22 abril 2022

Apuntes sobre la novela “Los días y los muertos” del escritor Giovanni Rodríguez


El sentir general de la novela está relacionado con una tremenda decepción o, mejor, pesimismo a causa de la descomposición social que deriva en la pérdida de sentido de la vida y, en consecuencia, en la violencia en sus diferentes manifestaciones. El telón de fondo de la obra reside en la inquietante certeza de que la sociedad hondureña, particularmente la sampedrana, está podrida, enferma. Tal sociedad, padece una suerte de «inmunidad sicológica» por cuanto considera que lo normal es el miedo, esconderse, sortear el peligro. Lo que es peor aún, la impasibilidad ante los hechos violentos y las muertes, como lo demuestran las portadas de los diarios, cuyo interés radica, no tanto en la importancia de la noticia, cuanto el aumento de la estadística.

El autor, Giovanni Rodríguez, cartografía dicha realidad social –especialmente en la primera mitad de la obra– en una serie de personajes sórdidos, dipsómanos, lastrados por un entorno contaminado por la miseria y la gritería. Llama la atención la urgencia con la cual esos seres, anodinos unos, vacíos y solitarios otros, buscan un poco de felicidad en los goces del bajo mundo. 

San Pedro Sula, ciudad en cuyas calles de concreto y asfalto –«calles de fuego» las llama el escritor– el sol multiplica por mil la temperatura en los días más calorosos, es el escenario de la obra. Un periodista de investigación –símbolo de un gremio mal remunerado y poco valorado en tierra catracha– tira, sin que se rompa, del hilo de la narración. Probablemente, el autor intenta contraponer el ejercicio diferenciado entre periodismo y literatura. Las dos vertientes abordan historias. La primera recopila datos provenientes de las pruebas y de los hechos reales. La segunda emplea la imaginación fictiva y la intuición sin descartar los datos reales. Esto, claro, con un matiz relevante, a saber, que para el novelista «la literatura no es periodismo y los literatos, por tanto, no escriben ni están obligados a escribir igual que los periodistas».[1]

Detrás de estas palabras hay una crítica al periodista y escritor Gabriel García Márquez, cuya influencia ha causado ‘bulimia boomica’ –por su provincialismo– de la que se han nutrido muchos escritores herederos de esa corriente, poblando sus obras de recurrentes lugares comunes garciamarquianos. 

Las jóvenes generaciones de escritores provenientes del periodismo, están dispuestos a “matar al padre” literario de lo que queda de esta corriente garciamarquiana para hacer una literatura menos provinciana y más urbana. Esa es la intención, parece, del autor de esta obra. Vale decir, en ese tenor que, aunque San Pedro Sula es una ciudad pujante económicamente, no es menos cierto que aún posee un aire provinciano. Si alguien da un paso firme en un extremo de la ciudad, se siente en el otro lado como un terremoto de 7 grados, réplicas incluidas. O sea que la crítica al Boom contenida en esta novela es también una cuerda que se tensa y pega al que la tensa.

El provincianismo de San Pedro Sula se percibe en que todavía no consigue expandir –salvo la mala fama de que es la “ciudad más violente del mundo”– su amplitud de miras. En varios pasajes deja entrever el autor de la novela ese pensamiento: «Aquí vivimos como en el interior de la caverna de Platón; como no hemos visto el mundo allá afuera, asumimos nuestra condición de habitantes de la caverna salvaje como normal».[2]

Quizá, donde mejor expresa el novelista santabarbarense el concepto implícito en el símil del filósofo griego es el siguiente extracto: «Cuando nuestro mundo es demasiado pequeño y seguimos viviendo en el mismo sitio de siempre, ese mundo nuestro se vuelve más pequeño todavía».[3] Nuevamente el autor vierte, a través de sus personajes, naturalmente, la misma idea: «Y cuando ese mundo nuestro se vuelve más pequeño, podría agregar ahora él, tendemos a creer que las coincidencias son una cosa asombrosa, cuando en realidad son sólo la consecuencia de que nuestras vidas no tienen más espacio para maniobrar, para separar lo suficiente, unas de otras, todas sus líneas, de modo que todo se vuelve de pronto una especie de telaraña vital en la que quedemos irremediablemente atrapados».[4]

El autor no busca, según su alter ego, la complacencia de la gente. Se sabe libre de juicios y lisonjas, se siente dueño de sí mismo. Se planta como un actor sobre el escenario y exclama: «Hace mucho tiempo dejé de preocuparme por la recepción que pudiera tener, sobre todo en mi país, cualquier cosa que yo escriba. Y no se trata de subestimar o de menospreciar a los lectores sino tan sólo de reafirmar ante ellos mi posición como autor, independiente y libre de prejuicios, para garantizar, en última instancia, que mi única búsqueda es la de la autenticidad y que mi único compromiso es con la literatura».[5]

La intencionalidad última del autor en esta novela radica, según mi parecer, en ahondar en la realidad, por sucia que parezca, para tocar todos sus registros, sus cuerdas, afinadas unas, desafinadas otras. El único medio que tiene el escritor, como no puede ser de otra manera, es la palabra. Una palabra con fuerza y determinación, tal como dice uno de sus personajes: «Creo en el poder de la palabra, creo en la necesidad de la realización de la justicia y creo también en ese impulso de lo vital que nos hace meter la cabeza en lo oscuro, en la mierda, como dice Bolaño».[6]

En Los días y los muertos se puede constatar la actitud rebelde de ciertos personajes hacia Dios y con todo lo que tiene que ver con lo sagrado. A veces se ridiculiza y se blasfema contra lo divino.[7] Otras veces, se satiriza al Malo.[8] En un caso alude simbólicamente a lo divino, pero sin mucha relevancia.[9] Alguna vez un personaje expresa la confianza en el auxilio de Dios.[10] El aspecto religioso está presente en la novela, pero como una entidad degradada, según sea el personaje que la aborda. 

En conjunto, la novela se puede leer de dos o tres sentadas. Eso se consigue gracias a la fluidez de su narración y al interés que despierta su lectura. De todos los tramos de la obra, me quedo con la segunda parte. En ella el autor se suelta y la literatura fluye con naturalidad, brillo e imaginación.

A fin de cuentas, lo que Giovanni Rodríguez hace con Los días y los muertos no es sino lo que hace todo hondureño que conoce bien Honduras, no tomarse demasiado en serio los problemas del país, ya que eso no conduce a nada.[11]

 FaustoLh

 

 



[1] Giovanni Rodríguez, Los días y los muertos, 2.a ed., Narrativa 7 (San Pedro Sula, Honduras: mimalapalabra, 2016). p. 72.

[2] Rodríguez. 86

[3] Rodríguez. 94

[4] Rodríguez. 296 (ver p. 295)

[5] Rodríguez. 132

[6] Rodríguez. 102

[7] Rodríguez. 216, 219, 232, 235, 286,

[8] Rodríguez. 309.

[9] Rodríguez. 130, 131. En la página 286 se menciona figurativamente al hijo pródigo bíblico; y en la página siguiente se nombra el topónimo teleño “El Triunfo de la Cruz”.

[10] Rodríguez. 282. En la página 285, indirectamente se espera contar con Dios.

[11] Rodríguez. 136

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