
alzando la palabra salvadora
salvando el vuelo
donde no pueden pisarse las estrellas

Antonio Ruiz Pascual


Un bocado

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