En el cordel de la terraza
cuelgan unas camisas, el encapotado
del cielo y el rastro de la lluvia de anoche;
cuelga la brisa que te busca impaciente,
y el olor café preparado por Ashley.
Empieza el día con la desnudez
del agua. Reviso los mensajes
mientras bebo café, cielo, luz.
El 16 de mayo fue el eclipse de Cintia,
ayer la tormenta y su locura,
hoy, el brillo lírico de tus ojos sonrientes.
Nada puedo decir cuando te detienes
ante mí con el mar vibrante en tus manos.
Los flamboyanes se encienden para ti,
oh dicha celeste como un bosque de sangre.
La vida, al menos hasta hoy, me ha resultado
una partitura de dificultad alta.
Leer sus notas e interpretarlas en cuerda,
viento o teclado (prefiero cuerda)
es una ardua tarea de senderismo
donde todo es posible: el esguince, la sed,
la escalada, la caída, el éxtasis,
la cima.
La ciudad resplandece. En ella la felicidad
centrifuga el pasado y el futuro es nuevo, novísimo
como un dispositivo que se enciende
por primera vez, y brilla, y seduce y encanta.
Todo será como lo tienes previsto:
el abrazo de los contrarios,
y el nacimiento de la flor del cactus.
Había en sus ojos una extraña
noche enflaquecida. Su rostro,
erosionado por la intemperie, conservaba
aún vestigios de humanidad, un rescoldo
casi apagado de vida. Un dolor metafísico
penetró en mí como un rayo, análogo a la lesión de Usain Bolt
en su última carrera en 17/08/2017.
Un manto de niebla se desliza
como un velo de novia. Hormigas
con alas anuncian tu llegada, Samanta.
Es intensa la quietud atmosférica,
limpio el verde lavado de la fronda.
Y me digo: lo que contemplo
debe ser un vestigio del Edén,
soliloquio de ángeles, síntesis
del cielotierra.
Bajé del coche y zambullí mis zapatos
en un charco de agua con incauta inocencia.
En las plantas de los pies se me humedeció la infancia,
el pensamiento, el medio día.
El humor amargo, a causa de un accidente
de retroceso, se diluyó con la llovizna
que me seducía con loca lujuria.