El lenguaje conversacional. La poeta posee un estilo de decir las cosas que emula, a mi juicio, la voz de la poética de la experiencia. A esto se suma la claridad expositiva y un ritmo contagioso que conduce al lector a contemplar la estampa plasmada en el poema. «Existen conversaciones que nos desnudan / que nos llevan a la mueca / para no llorar a gritos» (Conversaciones que surgen al trasluz de la niebla).
La palabra como vehículo de las emociones. María de la Luz Ortega cuida las palabras, las engarza con maestría y belleza. Sabe que la palabra sirve para crear mundos imaginarios, pero también para expresar los estados de ánimo, las más variadas emociones (tristeza, alegría, júbilo, etc.). La palabra poética la impele a liberar lo que le concita y subyuga. Los labios, la boca son una ventana por la que salen, liberadas, las palabras. «La lengua delinea / los labios húmedos / humedad que se escapa / por la ventana entreabierta» (Las tardes se mecen tibias en noviembre).
La noche, símbolo de la conciencia en soledad. La poeta domestica a la noche, la amansa y la hace su compañera. Entra reflexivamente en ella, sola, en soledad. La introduce al ámbito doméstico como una compañera que cohabita en lo cotidiano, en los rincones de la casa, confabulada con la memoria oculta de los objetos. La noche llega como aliada, pero a la vez como un huésped insumiso y libre, por eso cuando presiente la aurora se hace invisible y se escapa. La noche es símbolo de una conciencia despierta, reveladora de los secretos de la memoria, de los recuerdos.
La cuestión social. Con sutileza, la poeta evoca las ansias, el sufrimiento, los sueños y las angustias de la sociedad de su tiempo. «Bajo la piedra / un antiguo dolor / se revuelca» (Fisuras). En el mismo tenor, en el poema “Esferas traslúcidas”, con fina ironía la poeta denuncia la actitud de muchos que, aburguesados en su zona de confort, se conmueven momentáneamente ante las noticias que anuncian guerras, dolor, sufrimiento, pero a la vez se muestran impasibles y siguen su buena vida, indiferentes a la vida buena. “Cantata de los extraviados” y “Un adiós a medio decir” son, también, indicativos de una poética que asume lo social como telón de fondo de sus reflexiones.
En búsqueda de sentido. El poema “Desde mis huesos” es, en mi modesta opinión, de antología. Este poema puede resumir, si atino en mi observación, los rasgos poéticos más sobresalientes de María de la Luz Ortega. Lo leemos y luego lo comentamos brevemente.
Desde mis huesos
Llegan a mis huesos señales
Código perfecto desde el vientre
Las escucho entre el ruido de los artificios
Se desplazan por el viento del desierto
Gravitan esparcidas
como astillas blancas
Hay un murmullo bajo la luna
Y yo madre eternamente presente
Yo mujer con los gemidos acuesta
insertados en la vértebra
rastreo la vida
Hundo mis manos en el extenso arenal
tras los huesos de los míos
que bajo las estrellas nortinas deambulan
como pájaros heridos
con un canto inconcluso.
La poeta capta los murmullos de una vida más honda. Lee los códigos inscritos en su historia biográfica que se extiende como un telar en su pasado. Descifra en su linaje, como madre y mujer, los vestigios o señales de una historia secreta: la de la vida. Este poema capta el sentido de la vida y descubre verdades profundas que la poeta intuye con agudeza. La belleza expresada es indiscutible, prueba de ello son las imágenes, sorprendentes y bien logradas. Ella capta señales que «se desplazan por el viento del desierto / Gravitan esparcidas como astillas blancas». Exalta sutilmente su condición de madre y mujer, apuntalando de esta manera su femineidad, asumiendo cualquier precio la cuota de sufrimiento que pueda suponer esta identidad. Se reconoce en la memoria de su linaje, en la herencia de su pasado familiar. Vuelve la mirada a ese pasado para rescatar los vínculos genéticos que corren por su sangre. Esa inmersión en la historia de los “suyos”, le descubre heridas, vidas inacabadas, anhelos incumplidos, posiblemente como en cualquiera de nuestras familias, pero, al fin y al cabo, son vidas que pueden llegar a la plenitud. «Hundo mis manos en el extenso arenal / tras los huesos de los míos / que bajo las estrellas nortinas deambulan / como pájaros heridos / con un canto inconcluso» (Desde mis huesos).
Juicio valorativo. La poesía escrita por María de la Luz Ortega embellece la lengua española y, sin duda la poesía escrita en su país. Con un estilo depurado, claro y sencillo logra momentos de belleza extraordinaria. Comunica con un lenguaje sencillo y natural la complejidad de estados del espíritu. Cada poema responde a verdades de vida, a experiencias auténticas. Por todo ello, se puede afirmar que la poesía de María de la Luz Ortega tiene rasgos de universalidad, por cuanto canta lo genuinamente humano con belleza y musicalidad. Temas como la soledad, el dolor, el tiempo, el sentido de la vida, la muerte, son solo unos ejemplos de sus grandes inquietudes como autora. Si lo dicho es verdad, entonces concluimos que estamos ante una mujer dotada de una sensibilidad y una imaginación creativa singular, cuya obra amerita ser leída y tenida en cuenta por los estudiosos y por la crítica literaria.
Fausto A. Leonardo Henríquez, PhD